"Sabes una cosa, les dicen, una vez me encontré a un niño como tú. Un niño que no sabía de dónde venía. Te encontré como la hija del Faraón encontró a Moisés, flotando en las aguas de un río, y eras tan guapo que, en vez de dejarte solo o tirarte a la basura o llevarte al hospicio, decidí quedarme contigo. Y luego tuve que cuidarte y fuiste creciendo y, aunque no sabía quién eras, me tenía que conformar con la mitad del conocimiento y vigilarte y estar a tu lado a todas las horas, pues vivías rodeado de peligros y de cosas extrañas. Y, cuando te ibas a la cama, acostumbraba a contarte historias. No podían ser historias vulgares porque tú no eras en absoluto vulgar. Y en esas historias hablaba de dragones, de hadas egoístas, de princesas dormidas y de hombres de hojalata que andaban buscando su corazón, pero en realidad sólo estaba hablando de lo que me pasaba al estar junto a ti. Y unas veces era como dar de comer a un pajarillo que estaba hambriento, y otras como correr detrás de un becerro que no sabía que hacer con su fuerza. Y así hasta que un día, cuando fui a buscarte a tu cuarto, ya no estabas en él. Porque los niños, no se sabe por qué, un día desaparecen, y en su lugar dejan a un muchacho o una muchacha, que pueden ser muy guapos y cariñosos pero que no es lo mismo, porque ellos no pueden colarse por el hueco de un árbol, ni son capaces de darse cuenta de que, tras el sonido de la hierba, lo que se escuchan son las pisadas del Conejo Blanco, y tras el sonido de las esquilas el tintineo de las tazas de porcelana de la Liebre de Marzo."
[Fragmento del artículo de Gustavo Martín Garzo del pasado domingo 13 de mayo en El País, titulado El jardín secreto, y que pueden leer íntegro aquí. Gracias a Carles por la referencia...]
23 mayo 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario