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12 marzo 2019

La lista de siete leguas

Hace unas semanas pregunté en Twitter:

Vosotrxs tenéis un libro (o más de uno) que pensáis que es absolutamente maravilloso pero que os da la sensación de que no ha leído prácticamente nadie? Porque ya no es novedad y porque cuando lo fue tampoco fue un exitazo...

Respondió muchísima gente, y he recogido sus respuestas en un PDF que se puede descargar de aquí. He marcado en él algunos libros con los que coincido. Aparecieron otros muchos que pensé "¡pero si éste lo ha leído mucha gente!", pero claro: el criterio era bastante subjetivo, así que sin cuestionar los fui recogiendo todos. También aparecieron muchos que me gustaría leer, sobre todo porque confío en las personas que los recomendaron.

En cualquier caso, para quien quiera, ahí está la lista de siete leguas. Muchos libros seguro que ya es casi imposible encontrarlos en librerías, pero por favor no se olviden de las bibliotecas. Y si a alguien le apetece dejar alguno en los comentarios, ahí quedará mientras siga existiendo este blog en la WWW, que hoy cumple 30 años. 

21 junio 2018

Poesías hermanadas

Envié por correo postal esta poesía de Cristina Peri Rossi...

La empleada del Banco
me contempla con indulgencia
gano poco dinero
- escribir no es buen negocio -
y sistemáticamente
extravío las facturas
Me dice que estoy en números rojos
- siempre he sido un poco roja -
La bohemia ya no se usa
Me dice
ella que está al tanto de las modas
Le aseguro que no es un asunto de vanguardias:
soy una romántica,
algo que tuvo que ver con el siglo pasado,
Baudelaire y Lord Byron,
pero es inútil:
la empleada del Banco no lee,
está convencida de que todas las cosas de este mundo
han nacido con ella
Y está científicamente demostrado
que se puede vivir sin bibliografía

[Cristina Peri Rossi]

...y ayer me encontré en mi buzón esta poesía de Strina Ipssor!

La poetisa
me contempla con indulgencia
gano poco dinero
tengo un agujero en las medias
y sistemáticamente
un tic en el párpado izquierdo.
Le digo que está en números rojos
pero no que hoy
también me duele la barriga.
La poetisa
- como no está al tanto de las modas
y es una romántica -
me sigue contemplando con indulgencia.
Ignora
mi tic mi vientre y hasta mi agujero
que, por supuesto, no es asunto de vanguardias
ni del siglo pasado.
Baudelaire y Lord Byron (y la poetisa)
me contemplan con indulgencia.
Pero es inútil:
hace tiempo que no leo
estoy convencida de que las cosas de este mundo
no me necesitan
y está científicamente demostrado
que casi todos vivimos sin indulgencia
y sin biografía.

[Strina Ipssor]

22 enero 2018

La anciana señora Webster

Me enviaron a pasar con ella una temporada a los dos años de terminar la guerra, pero en su casa parecía que la guerra aún seguía. Muchas veces tenía cerradas las persianas y las cortinas incluso de día, como si se empeñase en mantener una especie de riguroso “apagón”. Creo que temía más el sol de lo que nunca había temido los bombardeos alemanes. Poseía unas tétricas y valiosas alfombras persas y parecía que le aterrorizaba que algún furtivo rayo de sol descarriado entrara sigilosamente y las destiñese.

[...]

Al principio la veía poco más que como una antigualla deprimente y ceremoniosa, demasiado vieja para ser juzgada con criterios humanos. Era idéntica a aquellas parientes ruinosas, con un pie en la tumba, que aparecían vestidas de luto en las casas de mis amigas de la escuela. En aquel momento, lo único que sabía de esta mujer y del efecto que causaba era que yo ya empezaba a contar los minutos de los meses que me faltaban para poder salir huyendo de su casa.

[...]

Cuando estabas con ella casi te convencía de que había algo cobarde y despreciable en toda evasión emocional, en negarse a sufrir, de cara, todos y cada uno de los golpes que la vida pudiese asestarle a uno. Acababas pensando que había un coraje casi sobrehumano en su forma de reconocer que lo único que esperaba ya de la vida era una consciencia ininterrumpida, por muy desagradable que supiera que iba a ser. Lo único que pedía de cada nuevo día era saber que ella seguía desafiantemente en su sitio; que, contra todo pronóstico, había conseguido sobrevivir en el vacío solitario y sin amor que se había fabricado para sí misma.

***

La bisabuela Webster no es el único personaje destacable de La anciana señora Webster, de Caroline Blackwood. También podría haber escogido a la tía Lavinia, a Richards o a los habitantes de Dunmartin Hall. Pero esos tres párrafos, concentrados en las primeras páginas de este libro, sin misericordia, convierten a la mujer que da título a esta novela (parece ser que bastante autobiográfica) en alguien inolvidable.

01 noviembre 2017

...chochas, gruñonas, locas, diabólicas...

Una clase de aquellas a las que se tacha de brujas son mujeres generalmente viejas de ojos turbios, tullidas, pálidas, malolientes y marcadas de arrugas, pobres, hurañas, supersticiosas y papistas; o mujeres que no conocen religión, en cuya razón aletargada ha encontrado el Diablo un buen asiento. Y de este modo, fácilmente son llevadas a creer que cualquier accidente, infortunio, calamidad o muerte acontece por su causa, con lo que se imprime en su razón la firme y constante creencia imaginaria de que esto es así. Son enjutas y contrahechas, y reflejan sus rostros melancolía para horror de cuantos los contemplan. Son chochas, gruñonas, locas, diabólicas y no muy distintas de aquellos a los que se tiene por poseídos de los espíritus. Tan firmes y categóricas en sus opiniones que únicamente quien presta la debida atención a sus palabras se libra de caer en la fácil creencia de que hay en ellas verdad.

[De El descubrimiento de la brujería, de Reginald Scot, 1584; en El libro de las brujas, Katherine Howe (ed), Editorial Alba, traducción de Catalina Martínez Muñoz.]

16 octubre 2017

¿Cómo decirlo?

¿Qué podría decirles para que ellos entendieran? ¿Podía decirles que el amor era por encima de todo una causa común, una experiencia compartida? El cemento vital, ¿no? ¿Podía decirles lo que sentía ahora que estaban allí los tres juntos, en un mundo salvaje que rodaba alrededor de un sol enorme que caía a través del espacio inmenso, dentro de una inmensidad todavía más vasta, quizás hacia y quizás desde algo? ¿Podría decirles: compartimos este paseo a un billón de kilómetros por hora? ¿Hemos hecho causa común contra la noche? Las causas son siempre pequeñas y en común al principio. ¿Por qué amamos al niño que en un campo de marzo desafía al cielo con una cometa? Porque los dedos se nos queman en el cordel. ¿Por qué amamos a la muchacha que vemos desde la ventanilla del tren, inclinada sobre un aljibe? La lengua recuerda agua ferruginosa y fresca en un mediodía de hace mucho tiempo. ¿Por qué lloramos por un extraño muerto a la orilla del camino? Nos recuerda a un amigo que no vemos desde hace cuarenta años. ¿Por qué nos reímos cuando los payasos se tiran pasteles a la cara? Sentimos el sabor de la crema, el sabor de la vida. ¿Por qué se ama a la mujer con quien uno se ha casado? La nariz de ella respira el aire de un mundo conocido, y por lo tanto uno ama esa nariz. Los oídos de ella oyen música que uno podría cantar toda la noche, y, por lo tanto, uno ama esos oídos. Los ojos de ella se deleitan con las estaciones de la tierra, y por eso ama uno esos ojos. La lengua de ella conoce el membrillo, el melocotón, la frambuesa, la menta, la lima; uno ama oírla hablar. La carne de ella conoce el calor, el frío, la aflicción, y así uno conoce el fuego, la nieve y el dolor. Experiencia compartida, una y otra vez. Billones de ásperas texturas. Si uno se quita un sentido, se quita la vida. Si uno se quita dos sentidos, en ese mismo instante la vida se parte en dos. Amamos lo que conocemos, amamos lo que somos, una causa común, al causa común de la boca, el ojo, el oído, la lengua, la mano, la nariz, el corazón y el alma. Pero ¿cómo decirlo?

[La feria de las tinieblas, de Ray Bradbury]

24 abril 2017

...y los ganadores son...

Me hubiera gustado hacer el sorteo ayer, 23 de abril, pero estuve todo el día fuera, por la mañana paseando y mirando libros y por la tarde en la parada de la Llibreria Al·lots en Rambla Catalunya, y cuando llegué a casa a las diez de la noche no me quedaban fuerzas para nada.

Así que… con un día de retraso sobre el horario previsto, aquí están los ganadores, combinando la gente que participó por aquí y los que lo hicieron a través de Twitter:



Ahora me pondré en contacto con los ganadores para pediros una dirección postal donde enviaros vuestro regalito.

Ojalá tener cinco ejemplares más para poder daros uno a todos los que los habéis pedido, sin necesidad de sorteo, pero no ha sido posible.

¿Hay consuelo?

Sí. Los cuentos incluidos en el fanzine pueden encontrarse ahí afuera, en librerías y bibliotecas. Y para que los busquéis si os apetece, aquí os dejo el índice (y en algún caso, también alguna cosita más…)

El sol
Gonçalo M. Tavares
(Incluido en El barrio, Ed. Seix Barral, 2015)
(podéis leerlo aquí)

La biblioteca
Gonçalo M. Tavares
(Incluido en El barrio, Ed. Seix Barral, 2015)
(podéis leerlo aquí)

Casualidad
Pepe Monteserín
(Con ilustraciones de Pablo Amargo, Ed. Barbara Fiore, 2011)
(podéis escucharlo aquí, que Claudia me regaló su “lectura” el 22 de abril ^^)

Si Ripley fuera poeta, escribiría esto
Jean Murdock
(Incluido en Los poetas que no fueron, con ilustraciones de José María Casanovas, Ed. Thule, 2010)
(podéis leerlo aquí)

Aiznire
Xabier P. DoCampo
(Incluido en El libro de los viajes imaginarios, con ilustraciones de Xosé Cobas, Ed. Anaya, 2008)

Una idea toda azul
Marina Colasanti
(Incluido en En el laberinto del viento, con ilustraciones de Carmen Segovia, Ed. Anaya, 2008)

El vendedor de cuentos [Fragmento]
Jostein Gaarder
(Ed. Siruela, 2002)

Estaba oscuro y sospechosamente tranquilo
Einar Turkowski.
(Ed. Libros del Zorro Rojo, 2007)

Gracias gracias gracias a todos los que habéis participado y comentado, por aquí y por allá :-)

15 abril 2017

(un recopilatorio de librosfera)






la historia es como sigue:

la semana de sant jordi de 2016, la librería la calders (facebook - twitter) hizo un llamamiento para que todo aquel que quisiera fuera a la librería a leer en voz alta textos propios o ajenos.

susanna àlvarez (con quien nos vamos encontrando por aquí y por allá) y yo quedamos allí una mañana para leernos mutuamente, y para leer a todo aquel que pasara por allí.

disfruté mucho seleccionando los textos (en mi caso, ajenos) que quería leer en voz alta. y no me dio tiempo a leerlos todos, pero se me ocurrió una idea...

...y esa idea, es esta especie de fanzine pirata de las fotos de ahí arriba.

digo "pirata", porque legalmente se trata de eso. no hay otra palabra para describirlo. en el fanzine están incluidos los textos que seleccioné para leer en voz alta en la calders en abril de 2016. textos que proceden de libros cuyos derechos de autor no han caducado todavía.

así que sí: soy una pirata.

en mi defensa, alegaré que los fanzines no se venden.
de los 50 ejemplares, me he reservado 40 para regalar a amigos, conocidos, escritores, lectores, y gente varia a la que aprecio y admiro mucho, y los 10 restantes, he pensado en sortearlos entre las personas que los pidan por aquí o por twitter.

así que si queréis un ejemplar, podéis dejar un comentario aquí mismo, dejándome vuestro correo electrónico (os recomiendo que lo hagáis con el formato "minombre(arroba)correo(punto)com" para evitar spam). el 23 de abril haré el sorteo y me pondré en contacto con los ganadores para pedir direcciones de correo postal.

feliz abril.
feliz primavera.
feliz sant jordi.
feliz lectura.

(y si eres un autor incluido en el recopilatorio, por favor no me denuncies. gracias.)

ps: besos a todos los VIP que ya tenéis el fanzine con vosotros y habéis venido aquí a buscar respuestas a la pregunta "¿qué es esto?". espero haber respondido satisfactoriamente. si no, los comentarios también están abiertos para vosotros :-)

19 marzo 2017

Sopa de piedra para Amarillo Indio

Tiende sus dibujos en tuiter como quien tiende ropa. Es un sol del Raval que canta por la calle. A veces hace fotos de lavadoras, esquinas, árboles y pinta carreteras que parecen de Richter. Dibuja perros jugando al póker y ratas muy graciosas. En su casa, Houellebecq dice gol. Si el partido es difícil calienta Walser. Tiene un hijo pequeño que canta y come almendras. Le gustan las naranjas, la luz que estalla y la que está debajo y no sale. Cuando quiere, puede ser Rembrandt y La Tour haciendo que la luz respire en los oscuros. Da pincelas con ritmos raros, como si Monet pintase mientras escucha a Zappa. Sabe cuando es de noche y no se cansa de los pesaos. Es vida en la piedra pero pesa tan poco como un ángel que se muere de risa.

(Panadera ufana)

Espero con impaciencia los dibujos de amarilloindio porque sé que siempre me van a dejar pensando, ¡claro! ¿cómo no se me ocurrió a mí? ¿cómo no hice yo esos dibujos si los puede hacer un niño de 40º?

(Shichimi)

Hay una rata que tiembla. Pero yo creo que el que tiembla es él.

Sus dibujos me recuerdan a las bolsas de plástico que se enganchan en los matorrales de las medianeras; no sabes si es un gato que va a saltar a la carretera, propaganda de Carrefour o un hombre enfurecido que espera agazapado para lanzarte una piedra. Por eso me gusta, sea lo que sea nunca será inofensivo.

(Superchango)

Tot adolescent intens ha imaginat un mapa d’un món que només existia en el seu pensament. Alguns fins i tot l’han dibuixat, amb més o menys detall. Tinc la sensació que Amarillo Indio ha fet un zoom al google maps del seu planeta imaginari per apropar-nos els personatges que l’habiten.

L’escenari on prenen vida és tan tan personal que és universal. I hi ha rates. I un poeta la bufanda del qual sosté el seu ego i el manté levitant. I no hi ha coriandre, que sempre és d’agrair.

És un món tan fet a sí mateix que crec que per que estiga viu no fa falta ni el mateix Amarillo Indio. Sí, crec que Amarillo Indio no existeix, però el seu univers sí. Crec que els seus personatges es dibuixen a ells mateixos: es reuneixen diàriament en l’espai blanc ingràvid on viuen i decideixen qui dibuixa a qui i què dirà cadascun en les escenes. Riuen molt, mentre planegen la següent vinyeta. S’ho arreglen ells tot sols: participants, guió, traç, enquadrament... per això són tan delirants, i tan deliciosos.

Mentrestant, els internautes (encara diu algú “internautes”?), prenem a pessics els bocins de realitat virtual que se’ns regala, sabent que si la tastes ja no pots parar.

Llarga vida a internet, i llarga vida a l’univers Amarillo Indio.

(Alba Camarasa)

Amarillo Indio es una dosis de humor diaria.

Reviso sus viñetas y tras cada una se repite el pensamiento en mi cabeza “joder, es buenísimo, cómo no se me había ocurrido antes”.

Hilar fino, la información justa a nivel narrativo y visual, el mensaje conciso y contundente.
Dos tintas y casi nunca un trazo lineal. Personitas y otros seres indescifrables que como si de una réplica nuestra se tratasen, nos ponen en evidencia una y otra vez. Un humor ácido y absurdo al mismo tiempo. Una explosión de sabores en tu cabeza.

Otro pensamiento “ese dibujo es como yo, voy a retuitear”.

Twitter es ese contenedor donde se encuentran las cosas más feas y más bonitas que existen.

Y después está Amarillo Indio. Y el humor, repartiendo todo el rato. Y certero, siempre certero.

Es como si alguien le hubiese planteado la premisa de dibujar con la mínima expresión narrativa y visual para explicar algo. Y él encontrase siempre la síntesis adecuada. Como un gol de penalti. Está claro, parece fácil pero a ver quién consigue meterla a la primera, y perdonen la expresión.

Bravo, Amarillo Indio.

(Gloria Picó)

els dibuixos de l'amarillo per mi són com fils, per això he escrit això.

fils

la mare cus uns botons. jo jugo amb les agulles, amb els gafets, un guix de marcar, una foto del meu avi, una bossa amb automàtics i uns imperdibles lligats els uns amb els altres. són imperdibles, clar.

de tant en tant, apropa la cara a la caixa de cosir i remena amb els dits entre els fils. hi ha un munt. del blau petroli en queda molt, només el va fer servir per sargir uns mitjons. del blau cel en queda poc també, però tenim tres vermells, un verd fulla de ceba tendra i un fulla d'olivera, a prop dels marrons, que semblen troncs de llenya al costat del negre d'estufa de ferro colat.

per sobre de tots, sempre fa nosa una gran bobina de fil d'embastar, amb un blanc trencat del cotó, i una de petitona per les camises bones, d'un blanc massa blanc pel meu gust.

la mare cus, talla, fa nusos amb dos dits, enfila l'agulla, remena i compara botons, i amb cada gest surten volant trossets de fil, que cauen sobre meu i sobre el gres vainilla.

i jo m'ajupo, empenyo suaument amb el dit, i veig que el fil groc, acaba de dibuixar un nas.

(Falcó)

Es 22 de febrero (me acuerdo porque es día de cumpleaños familiar). Hablo con Julio sobre su manera de estar en Twitter y sobre sus dibujos.

- ¡Pero si soy diáfano! - insiste Julio.
- ¡Que no, que hay algo más que eso! - digo yo, con la risa nerviosa escapándoseme.
- A ver, por ejemplo… déjame enseñarte unos dibujos…

Echa mano del móvil, busca durante medio minuto, y da con esta historieta.




Me la leo varias veces, y le digo que hay algo más, y me pide que le explique, pero a veces hablando me cuesta encontrar las palabras, porque tengo las ideas todas revueltas y no sé ordenarlas en un discurso coherente tipo nesquick, instantáneo, sino que tengo que sentarme y escribirlas y jugar con ellas, moverlas arriba y abajo en forma de líneas de documento de word, hasta que creo que dicen algo que se parece más a lo que quiero decir (aunque nunca estoy del todo segura). Así que le digo que se lo explicaré por escrito, que se espere un poco. Y ahora probablemente ha esperado tanto (casi un mes), que... ¡boh!

Entiendo lo que quieres decir, Julio. Efectivamente, es diáfano. Es como tus “Ya es de noche”. Pero en lo diáfano también pueden esconderse cosas. Hay muchos lugares donde pueden disimularse. Está la ironía, están las fuentes de las que bebes, están los personajes que escoges, está la relación entre el dibujo y el texto, están los lugares comunes extrañados, están los temas que tratas, están las citas y los homenajes...

Tus viñetas pocas veces dicen una sola cosa. Suelen decir varias a la vez. Y no siempre son evidentes. Como tus tuits. Tú sabes dónde estás, qué estás haciendo, qué acabas de leer o escuchar o vivir… pero no siempre lo sabemos los demás. Y ese misterio que te sale sin querer es (creo que puedo afirmarlo así, generalizando un poqui) lo que a muchas nos gusta de leerte.

Y de todas esas cosas que hay ahí arriba, ¿cuáles están escondidas en esa historieta? ¿Qué están diciendo esos dos dibujos? Están poniendo palabras a algo que nunca se dice de esa manera. Los que piensan eso que está escrito, nunca lo reconocerían así honestamente, aunque muchos de los que los escuchamos sabemos oír la cancioncilla que se esconde tras la máscara. Está, por tanto, el humor que provoca el ver a esos dos “hilillos” a cara descubierta, jugando con todas las cartas boca arriba. ¿Es diáfana la honestidad total? Lo sería si estuviéramos acostumbrados a ella, pero como no es así, está el salto entre la hipocresía de lo que se dice en realidad y lo que se esconde detrás de ella y que tú has escrito en esas viñetas. Y si además, haces que esas verdades las digan dos personajillos cantando (¡el contexto, el contexto!), todavía hay una construcción más… que no es que esconda nada, no es un tabique en el diáfano loft de la historieta, pero sí que añade algo inesperado, no evidente, y que dibuja sombras en el conjunto.

Y eso.

***

Amarillo Indio es Julio César Pérez.
Lo pueden encontrar en Twitter, Instagram, y también en un libro de Belleza Infinita (aunque hay más en camino).

Gracias a Panadera, a Shichimi, a Superchango, a Alba, a Gloria, y a Falcó.
Sin ellas esta sopa de piedra para Amarillo Indio no habría salido ni la mitad de sabrosa.

Y gracias Julio por tu generosidad.
(Y no me refiero a la hamburguesa. ¡Esa te la debo!)

04 enero 2017

2016 - la lista

Como siempre, en orden de lectura, los libros que he leído este año con los que más he disfrutado...

Los perales tienen la flor blanca, de Gerbrand Bakker.
[novela. puñetazo]

Cruzando el bosque, de Emily Carroll.
[cómic. cuentos escalofriantes]

El Powerbook, de Jeanette Winterson.
[novela. winterson. la sigo adorando.]
Tal vez así sea como es, la vida flotando suavemente sobre la memoria y la historia, el pasado, regresando o no, dependiendo de la marea. La historia es una colección de objetos que encontramos lavados por el tiempo. Bienes, ideas y personalidades emergen a la superficie hasta nosotros y luego vuelven a hundirse. Algunas cosas las pescamos, otras las ignoramos, y a medida que la pauta cambia, también lo hace el significado. No podemos confiar en los hechos. El tiempo, que todo lo devuelve, todo lo cambia.

El viento en los sauces, de Kenneth Grahame.
[novela. campestre y británica.]
(Por supuesto nosotros sabemos que estaba equivocado, y que tenía una visión muy limitada, porque en realidad esas cosas tienen mucha importancia, aunque sea demasiado largo explicar por qué.)

La última noche del mundo, de Ray Bradbury.
[relato. ciencia ficción realista.]
- No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?
- No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.
[Sé que Bradbury me perdona por esto…]

El hombre sin talento, de Yoshiharu Tsuge.
[cómic. deliciosamente deprimente.]

Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson.
[novela. maravilla.]

La ternura de las piedras, de Marion Fayolle.
[cómic. otro puñetazo.]
Había en él un poco más de ternura que antes, pero seguíamos cortándonos los dedos y lastimándonos si lo abrazábamos demasiado fuerte.

La niña invisible y otros cuentos, de Tove Jansson.
[cuentos. entrañables.]
Pequeños espejos, fotografías de familia enmarcadas con seda, conchas, gatos y hemules de porcelana que descansaban sobre paños hechos a ganchillo, frases bonitas bordadas con hilo de seda o de plata, vasos muy pequeños o teteras con formas de mymlas, es decir, todo lo que hace que la vida sea más fácil y menos peligrosa.

La esposa joven, de Alessandro Baricco.
[novela. baricco on steroids.]
El Hijo.
***

¿Y ustedes?
¿Han hecho balance del año?

03 enero 2017

Los 12 libros de Murdock

Algún día deberíamos (ella o yo) intentar explicar qué es esto nuestro que nos traemos entre manos.
Pero ese día no es hoy.

Hoy os vengo a explicar que en la relación que mantengo con Jean Murdock (autora de Los poetas que no fueron, La agenda del estudiante, el blog Cómetelafresa, las huellas en la Línea amarilla, ¿De dónde vienen las cosas? en la Revista Rosita, y mucho mucho más) siempre hay un trasiego de recomendaciones literarias arriba y abajo. Hasta aquí, y conociéndonos un poco a ambas, nada nuevo. Al grano, Librosfera.

Como de cada diez libros que alguien me recomienda puedo leer uno (siendo optimistas), suelo tener listas de libros pendientes por todas partes, sobre todo en libretas de papel, aunque también en un par de sitios online. De vez en cuando echo mano de esas listas, aunque también suelo dejarme tentar por cosas que pasan por mis manos en la biblioteca y de las que he oído hablar, o que por lo que sea me llaman la atención.

En definitiva: hay demasiados libros y demasiado poco tiempo.
Y si eres de gustos misceláneos, como yo, las posibilidades son infinitas.

Pero Murdock... Murdock es insistente. Y hay una serie de libros que aparecen una y otra vez entre sus referentes y recomendaciones. Y pensé, se me ocurrió, el Plan de Lectura Murdock (PLM) para 2016.

El PLM2016 ha consistido en leer uno de los libros más frecuentemente recomendados por Murdock cada mes durante todo el año. Un total de 12 libros. Y ahora que 2016 ya se ha acabado, puedo decir que he completado el PLM con éxito, y he pensado en compartir por aquí esa lista de títulos, por si alguien querría animarse con un PLM2017.

Por orden cronológico (aunque el orden no tiene que ser necesariamente este):

Enero: Caída y auge de Reginald Perrin, de David Nobbs.
(una comedia muy británica y muy entrañable. y el orden de los factores, en el título, sí altera el producto)

Febrero: 1280 almas, de Jim Thompson.
(un western del que querréis hablar con alguien al terminarlo)

Marzo: El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers.
(no lo leí en el momento adecuado, o quizás fue el leerlo en inglés... creo que Murdock no me ha perdonado todavía la falta de emoción con esta lectura)

Abril: El viento en los sauces, de Kenneth Grahame.
(¡menos mal que este no pudo gustarme más! no creo que nuestra amistad hubiera tolerado otro desencuentro)

Mayo: Historias del señor Keuner, de Bertolt Brecht.
(breve pero intenso. para disfrutar a sorbitos)

Junio: Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson.
(puedo ver el hilo que lo une al libro de McCullers, pero este lo disfruté más)

Julio: La sonrisa del flamenco, de Stephen Jay Gould.
(ensayo científico. si no hubiera sido por ella, no creo que hubiera leído nunca sobre evolución. ¡muy ameno!)

Agosto: Algo elemental, de Eliot Weinberger.
(no sé explicarles qué hace Weinberger. la mezcla de poesía y conocimiento de este ensayo es maravillosa)

Septiembre: El arpa de hierba, de Truman Capote.
(¡subámonos a los árboles!)

Octubre: Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson.
(maravillosa novela, maravillosos personajes. pensaba que Murdock se estaba pasando con Jackson, pero no)

Noviembre: El hospital de ranas, de Lorrie Moore.
(hum... este también ha sido un poco desinflante. para la historia que tiene que contar, no me parece que lo haga de modo especialmente destacable. no me ha llegado)

Diciembre: Los seres queridos, de Evelyn Waugh.
(sin quererlo, el año ha sido capicúa, y la última lectura vuelve a ser un autor británico riéndose de la muerte)

Ahí están, por si gustan.
Alguno de estos libros va a estar entre mis favoritos del año.
Pero esa es otra lista, que deberá ser contada en otra ocasión (próximamente...).

22 diciembre 2016

El Hijo

La Esposa joven sabía cómo era, pero no tan bien, o con tanto detalle, o de una manera clara en especial. En realidad, el Hijo le había gustado precisamente porque no era comprensible, a diferencia de todos los demás chicos de su edad, en los que no había nada que comprender. La primera vez que lo vio, le chocó por la elegancia de enfermo con que ejecutaba sus gestos, así como por cierta belleza de moribundo. Estaba perfectamente, por lo que ella sabía, pero alguien que tuviera los días contados se habría movido como él, se habría vestido como él y, especialmente, se habría callado a ultranza como él, para hablar sólo de cuando en cuando, en voz baja y con una intensidad irrazonable. Aparecía como marcado por algo, pero que se trataba de un destino trágico era una deducción un tanto demasiado literaria que la Esposa joven aprendió pronto, e instintivamente, a superar. En realidad, en la maraña de esos rasgos fragilísimos y esos gestos convalecientes, el Hijo escondía una terrible avidez de vida y una rara facilidad de imaginación: virtudes ambas que en esos campos resultaban de una inutilidad espectacular. Todo el mundo lo consideraba inteligentísimo, algo que para la sensibilidad común equivalía a considerarlo anémico, o daltónico: una enfermedad inofensiva y elegante. Pero el Padre, desde la distancia, lo espiaba y sabía; la Madre, desde más cerca, lo protegía e intuía: tenían un hijo especial.

***

El Hijo que Baricco ha creado para La Esposa joven entra directo a mi colección de descripciones favoritas de personajes. Podría quedarme a vivir en esa frase que dice "virtudes ambas que en esos campos resultaban de una inutilidad espectacular"...

26 septiembre 2016

Anécdotas

- Hace cinco años, o quizá seis, me senté en un asiento del tren en el que algún niño había dejado olvidada una revista infantil. La cogí, me puse a hojearla, y vi en la última página las direcciones de chicos que deseaban mantener correspondencia con otros. Había una chiquilla de Alaska, cuyo nombre me llamó la atención: Heather Falls. Le envié una tarjeta. ¡Dios mío, me pareció algo totalmente inofensivo y agradable! Me respondió inmediatamente y su carta me sorprendió: era un relato muy inteligente de la vida en Alaska, con descripciones encantadoras del rancho ovejero de su padre y de las auroras boreales. Tenía trece años y me envió una fotografía suya. No era una chica guapa, pero sí de aspecto inteligente y amable. Busqué en un viejo álbum familiar y encontré una instantánea mía, de cuando tenía quince años, hecha durante una excursión de pesca. Una foto al aire libre en la que yo sostenía una trucha en la mano. Parecía bastante reciente. Le escribí a la chica como si siguiera siendo el muchacho de la foto y le conté que me habían regalado una escopeta por Navidad, que nuestra perra había tenido cachorros y los nombres que les pusimos. Le describí también las atracciones de un circo que acababa de pasar por el pueblo. ¡Ser de nuevo un adolescente que se hace mayor y tener un amor platónico y lejano, en Alaska...! Bueno, era algo divertido para un viejo que se sienta a solas a escuchar el tictac de su reloj. Más tarde, la chiquilla me escribió diciéndome que se había enamorado de un muchacho que había conocido y sentí un auténtico ataque de celos, como le hubiera ocurrido a cualquier chico de esa edad. Pero seguimos siendo amigos. Hace dos años, cuando le escribí diciéndole que me preparaba para entrar en la Facultad de Leyes, me envió una pepita de oro: para que me trajera suerte, me dijo.

***

Hay anécdotas ficticias que, por algún motivo que no atino a saber explicar, suenan tan reales que algún día sería capaz de confundirlas. "Alguien me contó una vez que...", diré una vez, y no seré consciente de que en realidad no me lo contó nadie, sino que lo leí en una novela...

(Esta anécdota, por cierto, es de El arpa de hierba, de Truman Capote.)

09 abril 2016

Salsa di Pomodori

Se toman doce tomates maduros y se cortan longitudinalmente como si fuesen nuestro enemigo. Se encierran en un tarro con tapa y se calientan durante diez minutos.
Se pica una cebolla sin lágrimas.
Se corta una zanahoria a dados sin remordimientos.
Se desmenuza una rama de apio como si los canales y los surcos fuesen las hendiduras de nuestro pasado.
Se añade a los tomates y se cocinan sin tapar hasta que se rindan.
Se echa sal, pimienta y una pizca de azúcar.
Se pasa todo por un colador, un tamiz o una licuadora. No hay que olvidar quiénes son las verduras y quién es el cocinero.
Se retorna al fuego lento y se lubrica con aceite de olvida, éste se añade cucharada a cucharada, removiendo como una vieja bruja, hasta que se consiga la debida consistencia, de un espesor resbaladizo.
Se sirve sobre los espaguetis recién hervidos. Se cubre con parmesano fresco y troceado y albahaca picada. Los sentimientos crudos pueden añadirse ahora.
Se sirve. Se come. Se reflexiona.

***

Fragmento de El Powerbook, de Jeanette Winterson.

09 febrero 2016

Leonora

[...] se marchaban llevándose consigo un poco la gracia de aquella mujer que no era hermosa pero a la que encontraban sublime, cosa que, en aquel lugar lleno de arte, resultaba insólito, ya que ella no era música, no pintaba ni escribía, y se pasaba el día conversando con espíritus más brillantes que ella. Pero a pesar de que no viajara y de que no tuviera querencia por los cambios, a pesar de que muchas mujeres con el mismo destino no fueran sino elegantes, Leonora Acciavatti era un universo. De heredera prometida a engorro de su casta, el destino la había convertido en un alma soñadora dotada del poder del más allá, tanto que, junto a ella, uno sentía nacer ventanas al infinito y comprendía que sólo ahondando en un mismo se escapa de las cárceles.

***

Un personaje más para mi colección, este de La vida de los elfos, de Muriel Barbery (que, en general, está resultado más bien decepcionante - pero no la culpo... después de La elegancia del erizo, hubiera sido casi un milagro.)


12 enero 2016

2015 - la lista

Menos mal que sigo manteniendo la costumbre de llevar un diario de lecturas, porque llega el final del año y soy incapaz de hacer memoria de muchos de los libros que he leído durante los pasados doce meses... y la verdad es que con la cosecha de este pasado 2015 me ha costado hacer un "top ten" (tanto, que he hecho un poco de trampa), de tantas lecturas como hay que me han gustado muchísimo - aunque no tanto como para decir que sean IMPRESCINDIBLES. No hay nada imprescindible en esta vida. Pero si alguien cree que comparte gustos lectores conmigo, o le atraen los pequeños fragmentos que voy a dejar por aquí, quizás deba dar una oportunidad a alguno de estos libros...

[en orden de lectura]

Artesanos de la belleza de la propia vida, de Ángel Gabilondo.
[ensayo]

[...] no nos rindamos ante un mundo tecnocrático, tecnológico, técnico, que ha hecho de la utilidad un bien absoluto, y de la rentabilidad y del valor, el olvido de toda valentía o valor. El mercado ha venido a ser un mercado de valores. Todo se ha puesto perdido de valores. Pero el valor del que yo quiero hablar aquí es el valor de vivir, de hacer de nuestra vida una obra de arte, de dar belleza a nuestra propia vida. Quiero hablar de que seamos bellos por nuestra forma de vivir, de que vivamos de tal manera que resulte bello lo que hacemos.

Stoner, de John Williams. (¡Gracias Ilumi!)
[novela]

En su año cuarenta y tres de vida, William Stoner aprendió lo que otros, mucho más jóvenes, habían aprendido antes que él: que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una pesrona intenta conocer a otra.

Más o menos yo, de Miquel Duran. (¡Gracias tertulias de Al·lots!)
[novela]

Pasen por aquí...

La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine.
[ensayo]

[...] si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agostado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad...

Paisaje con grano de arena, de Wisława Szymborska. (¡Gracias Carmen!)
[poesía]

Ante hechos semejantes me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo que no importa.

The first bad man, de Miranda July. (¡Gracias Alfonso!)
[novela - en castellano: El primer hombre malo]

You know what? Forget what I just said. You’re already a part of this. You will eat, you will laugh at stupid things, you will stay up all night just to see what it feels like, you will fall painfully in love, you will have babies of your own, you will doubt and regret and yearn and keep a secret. You will get old and decrepit, and you will die, exhausted from all that living. That is when you get to die. Not now.

El barrio, de Gonçalo M. Tavares.
[nnnovela? relatos?]

El señor Calvino.
El señor Juarroz.

Green Town: el vino del estío y el verano del adiós, de Ray Bradbury. (¡Gracias Jordi!)
[novela]

- Tom, dime la verdad.
- ¿Qué verdad?
- ¿Qué ha ocurrido con los finales felices?
- Puedes verlos en el cine, los sábados por la tarde.
- Sí, pero ¿y en la vida real?
- Sólo sé decirte que cuando me acuesto de noche me siento muy bien. Es el final feliz del día. A la mañana siguiente me levanto y quizás las cosas anden mal. Pero me basta recordar que esa noche me iré a la cama, y que estar acostado un rato arregla las cosas.

The hours, de Michael Cunningham.
[novela - también traducida - y la película es estupenda]

I am trivial, endlessly trivial, she thinks. And yet.

El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle. (¡Gracias Tina!)
[nouvelle]

Sólo hemos de seguir adelante, con los ojos abiertos, contemplando con atención lo que hacemos sin pensar en nada ajeno a la tarea. Entonces, fluimos con la noche.

***

Y la trampa que les decía: a estos diez, no me resisto a añadir...

Dos libritos de narrativa infantil:
- Historia de Nadas, de Andrés Barba y Rafa Vivas (¡Gracias Piu!).
- ¿No hay nadie enfadado?, de Toon Tellegen y Marc Boutavant (¡Gracias Glòria!).

Dos cómics:
- Asterios Polyp, de David Mazzucchelli.
- Yo, asesino, de Antonio Altarriba y Keko.

***

Los comentarios están abiertos, por si a alguien le apetece dejar su mejor lectura del año...

31 diciembre 2015

El libro justo en el momento justo

- ¡Pero tú eres el incinerador jefe! ¡En tu casa no puede haber libros!
- El delito no es tener libros, Montag, ¡es leerlos! Sí, de acuerdo. Yo tengo libros. ¡Pero no los leo!
Aturdido, Montag aguarda la explicación de Beatty.
- ¿No ves la belleza, Montag? Yo no leo nunca. Ni un libro, ni un capítulo, ni una página, ni un párrafo. Pero sé jugar con la ironía, ¿no es cierto? Tener miles de libros y no abrirlos nunca, darle al montón la espalda y decir: No. Es como tener una casa llena de hermosas mujeres y sonreír y no tocar... ni una sola. De modo que ya ves, no soy ningún delincuente. Si alguna vez me pillas leyendo, sí, ¡entrégame! Pero este lugar es tan puro como el dormitorio de una muchacha virgen en una lechosa noche de verano. Estos libros mueren en los estantes. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Ni mi mano ni mis ojos ni mi lengua les dan alimento o esperanza. No valen más que el polvo.
- No entiendo cómo no te sientes...
- ¿Tentado? - exclama el jefe de bomberos -. Oh, eso fue hace mucho. La manzana fue comida y ya no existe. La serpiente ha vuelto al árbol. El jardín es hierbajos y moho.
- En un tiempo... - Montag titubea y luego sigue: - En un tiempo tú debes haber querido mucho los libros.
- ¡Touché! - responde el jefe -. Por debajo del cinturón. En la mandíbula. Con el corazón partido. Las tripas abiertas. Oh, Montag, mírame. El hombre que amaba los libros; no, el muchacho disparatado, demente por ellos, que se trepaba a las pilas como un enloquecido chimpancé.
"Me los comía como si fueran ensalada; los libros eran para mí el sandwich del almuerzo, la merienda, la cena y el bocado de medianoche. ¡Arrancaba las páginas, me las comía con sal, las ensopaba con deleite, mordisqueaba las costuras, pasaba capítulos con la lengua! Docenas, cientos, billones de libros. Llevé tantos a casa que anduve años jorobado. Filosofía, historia del arte, política, ciencias sociales; nombra el poema, el ensayo, la obra de teatro que quieras: me los comí todos. Y después... después... - la voz del jefe de bomberos se apaga.
Montag lo apremia: - ¿Y después?
- Bueno, me sucedió la vida. - El jefe cierra los ojos para recordar. - La vida. Lo de costumbre. Lo mismo. El amor que no marcha del todo, el sueño que se vuelve agrio, el sexo que se hace pedazos, las muertes demasiado rápidas de amigos que no lo merecen, el asesinato de uno, la locura de otro, la lenta muerte de una madre, el suicidio brusco de un padre... una estampida de elefantes enfurecidos, un ataque total de la enfermedad. Y por ninguna parte, ninguna, el libro justo en el momento justo para rellenar la grieta de la presa que se viene abajo y contener la inundación, o recibir una metáfora, perder o encontrar un símil. Hacia el final de los treinta años, al borde ya de los treinta y uno, recogí mis pedazos, cada hueso roto, cada centímetro de carne escoriada, magullada o herida. Me miré en el espejo y perdido bajo el asustado rostro de un joven vi un viejo, vi odio por todo, por cualquier cosa, nombra la que sea y la maldeciré, y abrí las páginas de los magníficos libros de mi biblioteca y ¿qué encontré? ¿Qué, qué?
Montag se aventura: - ¿Páginas vacías?
- ¡Premio! ¡Sí, en blanco! Bah, estaban las palabras, de acuerdo, pero me resbalaban por los ojos como aceite caliente, sin ningún significado. Sin ofrecer ayuda, ni consuelo, ni paz, ni abrigo, ni amor verdadero, ni cama ni luz.
Montag recuerda - Hace treinta años... Las quemas finales de bibliotecas...
- Acertado. - Beatty asiente. - Y como no tenía trabajo, y era un romántico fracasado, o lo que fuese, me presenté para la primera clase de bomberos. Primero en subir los escalones, primero en entrar en la biblioteca, primero en ese horno, el corazón ardiente de sus compatriotas siempre en llamas, ¡rocíenme con kerosene, pásenme la antorcha!

***

En El zen en el arte de escribir, Ray Bradbury relata esta escena que escribió para la obra de teatro basada en Fahrenheit 451, en la que Beatty, el jefe de bomberos, explica a Montag su motivación para convertirse en quemador profesional de libros.

El último día del año, la última entrada del año.
Que 2016 les traiga libros justos en los momentos justos para rellenar las grietas de la presa que se viene abajo y contener la inundación.

18 septiembre 2015

John Huff

Los hechos acerca de John Huff, de doce años, son simples y se enumeran pronto. Podía descubrir más rastros que cualquier indio choctaw o cherokee desde el principio de los tiempos, podía saltar del cielo como un chimpancé de una rama, podía zambullirse, nadar debajo del agua dos minutos, y salir a la superficie cincuenta metros más allá, río abajo. Si uno le tiraba una pelota de béisbol la devolvía golpeando manzanos y echando abajo cosechas enteras. Podía saltar muros de huertas de dos metros de alto; subirse a un árbol y descender cargado de melocotones con más rapidez que cualquier otro de la pandilla. No era un fanfarrón. Era bueno. Tenía el pelo oscuro y rizado, y dientes blancos como la nata. Recordaba las letras de todas las canciones de cowboys y se las enseñaba a uno, si uno quería. Conocía los nombres de todas las flores silvestres, y cuándo salía y se ponía la luna, y cuándo subían o bajaban las mareas. Era, en verdad, el único dios vivo en todo Green Town, Illinois, y del siglo veinte que conocía Douglas Spaulding.

***

John Huff, otro personaje para mi lista de favoritos, y no sé por qué no lo hice antes, pero he creado ahora una etiqueta donde están todos juntos.

Ah. Se me olvidaba. Es, por supuesto, de Green Town: El vino del estío / El verano del adiós de Ray Bradbury.

14 septiembre 2015

Ser Tom y ser Doug

- Los cucuruchos de helado no duran.
- Vaya tonterías dices.
- Los cucuruchos de helado se acaban siempre. En cuanto muerdes la parte de arriba, ya estás mordiendo el fondo. En cuanto salto al lago al principio de las vacaciones salgo por el otro lado, de vuelta a la escuela. No me extraña que me sienta mal.
- Depende de cómo lo mires - dijo Doug -. Cielos, piensa en todas las cosas que ni siquiera has empezado todavía. Hay un millón de cucuruchos de helado por delante y diez mil millones de tartas de manzana y cientos de vacaciones de verano. Miles de millones de cosas esperando ser mordidas o tragadas o zambullidas.
- Sólo una - dijo Tom -. Me gustaría una cosa. Un cucurucho de helado tan grande que pudieras seguir comiéndolo y no tuviera fin y pudieras ser feliz con él eternamente. ¡Vaya!
- No existe ese cucurucho de helado.
- Una cosa es todo lo que pido - dijo Tom -. Unas vacaciones que no tengan último día. O una matiné con Buck Jones, chico, cabalgando eternamente, disparando, y los indios cayendo como botellas de refresco. Dame una cosa que no tenga principio ni fin y me volveré loco. A veces me siento en el cine y lloro cuando aparece "Fin" para Jack Hoxie o Ken Manyard. Y no hay nada tan triste como la última palomita de maíz del fondo de la bolsa.
- Será mejor que tengas cuidado - le advirtió Doug -. Va a darte otro ataque en cualquier momento. Recuerda, maldición, hay diez mil matinés esperándote.
- Bueno, aquí estamos, en casa. ¿Hemos hecho algo hoy por lo que nos puedan dar una somanta?
- No.
- Entonces entremos.
Lo hicieron, cerrando la puerta al pasar.

***

A veces soy un poco Tom.
Otras, un poco Douglas.
En cualquier caso hoy, para mí, es la última palomita del fondo de la bolsa.
Y El vino del estío / El verano del adiós (ed. Minotauro) de Ray Bradbury, han sido con diferencia los libros más preciosos que he leído este verano.
Le debo esta lectura a Jordi Puig, que publicó en su blog el primer capítulo de El vino del estío.
Tomen nota y léanlo, pero esperen un poco todavía.
Esperen hasta el próximo verano.


28 agosto 2015

El señor Calvino

EL SOL

Calvino tenía en las manos un libro cuya tapa estaba ya por completo desteñida por el sol. Lo que antes era color verde oscuro estaba ahora transformado en un verde tranquilísimo, casi transparente.
Miró los otros libros de la estantería. Todos estaban perdiendo su color original, como si la luz del sol masticara o royese - sí, eso parecía el trabajo de un roedor sutil - la tapa de los libros.
Un libro, por ejemplo, que había sido colocado hacía menos de un mes en ese lugar de la casa donde el sol, a determinadas horas del día, incidía directamente, presentaba un aspecto curioso: sólo una línea de la parte de arriba había perdido el color, hacia abajo el resto de la tapa mantenía el vigor de la coloración inicial. No se sabe por qué asociación de ideas, pero Calvino se acordó de las diferencias entre las zonas del cuerpo tapadas o no tapadas, durante el verano, por el traje de baño.
Miró de nuevo la estantería y las tapas sin color y súbitamente se dio cuenta de todo: el origen primero del fenómeno, los verdaderos motivos de aquel acontecimiento que alguien podría clasificar, sólo en la superficie, como un acontecimiento químico. Pero no era así tan simple. Calvino no estaba delante de una mera alteración de sustancias, había allí una voluntad, una fuerte voluntad que se diría muñida de músculos frágiles. Y esa voluntad insuficiente venía del sol: el sol quería abrir los libros, su luz se concentraba, con toda la potencia, en la tapa de un libro porque lo quería abrir, quería entrar en la primera página, leer las narraciones, reflexionar a partir de grandes grises, emocionarse con los poemas. El sol quería simplemente leer, lo ambicionaba como el niño que está listo para entrar en la escuela.
Calvino meditó. De hecho, no se acordaba de haber visto una única vez un libro abierto al sol en una de sus páginas. Bien vulgar era que alguien, al aire libre, posara un libro en una mesa o en un banco de jardín (o incluso en el suelo), pero siempre, se daba cuenta ahora Calvino, siempre con las duras tapas cerrando su contenido, cubriendo el acceso a las principales palabras.
Era hora de que alguien actuara. Era hora de que alguien agradeciera ese toque cariñoso que en ciertos días la luz del sol proyectaba en el rostro del hombre, tranquilamente, más como salvándolo de una gran tragedia, de la desesperación, a veces incluso del suicidio.
Calvino miró de nuevo hacia los libros en la estantería contemplada por el sol. Rápidamente pasó los ojos por los lomos. Estaba recogiendo un libro para que alguien leyera. Con atención profunda elegía el libro más apropiado; no estaba, nótese, eligiendo de acuerdo a su gusto, sino de acuerdo al gusto del otro. Y finalmente sacó el libro.
- ¡He aquí un buen primer libro para un lector! - exclamó Calvino para sí mismo.
Lo abrió enseguida, en la primera página, pasada la ficha técnica (¿quién la lee?) y posó el libro, así, abierto, en el comienzo de la narración, de cara al punto por donde el sol acostumbraba a bajar:

Alicia comenzaba a hartarse de estar allí sentada al lado de la hermana, en la orilla del río, sin hacer nada.

Al día siguiente regresaría de nuevo para volver la página. Y en los días siguientes haría lo mismo hasta el final del volumen. Y si, después de eso, la luz del sol continuara forzando la entrada en los libros, Calvino respetaría ese ímpetu evaluándolo como la ansiedad de un lector que ya ha comenzado y no quiere parar, no puede: quiere leer más.
Si fuera el caso, Calvino elegiría otro libro - colocando algo nuevo bajo el sol -, después otro y otro, y regresaría todas las mañanas, sin falta, antes de que naciera el día, para volver la página.

***

El señor Calvino, vecino del señor Juarroz en El barrio de Gonçalo M. Tavares (ed. Seix Barral).

Léanlo.
Nada más que decir.

22 agosto 2015

El señor Juarroz

LA BIBLIOTECA

Al señor Juarroz le gustaba organizar su biblioteca de manera secreta. A nadie le gusta revelar los secretos íntimos.
El señor Juarroz primero había organizado su biblioteca por orden alfabético de acuerdo al título de cada libro. Rápidamente, sin embargo, fue descubierto.
El señor Juarroz organizó después su biblioteca por orden alfabético, pero teniendo en cuenta la primera palabra de cada libro.
Fue más difícil, pero después de algún tiempo alguien dijo: "¡Ya sé!".
Enseguida el señor Juarroz reordenó la biblioteca, pero ahora por orden alfabético de la milésima palabra de cada libro.
En el mundo hay personas muy perseverantes, y una de ellas, después de mucho investigar, dijo: "¡Ya sé!".
Al día siguiente, asumiendo este juego como decisivo, el señor Juarroz decidió ordenar la biblioteca a partir de una progresión matemática compleja que envolvía el orden alfabético de una determinada palabra y el teorema de Gödel.
Así, para extrañeza de muchos, la biblioteca del señor Juarroz comenzó a ser visitada, no por entusiastas de la lectura, sino por matemáticos. Algunos pasaron tardes abriendo los libros y leyendo determinadas palabras, utilizando el ordenador para hacer largos cálculos, intentando así encontrar a toda costa la ecuación matemática capaz de desvelar la organización de la biblioteca del señor Juarroz. Era, en el fondo, un trabajo de descubrimiento de la lógica de una serie, semejante a:

2 / 9 / 30 / 93

Pues bien, pasaron dos, tres, cuatro meses, pero llegó el día. Un reputado matemático, completamente rojo y eufórico, sosteniendo, en la mano derecha, un bloque gigante cubierto de números, dijo: "¡Ya sé!", y presentó después la fórmula de la serie en que se basaba la organización de la biblioteca.
El señor Juarroz se quedó desanimado y decidió renunciar al juego. "¡Basta!"
Al día siguiente le pidió a su esposa que organizara la biblioteca como quisiera, pues él estaba harto.

Así fue. Nunca nadie más descubrió la lógica de la organización de la biblioteca del señor Juarroz.

***

El señor Juarroz es uno de los vecinos de El barrio, de Gonçalo M. Tavares (ed. Seix Barral).
Próximamente, el señor Calvino.