Según García Márquez, la literatura viene de Jonás, quien se la inventó cuando contó a su mujer que llegaba con tres días de retraso porque se lo había tragado una ballena. Según Bukowski, solo existe la literadura. Gertrude Stein dijo que la literatura la literatura la literatura. Luego llegó Joyce y añadió que la literamepicaelescrototuraesalgometengoquerascarqueWoolfhizomejor. Para Oscar venía del lado Wilde de la vida. Umbral no aclaró nada porque solo quiso hablar de su libro y King dijo que el fin justifica los miedos. En mi opinión, Sharp Wilt live forever y la respuesta es 42, pero para Kafka era el hacha que partía en dos el mar de hielo que llevamos dentro —y que Sarah se encontró hecho Waters—. A Cela le pareció que consistía en absorber agua por el ano; cuando Juan Ramón lo vio —Juan Ramón era un adelantado— dijo que todo sabía a beso menos eso. A Salinger le hubiera encantado explicarlo pero no le apetecía. Para Shirley Jackson, era una lotería. Para Shakespeare, era él. En opinión de Pessoa, la literatura es la forma más agradable de ignorar la vida y según Wodehouse, la fundación de los mejores amigos. Chesterton dijo que la literatura era un lujo y la ficción, una necesidad —dando así rienda suelta a la escatología—. Austen sostuvo que era una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero y poseedor de una gran fortuna lo que necesitaba era un libro —de ahí el Kamasutra—. Murakami Nobel día de hablar de ello en su discurso de agradecimiento. Karl Ove afirma que la literatura es su padre y Christopher Marlowe, que él es Elena Ferrante. Mario Vargas no osa, i Donna diu que això ja li agafa molt Tartt. A juicio de Elizabeth Gaskell, hay una dama en Cranford sin dientes bajo el velo; la literatura consiste, precisamente, en tapar una boca con velo para revelar que no tiene dientes. Lo de Brönte es mejor que lo vean. Yo creo que la literatura no te hace mejor ni peor, pero te acompaña mucho, por eso me figuro que viene de la soledad.
...by Jean Murdock [tumblr - twitter - huellas - ¡entrevista!]
[Texto aparecido el 3 de noviembre de 2017 en la sección "¿De dónde vienen las cosas?" de Revista Rosita.]
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12 noviembre 2017
19 febrero 2017
Lo acaricio, lo abro, lo leo.
“Hay una piedra en mi lectura”
Pequeño tratado mineral y geológico sobre lo que podría ser un libro…
(texto de Anne Herbauts)
Piedra, papel, tijera
El libro es una piedra. Pesado, inmóvil. Imperecedero (o casi). Casi intemporal. El libro es tiempo de lectura. Y la roca, lectura del tiempo.
El libro se compone de estratos (geologías) a diferentes niveles: en el corte, en el hilo de la lectura, en los relieves de la narración. Permanece inerte si no se abre. Sin embargo, cuando se da la vuelta a un guijarro, se descubren múltiples vidas ocultas, huellas, huecos, caparazones, nidos y gusanos. El libro oculta varias dimensiones. La segunda dimensión se encuentra en la hoja de papel (que, si rizamos el rizo, ya es una materia-volumen en sí misma), impresa, plana. Después, las hojas se agrupan en cuadernillos, donde encontramos la tercera dimensión, el volumen. Pero la verdadera dimensión del libro, donde el objeto de papel se convierte realmente en un libro, es la dimensión tiempo (cuarta dimensión), cuando el libro es manipulado, abierto, recorrido: es el desarrollo del libro, el tiempo de lectura.
Piedra
El libro no tiene una forma especial (un simple paralelepípedo rectangular), la piedra tampoco. El libro solo se convierte en especial cuando se lo escoge, cuando se lee. El guijarro se vuelve único y precioso solo cuando lo recogemos. (Los guijarros en los bolsillos - ¿por qué diablos he recogido esta piedra sin nombre?).
El guijarro es una piedra que cabe en la mano. El libro es papel que cabe en la mano. El guijarro. Lo acaricio, lo miro, lo leo. El libro. Lo acaricio, lo abro, lo leo. El guijarro es una masa cerrada, se lee rodeándolo. El libro es una forma abierta, se lee en el espacio (infinitamente vertical) entre las páginas en V.
Papel
¿Han viajado ustedes alguna vez por encima de las nubes? Deliciosos cúmulos de aire y agua, sólidos y aéreos al mismo tiempo, dibujados, aborregados, informes e infinitos. El papel del libro podría parecerse a ellos si lo devolviéramos con el pensamiento a su estado de masa de pasta de papel en suspensión en el agua. Su sensualidad: su blandura, su textura, su ruido, su cuerpo, páginas gastadas, las vidas del papel en sus huellas de lecturas. Sus olores. el gesto físico de pasar la página, el tiempo, su murmullo, el viento del libro. El vientre del libro.
Henos aquí, por la propia materia del libro, en diferentes universos de olores, de sonidos, de pliegues, de tactos. Así “entramos” en el libro.
El papel puede ser un paisaje, vacío, espacios, la unión entre texto e imagen, el cielo, la nieve, un blanco real, el silencio, límites o márgenes entre la imagen y el borde del libro. Los espacios en blanco del papel son también los tiempos “muertos” del libro (me entran ganas de decir sus “árboles silenciosos”), los espacios “ilegibles” o mudos – los márgenes, el hueco de los pliegues de las páginas. El espesor de las páginas, el volumen del libro, interfieren en la lectura. Aunque no se haya pensado en ellos, están presentes. forman parte del álbum y son necesarios – con una gran discreción.
Tijeras
Cortes del libro, pliegues, construcción, sangrías y saltos de página, de línea. Cosido. El ritmo del libro es imprimido, antes que el texto, antes que la narración, a través del formato, el número de páginas, el peso del papel, la densidad del texto, la colocación de las imágenes (a sangre o no) y la amplitud de los márgenes. Ahí se elabora ya la primera y tenue respiración del libro. El pulso del libro. En los pliegues.
El libro ofrece pliegues donde, bajo una fachada simple y modesta, puede escribirse el mundo, el universo, lo humano, por tramos verticales, densos, complejos, por ángulos, cortes, pero comprensibles por estar ligados con una costura a un opus llamado libro. El objeto libro da unión y redondez a través de las páginas, la narración y el desarrollo. Un hilo cuya madeja está trenzada con miríadas de espacios, con vacíos, con agujeros. Me gusta la imagen del seto. Es un límite, en un espacio domesticado – el jardín –, confortable, pero si se hunde la cabeza en él, se vuelve ilimitado, salvaje, extraño, infinitamente grande e infinitamente minúsculo. Como el álbum.
Hay que podar el seto para que siga siendo límite, legible y doméstico, y para que pueda ofrecer ese contraste de la vista exterior y de la vista interior. Un libro debe estar “podado”, construido, cortado (como una prenda de ropa debe estar cosida y cortada para que pueda ser llevada) para ser legible y permitir la lectura (el desplazamiento en el libro) y ofrecer los otros niveles de lectura, las zambullidas en los estratos de la imagen, del texto y sobre todo del entre texto e imagen, allí donde se escribe realmente, aunque invisible, el libro.
Todo esto se afina por lo general a través de la intuición. Por el ejercicio del libro.
Un guijarro en la charca
¿Y la imagen? Pintada o dibujada, propongo verla como una charca, con una visión de hojas y de reflejos brillantes, centelleantes, al nivel de la superficie. Esta imagen, si se cambia el punto de vista, de pronto bascula bajo el agua con un mundo recortado en niveles extraños, oscuros, de materias y masas de sombra.
La imagen se expresa en varios niveles. Se la puede leer muchas veces. Tiene el espesor del libro. A veces, cuando se tira una piedra en ella, se enturbia y se vuelve ilegible. Por un momento.
***
Texto aparecido en el número 19 de la revista Fuera de margen, dedicado al libro como objeto.
Anne Herbauts es una de mis autoras de literatura infantil favoritas (aquí les dejé un sorbito de uno de sus libros).
La traducción es de Mercedes Corral.
Pequeño tratado mineral y geológico sobre lo que podría ser un libro…
(texto de Anne Herbauts)
Piedra, papel, tijera
El libro es una piedra. Pesado, inmóvil. Imperecedero (o casi). Casi intemporal. El libro es tiempo de lectura. Y la roca, lectura del tiempo.
El libro se compone de estratos (geologías) a diferentes niveles: en el corte, en el hilo de la lectura, en los relieves de la narración. Permanece inerte si no se abre. Sin embargo, cuando se da la vuelta a un guijarro, se descubren múltiples vidas ocultas, huellas, huecos, caparazones, nidos y gusanos. El libro oculta varias dimensiones. La segunda dimensión se encuentra en la hoja de papel (que, si rizamos el rizo, ya es una materia-volumen en sí misma), impresa, plana. Después, las hojas se agrupan en cuadernillos, donde encontramos la tercera dimensión, el volumen. Pero la verdadera dimensión del libro, donde el objeto de papel se convierte realmente en un libro, es la dimensión tiempo (cuarta dimensión), cuando el libro es manipulado, abierto, recorrido: es el desarrollo del libro, el tiempo de lectura.
Piedra
El libro no tiene una forma especial (un simple paralelepípedo rectangular), la piedra tampoco. El libro solo se convierte en especial cuando se lo escoge, cuando se lee. El guijarro se vuelve único y precioso solo cuando lo recogemos. (Los guijarros en los bolsillos - ¿por qué diablos he recogido esta piedra sin nombre?).
El guijarro es una piedra que cabe en la mano. El libro es papel que cabe en la mano. El guijarro. Lo acaricio, lo miro, lo leo. El libro. Lo acaricio, lo abro, lo leo. El guijarro es una masa cerrada, se lee rodeándolo. El libro es una forma abierta, se lee en el espacio (infinitamente vertical) entre las páginas en V.
Papel
¿Han viajado ustedes alguna vez por encima de las nubes? Deliciosos cúmulos de aire y agua, sólidos y aéreos al mismo tiempo, dibujados, aborregados, informes e infinitos. El papel del libro podría parecerse a ellos si lo devolviéramos con el pensamiento a su estado de masa de pasta de papel en suspensión en el agua. Su sensualidad: su blandura, su textura, su ruido, su cuerpo, páginas gastadas, las vidas del papel en sus huellas de lecturas. Sus olores. el gesto físico de pasar la página, el tiempo, su murmullo, el viento del libro. El vientre del libro.
Henos aquí, por la propia materia del libro, en diferentes universos de olores, de sonidos, de pliegues, de tactos. Así “entramos” en el libro.
El papel puede ser un paisaje, vacío, espacios, la unión entre texto e imagen, el cielo, la nieve, un blanco real, el silencio, límites o márgenes entre la imagen y el borde del libro. Los espacios en blanco del papel son también los tiempos “muertos” del libro (me entran ganas de decir sus “árboles silenciosos”), los espacios “ilegibles” o mudos – los márgenes, el hueco de los pliegues de las páginas. El espesor de las páginas, el volumen del libro, interfieren en la lectura. Aunque no se haya pensado en ellos, están presentes. forman parte del álbum y son necesarios – con una gran discreción.
Tijeras
Cortes del libro, pliegues, construcción, sangrías y saltos de página, de línea. Cosido. El ritmo del libro es imprimido, antes que el texto, antes que la narración, a través del formato, el número de páginas, el peso del papel, la densidad del texto, la colocación de las imágenes (a sangre o no) y la amplitud de los márgenes. Ahí se elabora ya la primera y tenue respiración del libro. El pulso del libro. En los pliegues.
El libro ofrece pliegues donde, bajo una fachada simple y modesta, puede escribirse el mundo, el universo, lo humano, por tramos verticales, densos, complejos, por ángulos, cortes, pero comprensibles por estar ligados con una costura a un opus llamado libro. El objeto libro da unión y redondez a través de las páginas, la narración y el desarrollo. Un hilo cuya madeja está trenzada con miríadas de espacios, con vacíos, con agujeros. Me gusta la imagen del seto. Es un límite, en un espacio domesticado – el jardín –, confortable, pero si se hunde la cabeza en él, se vuelve ilimitado, salvaje, extraño, infinitamente grande e infinitamente minúsculo. Como el álbum.
Hay que podar el seto para que siga siendo límite, legible y doméstico, y para que pueda ofrecer ese contraste de la vista exterior y de la vista interior. Un libro debe estar “podado”, construido, cortado (como una prenda de ropa debe estar cosida y cortada para que pueda ser llevada) para ser legible y permitir la lectura (el desplazamiento en el libro) y ofrecer los otros niveles de lectura, las zambullidas en los estratos de la imagen, del texto y sobre todo del entre texto e imagen, allí donde se escribe realmente, aunque invisible, el libro.
Todo esto se afina por lo general a través de la intuición. Por el ejercicio del libro.
Un guijarro en la charca
¿Y la imagen? Pintada o dibujada, propongo verla como una charca, con una visión de hojas y de reflejos brillantes, centelleantes, al nivel de la superficie. Esta imagen, si se cambia el punto de vista, de pronto bascula bajo el agua con un mundo recortado en niveles extraños, oscuros, de materias y masas de sombra.
La imagen se expresa en varios niveles. Se la puede leer muchas veces. Tiene el espesor del libro. A veces, cuando se tira una piedra en ella, se enturbia y se vuelve ilegible. Por un momento.
***
Texto aparecido en el número 19 de la revista Fuera de margen, dedicado al libro como objeto.
Anne Herbauts es una de mis autoras de literatura infantil favoritas (aquí les dejé un sorbito de uno de sus libros).
La traducción es de Mercedes Corral.
03 junio 2016
La grieta
A Miguel Ángel Serna (editor de Dioptrías), le prestaron un micro durante un minuto en la Feria del Libro de Madrid y leyó esto, que reproduzco con su permiso:
No importa el esfuerzo que algunos dediquen a tratar de convencernos de que los libros y la literatura han de ser cosas a consumir: la literatura y los libros no son consumptibilia, no son consumibles, no son objetos desechables que dejen tras de sí una cáscara hueca cuando su interior ha sido devorado, cuando se agota su valor.
Tampoco importa cuánto inviertan algunos – y casi siempre serán los mismos – en tratar de convencernos de que los libros y la literatura han de ser cosas útiles: la literatura y los libros no son fungibilia, no son bienes de uso; no son herramientas cuyos fines se hallan fuera de sí mismas, que se gastan y se rompen con el uso hasta agotarse.
Los libros y la literatura pertenecen a esa otra esquiva categoria de cosas extrañas que ni se comen ni se usan y cuyo valor se juega en el espacio quebrado de lo simbólico, en el espacio del sentido: la literatura y los libros son mirabilia, maravillas, y en la naturaleza de la maravilla está el escapar al agotamiento, su ley es permanecer siempre inagotable precisamente porque pertenece al juego del sentido, a ese juego en el que nada se cierra nunca por completo, ese juego que consiste en una perenne apertura, una grieta por la que se cuelan y se escapan al mismo tiempo todos los sentidos possibles. Una grieta a la que podemos llamar lectura.
Esta grieta es la que convierte a todo lo verdaderamente literario en un ensayo, la que adorna a cada esfuerzo con la marca de la tentativa y de la provisionalidad, la que franquea el paso a la posibilidad inminente del fracaso. Todo buen libro es un ensayo imperfecto y la mejor literatura es siempre solo un prolegómeno roto para algo que está aún por llegar y que, por fortuna, nunca llega: para ese libro perfecto que tantos buscan, tan consumible que solo pueda consumirse, tan útil que solo pueda utilizarse... tan cerrado y agotado que ni siquiera necesite ser leído, solo comprado.
26 abril 2016
Del comprar y el leer
Chesterton, a quien vine a conocer mucho después, decía que una de las gracias de hacerse viejo es descubrir que el resto siempre tuvo la razón, y creo que ésta no es la excepción. No sólo porque ya me he descubierto mil veces diciendo que compré la última novela del escritor de turno, pero que aún no la leo, sino porque recién ahora caigo en cuenta de que el bloqueo del lector no bloquea nada sencillamente porque los libros no son sólo para leerlos. A fin de cuentas, cuando se compra un libro se paga por una promesa o una ilusión como cualquier otra —que se cumplirá quién sabe cuándo, que es cuando se cumplen las promesas— y la de los libros es siempre la misma: que ya tendremos tiempo, que tarde o temprano los problemas desaparecerán por arte de magia y nos despertaremos en una hamaca todavía jóvenes, hermosos, bronceados, con la vida por delante y una novela entre las manos. Al final, me digo, compramos libros sólo para desafiar a la física y confirmar que mientras más alta sea la pila que hay en casa, más tiempo tendremos para leer.
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Así termina un artículo de Gonzalo Maier que cacé el otro día en Twitter.
Léanlo entero cuando tengan un huequito. Vale la pena. Sobre todo después de la vorágine de Sant Jordi.
(A mí me ha dado ganas de leer más cosas de Maier. Esto, por ejemplo...)
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Así termina un artículo de Gonzalo Maier que cacé el otro día en Twitter.
Léanlo entero cuando tengan un huequito. Vale la pena. Sobre todo después de la vorágine de Sant Jordi.
(A mí me ha dado ganas de leer más cosas de Maier. Esto, por ejemplo...)
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Sant Jordi
11 marzo 2016
Nadie lee nada
En su ensayo Provocación (1982), Stanislaw Lem promulgó una provocadora Ley de Lem que consta de tres breves enunciados: “Nadie lee nada; los pocos que leen, no comprenden nada; a los pocos que entienden, se les olvida enseguida”. La cita está precedida por una observación acerca del temor de los editores a publicar libros debido a la habitual falta de tiempo, la oferta excesiva y la publicidad “demasiado perfecta”. Ni el carácter genérico de la ley, ni la exageración, y menos aún la ironía, logran desvirtuar el sentido de esas tres frases taxativas, escritas como en espiral, y que, a pesar de ir de menos a más -de ningún lector a los lectores más despiertos-, concluyen en la nada de la que partieron.
***
Así empieza este artículo de Jaime Fernández.
Les recomiendo su lectura. Pausada. Para reflexionar.
(A mí, personalmente, me ha convencido de que hace años que dejé de saber leer...)
***
Así empieza este artículo de Jaime Fernández.
Les recomiendo su lectura. Pausada. Para reflexionar.
(A mí, personalmente, me ha convencido de que hace años que dejé de saber leer...)
31 octubre 2015
Los ladrillos de la construcción
Los libros están hechos de frases, obvio, que son como los ladrillos de la construcción, y del mismo modo que es difícil reparar en la hermosura de un ladrillo, las frases, cuando leemos, pasan relativamente inadvertidas, arrastradas por el flujo del discurso, como debe ser. El detenerse demasiado en una frase es signo de inmadurez; lo que importa en un libro es el conjunto, el edificio verbal, no sus componentes. Y sin embargo es costumbre bastante difusa subrayar libros. El subrayado desmiente el edificio y realza el ladrillo, el humilde tabique comprimido entre mil tabiques idénticos; es una suerte de operación de rescate, como si cada subrayado dijera: salven esta frase de las garras del libro, liberen esta joya del pantano que la rodea.
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Fabio Morábito en "Subrayar libros" (hagan click para leer íntegramente), y que he encontrado en Twitter gracias a la muy recomendable cuenta de Eterna Cadencia.
PS: ... y a raíz de esto, me recomiendan la lectura de esto otro. #huellas.
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Fabio Morábito en "Subrayar libros" (hagan click para leer íntegramente), y que he encontrado en Twitter gracias a la muy recomendable cuenta de Eterna Cadencia.
PS: ... y a raíz de esto, me recomiendan la lectura de esto otro. #huellas.
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Leer es...
07 septiembre 2015
Los postulados de Patricio Pron
1. Que un escritor debe por fuerza escribir, a ser posible día y noche, existan o no sus lectores, y que cuando estos existan deberá hacerlo aún con mayor responsabilidad.
2. Que un escritor puede elegir entre explorar nuevos caminos y renovarse con cada libro para aumentar el número de posibilidades, o bien dedicarse a escribir una y otra vez el mismo libro y que esa vía también arroja resultados interesantes.
3. Que un escritor puede decidir controlar y agotar los efectos de su narrativa, o bien permitir que ésta establezca lazos insospechados y que escapan a la voluntad del autor generando con ello nuevas reflexiones con cada nueva lectura.
4. Que toda escritura, como sabía Borges, es autobiográfica, no sólo en relación a los hechos sino en tanto en cuanto ha formado parte de la vida del escritor.
5. Que los premios literarios son el producto de una lógica viciada porque es un sinsentido decidir entre dos textos de gran calidad pero pertenecientes a géneros distintos cuál de ellos es mejor; aunque su existencia es necesaria porque descubren a nuevos a autores, como Julián Herbert, o como fue su caso tras ganar el Premio Jaén.
6. Que la finalidad de la crítica literaria consiste en poner en duda nuestro propio juicio crítico haciéndolo más complejo y devolviéndonos una visión renovada de la literatura que enriquezca la discusión sobre libros en la sociedad.
7. Que en España tenemos una abierta propensión a juzgar a los autores y no a sus libros (sic), y que la antipatía o amistad con el autor debe quedar fuera del análisis de los textos (sic again).
9. Que el impulso de la escritura puede nacer de la falsa ilusión de que los libros que leemos hubieran sido mejores si los hubiéramos escrito nosotros, y que eso es culpa de nuestras falencias como lectores, que serán subsanadas con el tiempo mediante la lectura de más y mejores libros.
10. Que en demasiadas ocasiones un escritor está tan implicado emocionalmente en su propia obra que le resulta difícil decir algo objetivo sobre ella y que por ese motivo los escritores son los peores críticos de sus obras y que no deberíamos preguntarles sobre ellas.
11. Que cualquier escritor, sea profesional o aspirante, se encuentra en el mismo lugar a la hora de comenzar un libro, y que la diferencia entre ambos estriba en que escribir más libros posibilita descubrir más errores y escribir más horas permite llegar a ser mejor.
12. Que un escritor joven como él que en su día recibió ánimos, consejos y ayuda literaria de otros escritores debe ser honesto con ese legado y ofrecer a los escritores que vienen detrás ánimos, consejos y ayuda.
13. Que la verdadera enseñanza de un escritor está en sus libros y no en su personalidad o en sus vivencias, lo cual forma parte de la mitomanía o morbosidad, que por otro lado resulta inevitable, y que la resolución de algunos misterios literarios siempre es menos interesante que el misterio propiamente dicho.
14. Que Cheever tenía razón al decir que la literatura podía salvar el mundo pero que probablemente se refería al mundo interior, ya que amplía el repertorio de posibilidades y nos lleva a preguntarnos acerca de nosotros mismos y nuestras condiciones de vida.
Y 15. Que la lectura, y por tanto la literatura, es una especie de religión laica que exige mucho pero garantiza a cambio una forma de salvación, o al menos un consuelo, y que tal vez ésa es la razón por la que no podamos dejar nunca de leer, de escribir y por tanto de amar la literatura.
***
Esto forma parte de una especie de "reportaje" sobre Patricio Pron que pueden leer completo aquí.
De Patricio Pron de momento sólo he leído los cuentos de La vida interior de las plantas de interior, que me gustó mucho y me dejó con ganas de más.
2. Que un escritor puede elegir entre explorar nuevos caminos y renovarse con cada libro para aumentar el número de posibilidades, o bien dedicarse a escribir una y otra vez el mismo libro y que esa vía también arroja resultados interesantes.
3. Que un escritor puede decidir controlar y agotar los efectos de su narrativa, o bien permitir que ésta establezca lazos insospechados y que escapan a la voluntad del autor generando con ello nuevas reflexiones con cada nueva lectura.
4. Que toda escritura, como sabía Borges, es autobiográfica, no sólo en relación a los hechos sino en tanto en cuanto ha formado parte de la vida del escritor.
5. Que los premios literarios son el producto de una lógica viciada porque es un sinsentido decidir entre dos textos de gran calidad pero pertenecientes a géneros distintos cuál de ellos es mejor; aunque su existencia es necesaria porque descubren a nuevos a autores, como Julián Herbert, o como fue su caso tras ganar el Premio Jaén.
6. Que la finalidad de la crítica literaria consiste en poner en duda nuestro propio juicio crítico haciéndolo más complejo y devolviéndonos una visión renovada de la literatura que enriquezca la discusión sobre libros en la sociedad.
7. Que en España tenemos una abierta propensión a juzgar a los autores y no a sus libros (sic), y que la antipatía o amistad con el autor debe quedar fuera del análisis de los textos (sic again).
9. Que el impulso de la escritura puede nacer de la falsa ilusión de que los libros que leemos hubieran sido mejores si los hubiéramos escrito nosotros, y que eso es culpa de nuestras falencias como lectores, que serán subsanadas con el tiempo mediante la lectura de más y mejores libros.
10. Que en demasiadas ocasiones un escritor está tan implicado emocionalmente en su propia obra que le resulta difícil decir algo objetivo sobre ella y que por ese motivo los escritores son los peores críticos de sus obras y que no deberíamos preguntarles sobre ellas.
11. Que cualquier escritor, sea profesional o aspirante, se encuentra en el mismo lugar a la hora de comenzar un libro, y que la diferencia entre ambos estriba en que escribir más libros posibilita descubrir más errores y escribir más horas permite llegar a ser mejor.
12. Que un escritor joven como él que en su día recibió ánimos, consejos y ayuda literaria de otros escritores debe ser honesto con ese legado y ofrecer a los escritores que vienen detrás ánimos, consejos y ayuda.
13. Que la verdadera enseñanza de un escritor está en sus libros y no en su personalidad o en sus vivencias, lo cual forma parte de la mitomanía o morbosidad, que por otro lado resulta inevitable, y que la resolución de algunos misterios literarios siempre es menos interesante que el misterio propiamente dicho.
14. Que Cheever tenía razón al decir que la literatura podía salvar el mundo pero que probablemente se refería al mundo interior, ya que amplía el repertorio de posibilidades y nos lleva a preguntarnos acerca de nosotros mismos y nuestras condiciones de vida.
Y 15. Que la lectura, y por tanto la literatura, es una especie de religión laica que exige mucho pero garantiza a cambio una forma de salvación, o al menos un consuelo, y que tal vez ésa es la razón por la que no podamos dejar nunca de leer, de escribir y por tanto de amar la literatura.
***
Esto forma parte de una especie de "reportaje" sobre Patricio Pron que pueden leer completo aquí.
De Patricio Pron de momento sólo he leído los cuentos de La vida interior de las plantas de interior, que me gustó mucho y me dejó con ganas de más.
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Patricio Pron,
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28 agosto 2015
El señor Calvino
EL SOL
Calvino tenía en las manos un libro cuya tapa estaba ya por completo desteñida por el sol. Lo que antes era color verde oscuro estaba ahora transformado en un verde tranquilísimo, casi transparente.
Miró los otros libros de la estantería. Todos estaban perdiendo su color original, como si la luz del sol masticara o royese - sí, eso parecía el trabajo de un roedor sutil - la tapa de los libros.
Un libro, por ejemplo, que había sido colocado hacía menos de un mes en ese lugar de la casa donde el sol, a determinadas horas del día, incidía directamente, presentaba un aspecto curioso: sólo una línea de la parte de arriba había perdido el color, hacia abajo el resto de la tapa mantenía el vigor de la coloración inicial. No se sabe por qué asociación de ideas, pero Calvino se acordó de las diferencias entre las zonas del cuerpo tapadas o no tapadas, durante el verano, por el traje de baño.
Miró de nuevo la estantería y las tapas sin color y súbitamente se dio cuenta de todo: el origen primero del fenómeno, los verdaderos motivos de aquel acontecimiento que alguien podría clasificar, sólo en la superficie, como un acontecimiento químico. Pero no era así tan simple. Calvino no estaba delante de una mera alteración de sustancias, había allí una voluntad, una fuerte voluntad que se diría muñida de músculos frágiles. Y esa voluntad insuficiente venía del sol: el sol quería abrir los libros, su luz se concentraba, con toda la potencia, en la tapa de un libro porque lo quería abrir, quería entrar en la primera página, leer las narraciones, reflexionar a partir de grandes grises, emocionarse con los poemas. El sol quería simplemente leer, lo ambicionaba como el niño que está listo para entrar en la escuela.
Calvino meditó. De hecho, no se acordaba de haber visto una única vez un libro abierto al sol en una de sus páginas. Bien vulgar era que alguien, al aire libre, posara un libro en una mesa o en un banco de jardín (o incluso en el suelo), pero siempre, se daba cuenta ahora Calvino, siempre con las duras tapas cerrando su contenido, cubriendo el acceso a las principales palabras.
Era hora de que alguien actuara. Era hora de que alguien agradeciera ese toque cariñoso que en ciertos días la luz del sol proyectaba en el rostro del hombre, tranquilamente, más como salvándolo de una gran tragedia, de la desesperación, a veces incluso del suicidio.
Calvino miró de nuevo hacia los libros en la estantería contemplada por el sol. Rápidamente pasó los ojos por los lomos. Estaba recogiendo un libro para que alguien leyera. Con atención profunda elegía el libro más apropiado; no estaba, nótese, eligiendo de acuerdo a su gusto, sino de acuerdo al gusto del otro. Y finalmente sacó el libro.
- ¡He aquí un buen primer libro para un lector! - exclamó Calvino para sí mismo.
Lo abrió enseguida, en la primera página, pasada la ficha técnica (¿quién la lee?) y posó el libro, así, abierto, en el comienzo de la narración, de cara al punto por donde el sol acostumbraba a bajar:
Al día siguiente regresaría de nuevo para volver la página. Y en los días siguientes haría lo mismo hasta el final del volumen. Y si, después de eso, la luz del sol continuara forzando la entrada en los libros, Calvino respetaría ese ímpetu evaluándolo como la ansiedad de un lector que ya ha comenzado y no quiere parar, no puede: quiere leer más.
Si fuera el caso, Calvino elegiría otro libro - colocando algo nuevo bajo el sol -, después otro y otro, y regresaría todas las mañanas, sin falta, antes de que naciera el día, para volver la página.
***
El señor Calvino, vecino del señor Juarroz en El barrio de Gonçalo M. Tavares (ed. Seix Barral).
Léanlo.
Nada más que decir.
Calvino tenía en las manos un libro cuya tapa estaba ya por completo desteñida por el sol. Lo que antes era color verde oscuro estaba ahora transformado en un verde tranquilísimo, casi transparente.
Miró los otros libros de la estantería. Todos estaban perdiendo su color original, como si la luz del sol masticara o royese - sí, eso parecía el trabajo de un roedor sutil - la tapa de los libros.
Un libro, por ejemplo, que había sido colocado hacía menos de un mes en ese lugar de la casa donde el sol, a determinadas horas del día, incidía directamente, presentaba un aspecto curioso: sólo una línea de la parte de arriba había perdido el color, hacia abajo el resto de la tapa mantenía el vigor de la coloración inicial. No se sabe por qué asociación de ideas, pero Calvino se acordó de las diferencias entre las zonas del cuerpo tapadas o no tapadas, durante el verano, por el traje de baño.
Miró de nuevo la estantería y las tapas sin color y súbitamente se dio cuenta de todo: el origen primero del fenómeno, los verdaderos motivos de aquel acontecimiento que alguien podría clasificar, sólo en la superficie, como un acontecimiento químico. Pero no era así tan simple. Calvino no estaba delante de una mera alteración de sustancias, había allí una voluntad, una fuerte voluntad que se diría muñida de músculos frágiles. Y esa voluntad insuficiente venía del sol: el sol quería abrir los libros, su luz se concentraba, con toda la potencia, en la tapa de un libro porque lo quería abrir, quería entrar en la primera página, leer las narraciones, reflexionar a partir de grandes grises, emocionarse con los poemas. El sol quería simplemente leer, lo ambicionaba como el niño que está listo para entrar en la escuela.
Calvino meditó. De hecho, no se acordaba de haber visto una única vez un libro abierto al sol en una de sus páginas. Bien vulgar era que alguien, al aire libre, posara un libro en una mesa o en un banco de jardín (o incluso en el suelo), pero siempre, se daba cuenta ahora Calvino, siempre con las duras tapas cerrando su contenido, cubriendo el acceso a las principales palabras.
Era hora de que alguien actuara. Era hora de que alguien agradeciera ese toque cariñoso que en ciertos días la luz del sol proyectaba en el rostro del hombre, tranquilamente, más como salvándolo de una gran tragedia, de la desesperación, a veces incluso del suicidio.
Calvino miró de nuevo hacia los libros en la estantería contemplada por el sol. Rápidamente pasó los ojos por los lomos. Estaba recogiendo un libro para que alguien leyera. Con atención profunda elegía el libro más apropiado; no estaba, nótese, eligiendo de acuerdo a su gusto, sino de acuerdo al gusto del otro. Y finalmente sacó el libro.
- ¡He aquí un buen primer libro para un lector! - exclamó Calvino para sí mismo.
Lo abrió enseguida, en la primera página, pasada la ficha técnica (¿quién la lee?) y posó el libro, así, abierto, en el comienzo de la narración, de cara al punto por donde el sol acostumbraba a bajar:
Alicia comenzaba a hartarse de estar allí sentada al lado de la hermana, en la orilla del río, sin hacer nada.
Al día siguiente regresaría de nuevo para volver la página. Y en los días siguientes haría lo mismo hasta el final del volumen. Y si, después de eso, la luz del sol continuara forzando la entrada en los libros, Calvino respetaría ese ímpetu evaluándolo como la ansiedad de un lector que ya ha comenzado y no quiere parar, no puede: quiere leer más.
Si fuera el caso, Calvino elegiría otro libro - colocando algo nuevo bajo el sol -, después otro y otro, y regresaría todas las mañanas, sin falta, antes de que naciera el día, para volver la página.
***
El señor Calvino, vecino del señor Juarroz en El barrio de Gonçalo M. Tavares (ed. Seix Barral).
Léanlo.
Nada más que decir.
30 julio 2015
Las bibliotecas son fábricas de fantasías sexuales
La historia empezó en la biblioteca con Kant. Las bibliotecas son fábricas de fantasías sexuales. Es todo producto de la languidez. El cuerpo tiene que acomodarse (una pierna cruzada, la palma de la mano apoyada sobre la mesa, la espalda recta), pero el cuerpo no va a ninguna parte. También es producto de la lectura y de levantar la mirada del libro; la mente abandona el libro y deambula hacia un muslo o un codo, real o imaginario. La penumbra de las estanterías sugieren la idea de lo oculto. Quizá lo provoca el olor seco del papel o el de las encuadernaciones y, ¿por qué no?, el olor a viejo del encolado de los libros. Kant no era difícil: La crítica de la razón práctica mucho más fácil que la Pura, pero yo tenía veinte años y la Práctica me resultaba bastante ardua, y entonces él se inclinó sobre mi hombro para ver qué libro estaba leyendo. Su aliento tibio y su barba estaban muy cerca. El profesor B., con su camisa blanca, su hombro a un centímetro del mío. Se me tensó todo el cuerpo y no dije nada. Luego leyó un trozo en voz baja, pero la única palabra que recuerdo es tutela. La dijo muy despacio, marcando cada sílaba, y me entregué a él. Aquello acabó mal, como suelen decir, aunque no sé quiénes. Pero los ojos de mi profesor, observándome mientras me desnudaba (no, primero la blusa. Ahora la falda. Despacio), sus largos dedos introduciéndose en mi vello público y luego retirándose, burlándose de mí, luego sonriéndome, creándome cierta desesperación..., aquellos placeres lujuriosos en la biblioteca, después de que cerraran, ésos sí los tengo bien atesorados en la memoria.
***
El verano sin hombres, de Siri Hustvedt.
Pregunten en su biblioteca si cierran este mes de agosto... ;-)
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El verano sin hombres, de Siri Hustvedt.
Pregunten en su biblioteca si cierran este mes de agosto... ;-)
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Bibliotecas,
Lecturas,
Leer es...,
Siri Hustvedt
24 mayo 2015
Fundamentalmente
Dijiste que le debemos a la literatura casi todo lo que somos y lo que hemos sido. Si los libros desaparecen, la historia desaparece, y los humanos también. Estoy completamente segura que tienes razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de nuestros sueños y nuestra memoria, también nos perfilan un modelo de auto-transcendencia. Algunas personas piensan que la lectura es un simple escapismo, una fuga del mundo diario y real hacia un mundo imaginario, es decir el mundo de los libros. Los libros son algo más: son nuestra forma de ser fundamentalmente humanos.
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Susan Sontag escribió esta carta a Borges en el décimo aniversario de su muerte.
Conocí de la carta a través de Epistógrafo, un blog de Francisco Serratos que cerró puertas hace unos meses...
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Susan Sontag escribió esta carta a Borges en el décimo aniversario de su muerte.
Conocí de la carta a través de Epistógrafo, un blog de Francisco Serratos que cerró puertas hace unos meses...
19 mayo 2015
Proyectar en lo cotidiano un poco de belleza
La obra de Barrie también tiene mucho para divertir a la antropóloga de la lectura en que me convertí, pues las críticas que se le hacen al personaje son las mismas que las que se hacen a los lectores, y sobre todo a las lectoras: que son unos egoístas, siempre con la cabeza en las nubes, que se olvidan de todo. Es cierto que los lectores se olvidan de todo por un tiempo, como esa mujer de campo que me dijo alguna vez: "Si es realmente apasionante, me planto ahí. No importa que griten mis hijos, que tengan hambre, no vale la pena. O les preparo un huevo frito, y rápido regreso a mi lectura. Entonces puedo leer aunque tenga una bomba a mi lado". Ellos también sueltan amarras, le dan la espalda a sus allegados y remontan el vuelo: leer es pasar, de un salto, a otro espacio, sobre todo si se trata de obras literarias. Mucho más que entregarnos un mensaje, la literatura nos abre un universo en el cual desplegarnos y constituir, a lo largo de nuestras lecturas, un País de Nunca Jamás, esta reserva poética y salvaje de la cual podremos echar mano toda la vida para proyectar en lo cotidiano un poco de belleza, de fábulas, de historias que tal vez nunca se realizarán, pero que sin embargo contribuyen a definirnos. Para dar forma a lugares en los cuales vivir y acondicionar habitaciones propias en las cuales pensar.
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Michèle Petit en "Peter Pan y Wendy o el derecho a la ficción".
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Michèle Petit en "Peter Pan y Wendy o el derecho a la ficción".
13 mayo 2015
Equilibrios precarios
Yo creo que la lectura nace del desequilibrio, no del equilibrio. Nace del cuestionamiento, de la inquietud, del anhelo, del deseo. De todo lo que nos muestra que no somos seres completos. Desde chiquito, todo lector es un insatisfecho, un rebelde. La conciencia primera, cuando uno empieza a ver el mundo y a verse, es desasosegante, desequilibra. Y uno lee, hace sus pequeños universos de sentido para de alguna manera lograr equilibrios precarios. Y digo precarios porque son equilibrios siempre en movimiento, que se hacen y se deshacen, pero realmente útiles, porque ese dinamismo asegura vida, plenitud.
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Hace poco, en el blog de Un chat botté, descubría un bello artículo de Michèle Petit sobre lectura, literatura e infancia.
Hoy, le devuelvo la pelota con este otro, una entrevista a Graciela Montes, que me ha llegado vía el muy interesante Twitter de @eternacadencia. Léanlo entero, que merece la pena...
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Hace poco, en el blog de Un chat botté, descubría un bello artículo de Michèle Petit sobre lectura, literatura e infancia.
Hoy, le devuelvo la pelota con este otro, una entrevista a Graciela Montes, que me ha llegado vía el muy interesante Twitter de @eternacadencia. Léanlo entero, que merece la pena...
09 mayo 2015
Enemigos demasiado poderosos
A veces uno está tentado a pensar que el cerebro anulado y enfermo puede ser precisamente el que lee. Después de todo, no conozco cabezas que estén tranquilas, en paz, después de leer un buen libro. Hay algo en esa mente, llamado curiosidad, que causa una tribulación continua, que ni siquiera duerme entre libro y libro. La persona que hace vida en contacto diario con la literatura, acumula inquietudes, boquetes, noches rotas, preguntas desconocidas… Tarde o temprano acaba por no estar segura de nada, columpiándose en las dudas y abocada al ostracismo personal que la condena a trasladarse a un nuevo título, y así un día y otro. Este movimiento es perpetuo, y el lector queda siempre derrotado frente a él, porque los libros son, en cierto sentido, enemigos demasiado poderosos.
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¿Qué hay en una cabeza que no lee?, de Juan Tallón (de quien tengo muchas ganas de leer El váter de Onetti.)
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¿Qué hay en una cabeza que no lee?, de Juan Tallón (de quien tengo muchas ganas de leer El váter de Onetti.)
12 abril 2015
Personas anticuadas
Y una cosa más, lo digo de corazón: soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado. El homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad. Puede permitirse no solo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará. Es libre de no leer un libro hasta la última página, y de empezar otro por el final e ir retrocediendo. Puede echarse a reír en un punto no destinado a ello o, de repente, detenerse ante unas palabras que recordará durante el resto de su vida. Y, finalmente, es libre - y ningún otro pasatiempo puede ofrecerle esto - de escuchar de qué habla Montaigne o de zambullirse en el Mesozoico por un instante.
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Wisława Szymborska en la nota introductoria a su libro de prosas Lecturas no obligatorias.
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Wisława Szymborska en la nota introductoria a su libro de prosas Lecturas no obligatorias.
06 febrero 2015
y son y me acompañan y me ayudan
Meditación abstrusa
Es extraño. Si trato
de recordar el fuego de las noches sagradas,
un verano violento - como cualquier verano -,
con su luna de sangre y crepitar de brasas,
recuerdo esa violencia y la felicidad,
recuerdo el fuego, pero aquí no está el fuego,
aunque yo sé que ardía en esas noches.
Resulta sorprendente. Si vuelvo atrás la vista,
hacia nuestras reuniones, sé lo que confesamos,
rememoro el ingenio de los viejos amigos,
puedo escuchar la risa,
y esa desesperanza
de la que se alimenta cualquier joven,
porque se sabe fuerte, invulnerable.
Y, sin embargo, aquí, en la presente noche,
nadie se ríe ya, y la desesperanza
no es siempre un alimento adolescente.
Es curioso. Si miro
las páginas de un libro, o esos rostros
que hablan en la pantalla y nos conmueven,
yo sé que nunca fueron, como sí sé que fueron
mi fuego y mis amigos,
son palabras que nadie ha pronunciado
al margen de esos libros, son los rostros
de quien prestó su rostro a quien no existe,
y sin embargo están en esta misma noche,
y son y me acompañan y me ayudan.
Lo que parece eterno en la memoria
ha dejado de serlo, y lo que nunca
vivió en nosotros mismos es nuestra eternidad.
Es extraño, es curioso, es sorprendente:
no estoy del todo en mí, y cuando acudo
a lo que debí ser, todo ha cambiado.
Estoy donde no estoy, y en lo que no soy yo,
y hasta en no importa dónde,
y hasta en no importa cuándo.
-
Carlos Marzal
Los países nocturnos
Es extraño. Si trato
de recordar el fuego de las noches sagradas,
un verano violento - como cualquier verano -,
con su luna de sangre y crepitar de brasas,
recuerdo esa violencia y la felicidad,
recuerdo el fuego, pero aquí no está el fuego,
aunque yo sé que ardía en esas noches.
Resulta sorprendente. Si vuelvo atrás la vista,
hacia nuestras reuniones, sé lo que confesamos,
rememoro el ingenio de los viejos amigos,
puedo escuchar la risa,
y esa desesperanza
de la que se alimenta cualquier joven,
porque se sabe fuerte, invulnerable.
Y, sin embargo, aquí, en la presente noche,
nadie se ríe ya, y la desesperanza
no es siempre un alimento adolescente.
Es curioso. Si miro
las páginas de un libro, o esos rostros
que hablan en la pantalla y nos conmueven,
yo sé que nunca fueron, como sí sé que fueron
mi fuego y mis amigos,
son palabras que nadie ha pronunciado
al margen de esos libros, son los rostros
de quien prestó su rostro a quien no existe,
y sin embargo están en esta misma noche,
y son y me acompañan y me ayudan.
Lo que parece eterno en la memoria
ha dejado de serlo, y lo que nunca
vivió en nosotros mismos es nuestra eternidad.
Es extraño, es curioso, es sorprendente:
no estoy del todo en mí, y cuando acudo
a lo que debí ser, todo ha cambiado.
Estoy donde no estoy, y en lo que no soy yo,
y hasta en no importa dónde,
y hasta en no importa cuándo.
-
Carlos Marzal
Los países nocturnos
04 febrero 2015
Invitamos o invadimos?
Al final, todo puede resumirse con esta dicotomía: un acto de invitación frente a uno de invasión. Al principio del capítulo describíamos (no sin cierto ánimo de provocación) que un proyecto de activación sociocultural consistía, en cierta manera, en ir a casa de alguien y decirle que la cambie. Evidentemente, esta actitud nos provocaba serios interrogantes éticos, unidos a cierta urgencia de huir, puesto que la casa es un espacio de intimidad que, mayoritariamente, coincidiremos en que debemos respetar.
Sin embargo, pensar nuestra oferta como una invitación tiene efectos muy diferentes. Ante todo, porque la invitación nos sitúa, a los agentes de la educación, en una posición mucho más humilde que la del invasor, puesto que alguien que invita no fuerza, no obliga, debe estar dispuesto a aceptar un no por respuesta. El no también es una opción del/de la ciudadano/a, el derecho a no participar, por más que a los educadores y las educadoras sociales a veces nos cueste de entender y de admitir. Lanzamos la oferta, que evidentemente tendrá más posibilidades de ser aceptada cuanto más en consonancia con el interés de los potenciales sujetos haya sido pensada, pero también cuanto más nos interesae a nosotros, y también cuanto más y mejor tiempo se haya dedicado a cuidar y mimar el reconocimiento. Lanzamos la oferta, pues, a la plaza, con la voluntad de que no se convierta en un mero escaparate, sino en una plataforma, que los ciudadanos suban a ella y salten.
***
Ando estos días leyendo algunos ensayos que caen en mis manos, así como por azar, o por serendipia, o a la búsqueda de no-sé-qué, huyendo a veces de novelas-que-no-me-acaban-de, o qué-sé-yo. Así son las cosas...
El fragmento de ahí arriba proviene de un librito editado por la UOC titulado Territorios habitables. Un puñado de estudiantes de educación social pasaron unos días en Villena, Alicante*, en un proyecto de activación sociocultural de un barrio del centro de la ciudad, y de su experiencia allí han salido los artículos que forman este volumen. Concretamente, la autora del texto de ahí arriba es Lídia Puigdomènech y su artículo se titula "La incomodidad del acercamiento".
He encontrado algún fragmento que me ha hecho pensar en las jornadas del pasado viernes, sobre los espacios para niños y jóvenes en la biblioteca (y llegado el momento, esos fragmentos aparecerán en el blog de las jornadas), pero este lo dejo aquí porque me ha hecho pensar en las lecturas de los jóvenes. En las lecturas obligatorias y en las lecturas por placer y en el papel de los mediadores (bibliotecarios, profesores, libreros, adultos) que queremos facilitar/acercar/invitar y no imponer/invadir a los jóvenes con libros que les despierten el gusanillo.
Una dicotomía útil e interdisciplinaria. Ven por donde voy, ¿verdad?
*Gracias @Akheneiton por la corrección. Villena es Alicante, y no Murcia. Despiste...
Sin embargo, pensar nuestra oferta como una invitación tiene efectos muy diferentes. Ante todo, porque la invitación nos sitúa, a los agentes de la educación, en una posición mucho más humilde que la del invasor, puesto que alguien que invita no fuerza, no obliga, debe estar dispuesto a aceptar un no por respuesta. El no también es una opción del/de la ciudadano/a, el derecho a no participar, por más que a los educadores y las educadoras sociales a veces nos cueste de entender y de admitir. Lanzamos la oferta, que evidentemente tendrá más posibilidades de ser aceptada cuanto más en consonancia con el interés de los potenciales sujetos haya sido pensada, pero también cuanto más nos interesae a nosotros, y también cuanto más y mejor tiempo se haya dedicado a cuidar y mimar el reconocimiento. Lanzamos la oferta, pues, a la plaza, con la voluntad de que no se convierta en un mero escaparate, sino en una plataforma, que los ciudadanos suban a ella y salten.
***
Ando estos días leyendo algunos ensayos que caen en mis manos, así como por azar, o por serendipia, o a la búsqueda de no-sé-qué, huyendo a veces de novelas-que-no-me-acaban-de, o qué-sé-yo. Así son las cosas...
El fragmento de ahí arriba proviene de un librito editado por la UOC titulado Territorios habitables. Un puñado de estudiantes de educación social pasaron unos días en Villena, Alicante*, en un proyecto de activación sociocultural de un barrio del centro de la ciudad, y de su experiencia allí han salido los artículos que forman este volumen. Concretamente, la autora del texto de ahí arriba es Lídia Puigdomènech y su artículo se titula "La incomodidad del acercamiento".
He encontrado algún fragmento que me ha hecho pensar en las jornadas del pasado viernes, sobre los espacios para niños y jóvenes en la biblioteca (y llegado el momento, esos fragmentos aparecerán en el blog de las jornadas), pero este lo dejo aquí porque me ha hecho pensar en las lecturas de los jóvenes. En las lecturas obligatorias y en las lecturas por placer y en el papel de los mediadores (bibliotecarios, profesores, libreros, adultos) que queremos facilitar/acercar/invitar y no imponer/invadir a los jóvenes con libros que les despierten el gusanillo.
Una dicotomía útil e interdisciplinaria. Ven por donde voy, ¿verdad?
*Gracias @Akheneiton por la corrección. Villena es Alicante, y no Murcia. Despiste...
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Bibliotecas,
Lecturas,
Leer es...,
Lídia Puigdomènech,
LIJ
05 enero 2015
Leer el eco
Las metáforas se construyen sobre metáforas y las citas sobre citas. Para Montaigne, para Thomas Browne, para Martin Buber, para Anne Carson, las palabras de otros son un vocabulario de citas con las que expresar sus propios pensamientos. Para Joyce, para Eliot, para Borges, para Lawrence Sterne, esas otras palabras son sus propios pensamientos, y el acto mismo de ponerlas por escrito transforma esas palabras imaginadas por otros en algo nuevo, reimaginado a través de una entonación diferente o un contexto distinto. Sin esa continuidad, ese hurto, esa traducción, no habría literatura. Y a través de ese comercio, la literatura permanece inmutable, como las cansadas olas, mientras el mundo que la rodea cambia.
-
Alberto Manguel en Nuevo elogio de la locura.
***
I can’t remember the last time I referred to something that wasn’t a reference to something else.
¿magnificentruin?
(Hace más de un año reblogueé esa frase, reblogueada a su vez por Jonathan Odden a través de
magnificentruin.com, quién sabe si reblogueada también de otra parte. Por desgracia ignoro su
autoría. Toda información al respecto será bienvenida, porque esta es la verdad que atañe a
todo: somos mezcla, huellas, herencia; somos combinaciones. Todo es fronterizo, nada es puro,
y prácticamente siempre hablamos de lo mismo, pero siempre distinto, aunque nos digan lo
contrario casi todo el tiempo. Por eso no tiene sentido el fundamentalismo, ya sea racial,
religioso, patriótico o sexual, por no hablar del fundamentalismo de lo «normal»; ni siquiera el
fundamentalismo del «afundamentalismo». Nada nos es ajeno, nada nos es extraño, porque
todos estamos hechos de lo mismo. El otro soy yo; la gente somos todos, aunque siempre nos
parezcan «los demás». Todo viene de algún sitio, pasa por nosotros, un poco se queda, otro se
va. Las lenguas se prestan vocablos, se solapan. Las razas también, los sexos. Las religiones
comparten dioses, mitos. Es un flujo infinito en esta bola que lo guarda todo. Todo lo que está
muerto y todo lo que está vivo está aquí dentro, piensa en eso. Encima de la tierra y debajo del
mar, en el aire que respiras, en las moléculas, ya sea en forma de alga o de estrella, de estiércol
o de carne. Esto es como un pepino de mar que engulle por el cabo y excreta por el rabo. Todo
lo filtra y todo lo aprovecha, nada muere y todo se transforma, y todo, todo, se persigue. Esto es
la eternidad.)
-
Jean Murdock, alias Carmen G. Aragón, en "De los náufragos sin isla a los monstruos que son y no son" (que de momento es un artículo que pueden leer haciendo click en el enlace, pero esperemos que crezca hasta convertirse en algo más), publicado en la primera entrega de Blue Gum.
-
Alberto Manguel en Nuevo elogio de la locura.
***
I can’t remember the last time I referred to something that wasn’t a reference to something else.
¿magnificentruin?
(Hace más de un año reblogueé esa frase, reblogueada a su vez por Jonathan Odden a través de
magnificentruin.com, quién sabe si reblogueada también de otra parte. Por desgracia ignoro su
autoría. Toda información al respecto será bienvenida, porque esta es la verdad que atañe a
todo: somos mezcla, huellas, herencia; somos combinaciones. Todo es fronterizo, nada es puro,
y prácticamente siempre hablamos de lo mismo, pero siempre distinto, aunque nos digan lo
contrario casi todo el tiempo. Por eso no tiene sentido el fundamentalismo, ya sea racial,
religioso, patriótico o sexual, por no hablar del fundamentalismo de lo «normal»; ni siquiera el
fundamentalismo del «afundamentalismo». Nada nos es ajeno, nada nos es extraño, porque
todos estamos hechos de lo mismo. El otro soy yo; la gente somos todos, aunque siempre nos
parezcan «los demás». Todo viene de algún sitio, pasa por nosotros, un poco se queda, otro se
va. Las lenguas se prestan vocablos, se solapan. Las razas también, los sexos. Las religiones
comparten dioses, mitos. Es un flujo infinito en esta bola que lo guarda todo. Todo lo que está
muerto y todo lo que está vivo está aquí dentro, piensa en eso. Encima de la tierra y debajo del
mar, en el aire que respiras, en las moléculas, ya sea en forma de alga o de estrella, de estiércol
o de carne. Esto es como un pepino de mar que engulle por el cabo y excreta por el rabo. Todo
lo filtra y todo lo aprovecha, nada muere y todo se transforma, y todo, todo, se persigue. Esto es
la eternidad.)
-
Jean Murdock, alias Carmen G. Aragón, en "De los náufragos sin isla a los monstruos que son y no son" (que de momento es un artículo que pueden leer haciendo click en el enlace, pero esperemos que crezca hasta convertirse en algo más), publicado en la primera entrega de Blue Gum.
Etiquetas:
Alberto Manguel,
Artículos,
Carmen G. Aragón,
Leer es...
03 diciembre 2014
... por el contacto con las quimeras literarias.
En el tratado médico donde se patenta la ninfomanía, los músculos pélvicos no vibran únicamente al ser tocados con las manos - propias o ajenas -, sino también por el contacto con las quimeras literarias. La bestia negra de la novela emerge siempre para recordarnos que la lectura puede tener efectos devastadores sobre las fibras blandas, fluidas y delicadas de las mujeres, debido a las impresiones tan vívidas y fuertes que produce. Impresiones que no tienen nada que envidiar a los trastornos provocados por la carne salada o la masturbación, pues la lectura de novelas suscita en el cuerpo femenino un estado de excitación genital tan vicioso o patológico como el causado por estímulos mecánicos más tangibles.
Se trata de una convicción que duró largo tiempo. Tanto que, a finales del siglo XIX, mientras el Annuario scientifico ed industriale alertaba contra las perversiones vinculadas al uso de las máquinas de coser, ciertos manuales de educación doméstica femenina titulados, por ejemplo, Qué debe saber una joven, seguían expresando un horror inalterado ante lo pernicioso que resultaba leer novelas y subrayaban que las chicas no se daban cuenta de nada, que la lectura les producía una emoción mental agradable, pero no eran conscientes de sus efectos físicos letales. Es decir, que las impresiones suscitadas por el libro provocaban "una excitación anormal de sus órganos sexuales". Y dicha excitación, oculta y repetida, provocaba el desarrollo prematuro del sistema reproductor femenino. Así pues, tras devorar libros y más libros "las niñas se convierten en mujeres meses o incluso años antes de lo debido".
***
Todavía no tengo muy claro dónde va a ir a parar Francesca Serra en este Las buenas chicas no leen novelas, si es que va a ir a parar a algún sitio, aparte de hacer un repaso histórico de la relación entre lectura, lujuria y mujeres.
No duden que volveré por aquí si vuelvo a toparme con información de vital importancia como la detallada en esos dos párrafos...
Se trata de una convicción que duró largo tiempo. Tanto que, a finales del siglo XIX, mientras el Annuario scientifico ed industriale alertaba contra las perversiones vinculadas al uso de las máquinas de coser, ciertos manuales de educación doméstica femenina titulados, por ejemplo, Qué debe saber una joven, seguían expresando un horror inalterado ante lo pernicioso que resultaba leer novelas y subrayaban que las chicas no se daban cuenta de nada, que la lectura les producía una emoción mental agradable, pero no eran conscientes de sus efectos físicos letales. Es decir, que las impresiones suscitadas por el libro provocaban "una excitación anormal de sus órganos sexuales". Y dicha excitación, oculta y repetida, provocaba el desarrollo prematuro del sistema reproductor femenino. Así pues, tras devorar libros y más libros "las niñas se convierten en mujeres meses o incluso años antes de lo debido".
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Todavía no tengo muy claro dónde va a ir a parar Francesca Serra en este Las buenas chicas no leen novelas, si es que va a ir a parar a algún sitio, aparte de hacer un repaso histórico de la relación entre lectura, lujuria y mujeres.
No duden que volveré por aquí si vuelvo a toparme con información de vital importancia como la detallada en esos dos párrafos...
15 noviembre 2014
Casi seguro
¿Por qué al lector le entristece darse cuenta de que es casi seguro que nunca vaya a saber cuál resultará ser el último libro que lea en su vida?
***
La soledad del lector, de David Marksson.
***
La soledad del lector, de David Marksson.
06 agosto 2014
Gimnasia
Pienso en los grandes escritores, dijo, no como grandes maestros sino más bien como simples palas y azadas que ayudan a labrar el terreno sólido, el suelo supuestamente árido de nuestra imaginación, y lo preparan para la siembra y el posterior crecimiento de las semillas de nuestra propia capacidad imaginativa. si estamos dispuestos a leer como es debido, dijo, lo cual significa leer con paciencia, a dejar que el silencio envuelva nuestra lectura, entonces aprenderemos esa lección, pero no como se aprende la tabla de multiplicar del siete, sino como se aprende a dar un salto mortal sin tomar carrerilla. Uno descubre que en nuestro interior hay potencialidades con las que jamás habíamos soñado, porque habíamos confundido el suelo árido con el estado natural de las cosas. Tratar a los escritores del pasado como combustible para opiniones políticas, idearios estéticos o ideas epistemológicas, dijo, no implica solamente su muerte, sino también la nuestra. La literatura, dijo, no nos enseña ética, no nos enseña política, no nos enseña lingüística. Nos enseña gimnasia.
Moo Pak, de Gabriel Josipovici.
Moo Pak, de Gabriel Josipovici.
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