Sí, quiero escribir lo que viví aquel verano en el Bosque de la Senda como si fuera un cuento. Un cuento ingenuo y limpio, pese a que hubo también dolor y muerte. ¿Lo leerá alguien, algún día? Quién sabe. La palabra escrita, mientras no se destruya el papel, sigue ahí para siempre, esperando unos ojos que la revivan. No hay magia más hermosa y fantástica: unas manchitas sobre un papel blanco que, al ser vistas, hacen que todo cobre vida.
Pienso en un posible lector, solo uno: una niña, quizás, como yo fui. No sé cómo se llama, ni dónde vive, ni si será una de mis alumnas o, si aún no ha nacido, cuándo vivirá. Tampoco sé si le gustarán los pájaros y los bosques como a mí. Pero estoy segura de que le gustará leer, porque de no ser así no llegaría a leer esto nunca. Estaré con ella como la abuela estuvo conmigo aquel verano. La vida se repetirá con todos sus misterios.
¿Qué quiero? ¿Por qué quiero escribir para ella?
Me he levantado, he bebido agua y luego me he tomado un yogur mientras lo pensaba.
Creo que ya lo sé. Quiero que esa lectora vuelva a vivir por mí lo que yo viví entonces, que sea otra persona mientras lee: que sea la niña que yo fui. Aunque yo no lo sepa cuando ella esté leyendo, será un milagro: todo volverá a suceder. Y si soy capaz de hacérselo sentir a ella, es posible que yo también logre sentirlo, borrar la frontera entre la infancia y esta mujer adulta y algo reseca en la que me he convertido.
¿Es esta la respuesta?
Lo pienso.
Escribo para recrear la vida, pero eso no basta porque para eso ya está la vida.
Podría responder: porque me gusta.
Pero no es verdad, o al menos no es toda la verdad. Creo que escribo para hacer mejor la vida, para multiplicarla por diez, por mil, y con esas cifras hacer una vida menos fea.
Sueño y, a través del sueño, llego hasta tus manos, venciendo el tiempo: me estás leyendo, estoy viviendo en ti.
¿Me oyes? Está oscuro, no veo tu rostro, no sé siquiera si eres lectora o lector, pero oigo tu respiración, el latido de tu corazón. A veces lees en voz alta, pero muy queda: palabras susurradas, que son mías pero también tuyas. Estás ahí, estoy contigo, estoy en ti. Y te invito a que estés en mí, a que seas yo.
(Gonzalo Moure, en En un bosque de hoja caduca. III Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil)
21 noviembre 2006
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3 comentarios:
Bellísimo fragmento!
Me gustó mucho este texto.
La etiqueta "literatura juvenil" suele ocultar muy buenos libros que pasan desapercibidos. Apenas suelen reseñarse.
Éste lo voy a buscar.
Saludos.
Soy alguien... en este día.
Caralvá
Al borde de la mar.
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