Era una romántica incorregible. Sigo siendo una romántica incorregible. Creía que el amor era el mayor de los valores. No espero ser feliz. Supongo que no encontraré el amor, signifique eso lo que signifique, y que, si lo encuentro, no me hará feliz. No pienso en el amor como en la respuesta o la solución. Pienso en el amor como en una fuerza de la naturaleza, poderosa como el sol, igual de necesaria, de impersonal, de gigantesca, de imposible, tan devastadora como generadora de calor, tan culpable de las sequías como dadora de vida. Y que, cuando se extingue, el planeta muere.
Mi pequeña órbita de vida gira en torno al amor. No me atrevo a acercarme más. No soy un místico en busca de la comunión final. No salgo sin mi protector solar 15. Me protejo.
Pero hoy, ahora que el sol está en todas partes y todo lo sólido no es más que su propia sombra, sé que las cosas auténticas de la vida, las cosas que recuerdo, las cosas que hago girar en las manos, no son cosas, cuentas bancarias, premios ni ascensos. Lo que recuerdo es el amor, todo el amor, el amor por este camino de tierra, por este amanecer, por un día junto al río, por el desconocido que conocí en un café. Incluso por mí misma, que es lo que más cuesta amar, porque el amor y el egoísmo no son lo mismo. Es fácil ser egoísta. Es duro amar al ser humano que soy. No me extrña que me sorprenda que tú lo hagas.
Pero es el amor el que triunfa. En este camino abrasador, rodeado de alambradas para impedir que se escapen las cabras, durante un minuto descubro para qué he venido hasta aquí, lo cual sin duda es una clara señal de que lo olvidaré al instante.
Me sentí plena.
18 julio 2006
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