Y ya que hablo de textos, voy a referirme, para terminar, a los libros canónicos de la religión lovecraftiana. Estos libros – según Carter – “contribuyeron a apoyar numerosos detalles de los Mitos, a los que dan un aire de autenticidad y de erudición”. [...]
Algunos de dichos libros tienen existencia real, como el Thesaurus Chemicus de Bacon, la Turba Philosophorum, The Witch-Cult in Western Europe de Murria, De Masticatione Mortuorum in Tumulis de Raufft, el Libro de Dzyan, la Ars Magna et Ultima de Lulio, el Libro de Thoth, el Zohar, la Cryptomenysis Patefacta de Falconer o la Polygraphia de Trithemius. Estos libros se citan sobre todo por sus nombres rimbombantes y misteriosos, pero, naturalmente, tienen en realidad muy poco o nada que ver con los Mitos. De los demás, sin embargo, la mayoría es puramente inventada y trata directamente de los Mitos, aunque, como he dicho, de modo velado y, al parecer, en medio de otros temas diversos aunque igualmente esotéricos. Entre ellos, los principales son: el Libro de Eibon, el Texto R’lyeh, los Fragmentos de Celaeno, los Cultes des Goules del conde d’Erlette, De Vermis Mysteriis de Ludvig Prinn, las Arcillas de Eltdown, el People of the Monolith de Justin Geoffrey, los Manuscritos Pnakóticos, los Siete Libros Crípticos de Hsan, los Unaussprechlichen Kulten de Von Juntz y, sobre todo, el Necronomicon de Abdul Alhazred.
Este último libro es mencionado con tal lujo de detalles bibliográficos y se citan tantos pasajes suyos en los Mitos que mucha gente ha llegado a creer en su existencia real. Derleth relata en un divertido artículo cómo, al principio, algunos lectores engañados empezaron a insertar anuncios, solicitándolo, en las revistas más serias y respetables. Luego, ya como broma, ya como estafa, el Necronomicon comenzó a aparecer en la sección de ofertas de la prensa y por fin hasta en los catálogos de los libreros de viejo. Derleth cita el siguiente anuncio, aparecido en 1962 en el Antiquarian Bookman: “Alhazred, Abdul, Necronomicon, España, 1647. Encuadernado en piel algo arañada descolorida, por lo demás en buen estado. Numerosísimos grabaditos madera signos y símbolos místicos. Parece tratado (en latín) de Magia Ceremonial. Ex libris. Sello en guardas indica que procede de Biblioteca Universidad Miskatonic. Mejor postor”. Asimismo, el libro ha sido a menudo solicitado en las bibliotecas públicasy y, lo que es más grande, ¡incluso ha aparecido en los propios ficheros de éstas! En 1960 se descubrió, en el archivo de la Biblioteca General de la Universidad de California, la siguiente ficha, elaborada sin duda por un estudiante bromista:
BL 430
A 47
B
Alhazred, Abdul _________ aprox. 738 d.C.
NECRONOMICON (Al Azif) de Abdul
Alhazred. Traducido del griego
por Olaus Wormius (Olao Worm)
xiii, 760 págs., grabados madera,
enc. tablas, tam. fol. (62 cm)
(Toledo), 1647
Esta ficha, según Derleth, “es deliciosamente plausible, ya que la sección BL 430 de la Biblioteca está dedicada a las religiones primitivas y la letra B corresponde a un armario cerrado donde se guardan libros que no deben ser hojeados por cualquiera”.
Por mi parte, puedo añadir que, en París, en la librería “La Mandragore”, especializada en literatura fantástica, hay clavada en la pared una lista de libros raros muy solicitados. ¡En primer lugar figura el Necronomicon! Claro que también aquí se trata de una broma, obra en este caso de mi amigo François Béalu.
(Fragmento de la introducción de Rafael Llopis a Los Mitos de Cthulhu, de H.P. Lovecraft y otros, publicado en Alianza Editorial.)
30 agosto 2006
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11 comentarios:
Se han escrito decenas de falsos Necronomicones. Yo tengo uno y es un coñazo.
Me asalta una duda. ¿No se estará inventando Llopis todas esas reseñas, anuncios y fichas? ¿No estará contribuyendo al mito?
Resulta apasionante la impostura dentro de la impostura.
Por cierto, acabo de recordar que el sobrao de Pérez Reverte también recurre al truco del libro inexistente en "El club Dumas": "De Umbrarum Regni Novem Portis"
Yavannna, del blog Tekateka, hizo una ficha del libro para su catálogo: puedes verla aquí.
Qué enlace más jugoso. De click en click llevo un buen rato leyendo cosas sobre bibliotecarios lovecraftianos y ejemplares del Necronomicon.
Por ejemplo, esto. XD
Carolina Depetris
Literariamente, los monstruos siempre irrumpen. En un mundo ordenado, claro, perfecto, de repente un monstruo es, al decir de Heidegger, arrojado a ser. Cuando el monstruo cae en el mundo, toda la percepción homogénea de la realidad se quiebra, toda certeza se pierde y la claridad se opaca en las tinieblas. El monstruo reina en el Caos, padre de la Noche porque él, en sí mismo, no es más que una aberración. Pero las cosmogonías no toleran la oscuridad, y la noche siempre es derrotada por el día. Los monstruos, entonces, son combatidos por los héroes, que restituyen la luz y el orden en la comunidad. El héroe señala al monstruo como lo otro, lo diferente, y lo juzga inevitablemente como horrible y malo, desterrando lo anómalo de toda estética y de toda ética. Sin embargo, precisamente en el Siglo de las Luces, los monstruos comienzan a ocupar un lugar en el extremo positivo de lo bello y se convierten en héroes, ya no de la luz, sino de la oscuridad.
El gusto literario por lo espantoso existe, sin duda, desde siempre. Una clara muestra de ello son las tragedias, desde las clásicas a las shakespereanas. Sin embargo, es en la segunda mitad del siglo XVIII cuando un pensamiento articulado sobre lo horrible y lo temible se desarrolla con enormes consecuencias para el ámbito de las artes, entre otras, el surgimiento de la estética. Desde Platón, lo bello ha estado asociado a una moral a través de toda una constelación de temas que giran en torno a lo luminoso: la belleza como indicio del bien, como luz reparadora. Los ilustrados también piensan la estética desde este ángulo, pero lo bello tendrá desde este siglo una acepción más amplia y problemática porque abarcará también lo opuesto a la razón y a la luz, principios axiales de todo canon clásico. Entre esos opuestos aparece la oscuridad ligada a una exaltación desmesurada de las pasiones, a lo patético, a lo no-lógico y a todo aquello derivado de una exploración de lo temible que encierra lo nocturno. Esta inserción del horror en lo bello se explica por las reflexiones en torno a lo sublime que ocuparon a muchos pensadores del siglo XVIII. Uno de ellos, tal vez el más importante, fue Edmund Burke. Burke escribe en 1757 su Investigación filosófica sobre el origen de nuestras ideas de lo bello y lo sublime. En su tratado, y con Shakespeare bien instalado en la tradición literaria inglesa, Burke aborda la difícil pregunta de cómo es posible que lo terrible nos deleite. Es evidente que la perfección, que la proporción, que la claridad y que la simetría, en suma, que la belleza clásicamente entendida, deleite nuestro ánimo, pero no queda muy claro cómo puede lo monstruoso lograr lo mismo. La respuesta a esta pregunta la encuentra Burke en la sublimación, combinación de terror y deleite, que opera en el ser humano ante lo temible. Para su análisis, Burke piensa en ciertos objetos, en ciertos escenarios que evocan lo sublime. Piensa en la noche, en las cavernas, en los precipicios, en el océano, en las tormentas y en todo aquello que por su poder o su grandeza constituye una amenaza de muerte para el hombre. Ante una fuerza superior, dice Burke, ante la muerte, ante lo absoluto, caemos en una especie de parálisis, de éxtasis que es, precisamente, el terror. Frente a la presencia de un poder tan fuerte, el hombre inevitablemente siente su limitación y su carencia, está a merced de un potencia de alcance desconocido que espanta. Pero ocurre también que este sentimiento desmedido que genera lo temible puede sublimarnos. Para ello, dice Burke, es necesario que medie una distancia entre lo espantoso y nosotros, que no exista realmente peligro de muerte. El deleite que emana del horror deriva, en consecuencia, de poder observarlo como un espectáculo, de poder vivirlo estéticamente. Así, a través de una vivencia sublimante del horror, podemos, desde nuestra individualidad y pequeñez, alcanzar lo absoluto. Ingresa así en el ámbito de las artes lo que Burke llama "horror delicioso" o "placer negativo", y con él, una corte de monstruos nacidos en lo nocturno, ámbito por antonomasia del espanto. Lo horrible pasa así a ser una categoría de lo bello. La noche, en su costado terrible, se convierte, -como tantas otras privaciones: el vacío, el silencio, la soledad, la muerte-, en un tema literario riquísimo que permite, paradójicamente, trascender a una categoría artística y moral superior. El día, decía Kant, es bello, pero sólo la noche es sublime, porque es la oscuridad lo que potencia el horror más que cualquier cosa, pero no un horror paralizante, estéril, sino el espanto que nos acerca a la totalidad de la que formamos una minúscula parte.
Esta apertura estética a la noche, consecuencia inmediata del tratado de Burke, cristaliza por primera vez en 1765 con El Castillo de Otranto, de Horace Walpole, primera novela gótica. En este castillo, la noche es invadida de ruinas encantadas, fantasmas, tormentas, relámpagos y una serie de sucesos inexplicables que definen, desde entonces, el género de horror. La novela, hoy leída, es casi un simpático catálogo de motivos del espanto, pero tiene el mérito de ser el origen de toda una corriente literaria que en los siglos XVIII y XIX generó obras como Vathek, Frankestein, El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, los cuentos de Edgar Allan Poe, El monje, La isla del Dr. Moreau, o Las flores del mal. Después del tratado de Burke y de la novela de Walpole, los románticos, los simbolistas, los parnasianos, incluso los modernistas en Hispanoamérica, volverán una y otra vez a explorar desde la ficción el horror delicioso ante lo inexplicable y temible, todo ello de la mano de las criaturas de la noche. Es en los "nocturnos" donde todo se vuelve sombra, incertidumbre, miedo, crimen, extrañeza, silencio, vacío, pero también deseo, voluptuosidad, seducción, totalidad, certeza. Esta dualidad de la noche confluye, ya a fines del siglo XIX, en uno de sus monstruos más acabados: el conde Drácula (también en una de sus criaturas más hermosamente fatales: Salomé). El vampiro es el oxímoron perfecto de la noche, porque es un muerto que vive en un mundo invertido donde el placer de él y sus víctimas se convierte en maldición eterna para ambos, donde el que devora es también devorado. Drácula, junto con todos los monstruos que nacen cuando lo horrible comienza también a ser hermoso, son los dueños de abismos terribles que estéticamente invitan a una ceremonia de desposesión y a una vivencia absoluta de lo otro. Este fondo enigmático del mundo muestra el revés de toda trama y abre una realidad inmensa, por contradictoria, por total, que acaba con la aurora.
Carolina Depetris, Argentina. Doctora en Filosofía y Letras, y profesora-investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México.
J.L. Borges también se pegaba buenas fiestas citando libros ¿imaginarios?...
Leí esta recopilación de cuentos Lovecraft (y de sus influencias y amigos y continuadores) en la adolescencia y durante muchos años Lovecraft desplazó a Poe en mis preferencias, lo que han corregido los años. Pero pasé un buen rato leyendo esos cuentos y le agradezco a ese libro haberme dado la pista sobre la existencia de Lord Dunsany, a quien leí extensamente después y a quien he traducido por placer ocasionalmente.
Respecto a los libros citados por Lovecraft, encontré en la Biblioteca Nacional de La Habana "Maravillas del mundo invisible", de Cotton Mather, quien se dedicara a quemar brujas en Nueva Inglaterra y a quien Lovecraft menciona en varias ocasiones. La edición era de 1878 y estaba inglés, idioma que en aquel momento (tendría 16 ó 17 años) no podía leer con facilidad. Pero lo solicité y me pasé un buen rato hojeándolo, leyendo el índice y disfrutando de la satisfacción de tener su libro en mis manos. Supongo que todavía esté allí.
Respecto a las obras apócrifas citadas por Borges, recuerdo con especial placer "Los enemigos", drama en verso escrito (o pensado) por Jaromir Hladík; "El jardín de senderos que se bifurcan", escrita por el sutil Ts'ui Pen, y la novela "Acercamiento a Almotasin", cuya primera versión es superior a la segunda porque el autor, al reescribirla, no supo resistir la tentación de querer ser un genio.
¡Bien! Gabriel se nos revela como un experto en libros imaginarios. Casi que podríamos empezar a sistematizar estos todavía cortos conocimientos.
No, no en libros imaginarios, sólo un poco de los que inventó Borges. Y realmente ni siquiera todos porque nunca tuve la paciencia (ni la oportunidad) de verificar todas sus referencias. Borges era tanto un especialista en referencias rebuscadas como en autoridades ficticias y leerlo siempre me producía cierta paranoia, al menos en relación con ese tema. Y tuve que prestarle especial atención al asunto porque mi tesis fue sobre el aspecto lúdico de la obra borgesiana, y lógicamente la invención de autoridades y libros era un caso evidente de esto.
Por cierto, olvidé mencionarlo pero otro de mis libros favoritos sería el Quijote de Pierre Menard, me temo (espero que esto no suena demasiado blasfemo) que superior al original.
P. D. Umm... un excelente libro sobre libros imaginarios es "Vacío perfecto", de Stanislaw Lem, que es una serie de ensayos bastante serios sobre novelas inexistentes. Y también estarían "Sartus Resartus" de Carlyle, y hay otro de Samuel Butler, ya, de "Fair Haven", ambos son libros imaginarios, o mejor, libros reales que resumen libros imaginarios.
Sobre los libros imaginarios de Lem escribí un comentario en un post anterior de Sfer.
Encadenando casualidades: mi padre, sin saber lo que estoy leyendo, me da esta mañana un recorde del diario ADN con esta noticia:
Los investigadores de lo esotérico de todos los tiempos, e incluso los súbditos del príncipe de las tinieblas, creen que El Necronomicón, el libro maldito por antonomasia que produce la locura y la muerte de quien lo lee, realmente existe.
Los escépticos, en cambio, aseguran que esta guía sobre el feudo de los muertos es fruto de la imaginación calenturienta de Howard Philips Lovecraft (1890-1937), el desquiciado maestro del horror y la ciencia ficción. Lo cierto es que en sus relatos hay innumerables citas y referencias al libro de los muertos, desde la primera mención de El Necronomicón, en un texto de 1922.
Lovecraft llegó incluso a comentar la obra, a interpretar sus arcanos y a rastrear sus orígenes, que se remontan al siglo VIII d. C. La inspiración demoníaca habría inducido al poeta musulmán Abdul al-Hazred a concebir el infernal libro, que luego sería condenado y perseguido por todas las religiones.
Este conjunto de textos a prueba de aprensivos llega ahora de la mano de la editorial La Factoría de Ideas, en una edición que además incorpora una veintena de relatos sobre el libro maldito de los más talentosos discípulos de Lovecraft: Robert Silverberg, Frederick Pohl, John Brunner y Robert M. Price, entre otros.
(Matías Néspolo, Barcelona)
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