28 febrero 2006

G - DE GADDIS A GUSENBERG

A Johann Wolfgang von Goethe (RIP 1832) le sorprendió la muerte a la edad de ochenta y tres años, sin haberla presentido y sin lucha. Había vivido a tope una existencia proteica, cuya riqueza de metamorfosis y capacidad de renovación no pudo por menos de producir la mayor admiración ya entre sus contemporáneos. Pretender a todo trance que incluso sus últimas palabras tuvieran que encerrar algo tan sublime forma parte también de ese culto tributado a Goethe. En consecuencia, éste habría dicho, llegado el trance, una expresión susceptible de ser interpretada simbólicamente: "¡Más luz!" Pero ahora ya sabemos que el 22 de marzo, hacia las nueve de la mañana, Goethe, sentado en el sillón que tenía junto a su cama, pidió un vaso de vino, al tiempo que mandaba abrir las contraventanas. Luego preguntó a su secretario John qué fecha era, comentando con satisfacción: "De modo que ha empezado la primavera, tanto más fácil será nuestra recuperación." A su lado estaba sentada su nuera Ottilie, en la habitación contigua estaban sus nietos Walther y Wolf, y en otra Eckermann y algunos amigos. A las once y media el moribundo se acomodó en la parte izquierda del sillón y dirigiéndose a Ottilie le dijo tiernamente: "¡Mujercita, mujercita, dame tu querida patita!" El sirviente Friedrich Krause insistirá, en cambio, fundándose en sus propios recuerdos, en una versión completamente distinta, donde se pidió algo que, por razones comprensibles, no pudo llevarse ya a buen término: "Es verdad que lo último que dijo fue mi nombre, pero no para que abriera las contraventanas, sino que lo que él pidió al final fue el Botschamper (pot de chambre) - el orinal -, que tomó él mismo y lo mantuvo pegado a su cuerpo hasta el momento de fallecer."

(De Diccionario de últimas palabras, de Werner Fuld; Editorial Seix Barral, 2004)

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