No sé gran cosa sobre Walter Moers. Que nació en Alemania en 1957 y que su otra obra de éxito, publicada también en España se titula “Las 13 vidas y media del Capitán Osoazul” (publicado en varias ediciones por Maeva) y es un relato de aventuras y humor que a pesar de que a simple vista atraiga a los lectores más jóvenes, está demostrado que también engancha a los adultos (enhac se leyó la primera parte, “Mi vida de pirata enano”, y se enamoró perdidamente de la serie; así que no lo he vivido en mis propias carnes, pero dada la tendencia de enhac a leerme en voz alta los fragmentos que más le gustan de sus lecturas, casi).
Y a pesar de no saber gran cosa sobre Walter Moers, despues de haber leído "La ciudad de los libros soñadores" puedo asegurarles algo: será un escritor bueno, mediocre o malo (habrá opiniones para todos los gustos), pero estén seguros de que es un gran lector y un bibliófilo todavía mayor, y con este libro nos ha regalado a los que amamos los libros tanto como él una historia de fantasía y aventuras, un viaje iniciático, que no sería destacable si no fuera porque ha volcado toda su imaginación (que no es poca) en crear personajes, escenarios y situaciones plagadas de guiños y de referencias al mundo de los libros y de todo lo que los rodea: autores, lectores, editores, agentes, libreros, críticos, historiadores de la literatura; librerías, bibliotecas, estanterías, almacenes; tinta, papel, cuero, cola... una mezcla explosiva de seres imaginarios, pero con una base muy real. Marcados, por así decirlo, por la letra impresa.
Dice en una de las solapas de la sobrecubierta que “Esta novela se dirige a los amantes de la lectura de cualquier edad”. A pesar de que a primera vista parezca una novela dirigida al público juvenil (tiene mucho de novela de fantasía), no la recomendaría a jóvenes en busca simplemente de una novela de aventuras, a no ser que realmente demuestren una inclinación un tanto “friki” (como una servidora; quien esté libre de culpa que tire la primera piedra) al mundo de los libros y la literatura.
¡Déjenme que les cuente!
Y a pesar de no saber gran cosa sobre Walter Moers, despues de haber leído "La ciudad de los libros soñadores" puedo asegurarles algo: será un escritor bueno, mediocre o malo (habrá opiniones para todos los gustos), pero estén seguros de que es un gran lector y un bibliófilo todavía mayor, y con este libro nos ha regalado a los que amamos los libros tanto como él una historia de fantasía y aventuras, un viaje iniciático, que no sería destacable si no fuera porque ha volcado toda su imaginación (que no es poca) en crear personajes, escenarios y situaciones plagadas de guiños y de referencias al mundo de los libros y de todo lo que los rodea: autores, lectores, editores, agentes, libreros, críticos, historiadores de la literatura; librerías, bibliotecas, estanterías, almacenes; tinta, papel, cuero, cola... una mezcla explosiva de seres imaginarios, pero con una base muy real. Marcados, por así decirlo, por la letra impresa.
Dice en una de las solapas de la sobrecubierta que “Esta novela se dirige a los amantes de la lectura de cualquier edad”. A pesar de que a primera vista parezca una novela dirigida al público juvenil (tiene mucho de novela de fantasía), no la recomendaría a jóvenes en busca simplemente de una novela de aventuras, a no ser que realmente demuestren una inclinación un tanto “friki” (como una servidora; quien esté libre de culpa que tire la primera piedra) al mundo de los libros y la literatura.
¡Déjenme que les cuente!
La historia es relativamente sencilla. Autor, narrador y protagonista se nos presentan como la misma persona, Hildegunst von Mythenmetz. Walter Moers se atribuye el papel de traductor, y de hecho acompaña el texto con notas a pie de página para explicar algunos de los conceptos del texto. Hildegunst es un dragón originario de una de las regiones de Zamonia - reino inventado por Moers, donde también ambientó la saga del Capitán Osoazul - y será quien nos guiará a través de las más de cuatrocientas páginas que durará su viaje, iniciado a la muerte de su padrino literario, Danzarote Tornasílabas. Moers nos explica así cuál es la función del padrino literario: “enseña a su pupilo a leer y escribir, lo introduce en la literatura zamónica, le recomienda lecturas y le enseña el oficio de escritor. Le oye recitar poemas y le enriquece el vocabulario... y así sucesivamente, todas las medidas útiles para el desarrollo artístico de su ahijado.” (p. 12)
En su lecho de muerte, Danzarote entrega a Hildegunst el manuscrito de un autor desconocido e insta a su ahijado a leerlo y a intentar emularlo, porque ese texto es lo mejor que ha leído jamás. Nosotros no llegaremos a leer ese manuscrito, pero varios personajes nos demuestran que es sublime, de una calidad literaria como muy pocos han leído jamás. Tal y como le dice Danzarote, es tan perfecto que quita a cualquiera las ganas de escribir: uno solo quiere pasarse el resto de sus días leyéndolo. Algo parecido le ocurre a Hildegunst, pero siente además la necesidad de encontrar al autor de tal maravilla. Y para ello se dirige a Bibliópolis, el lugar que da título al libro, pues también se la conoce como la ciudad de los libros soñadores:
“Bibliópolis contaba con más de cinco mil librerías de viejo oficialmente registradas y, más o menos, mil tiendas de libros en las que, además de libros, se ofrecían bebidas alcohólicas, tabaco, y hierbas y esencias embriagadoras cuyo consumo, supuestamente, aumentaba la alegría de leer y la concentración. Había un número difícil de estimar de vendedores ambulantes, que en estanterías rodantes, carritos de mano, bolsos en bandolera y carretillas ofrecían obras impresas en todas las formas imaginables. En Bibliópolis había más de seiscientas editoriales, cincuenta y cinco imprentas, una docena de fábricas de papel y un número continuamente en aumento de talleres que se ocupaban de producir tipos de imprenta de plomo y tinta de imprimir. Había tiendas que ofrecían miles de puntos de lectura y ex libris, canteros especializados en soportes para libros, carpinterías y negocios de muebles llenos de atriles y estanterías. Había ópticos, que hacían gafas de leer y lupas, y en cada esquina un café, casi siempre con una chimenea encendida y lecturas literarias las veinticuatro horas del día.” (pp. 30-31)
“Y allí estaban, los libros soñadores. Así llamaban en aquella ciudad las existencias de las librerías de viejo, porque, desde el punto de vista de los comerciantes, aquellos libros no estaban ya exactamente vivos ni tampoco exactamente muertos, sino que se encontraban en un estado intermedio, semejante al sueño. Habían dejado atrás su existencia real, tenían delante su descomposición, y por eso dormitaban, a millones y millones de millones, en todas las estanterías y cajas, en los sótanos y catacumbas de Bibliópolis.” (pp. 32-33)
En esta ciudad, después de la introducción de la trama del manuscrito, tiene lugar la primera parte de la novela, titulada “El legado de Danzarote”. Hildegunst va en busca del autor de ese manuscrito, pero es sobre todo un turista en una ciudad que vive por/para/de/sobre (y casi cualquier otra preposición) los libros y la literatura, y se dedica a explicarnos sus descubrimientos en Bibliópolis. La acción deja paso a la descripción de lugares como el Callejón Venenoso, “la mal afamada calle de los críticos a sueldo” donde trabajan “críticos literarios autodesignados que, por un precio, escribían críticas aniquiladoras” (p. 85) o el Cementerio de los Poetas Olvidados, donde los poetas fracasados de Zamonia viven en fosas y se dedican a escribir poesías para los turistas, a cambio de unas monedas. También aparecen una serie de secundarios que tienen su importancia en el rumbo que toman las aventuras de Hildegunst: especialmente, un par de libreros y un agente literario, al que Moers le hace decir lo siguiente: “En mi profesión no importa saber qué literatura es buena o mala. La literatura realmente buena rara vez se aprecia en su época. Los mejores escritores mueren pobres. Y los malos ganan dinero. Siempre ha sido así. ¿Qué me importa, como agente, un genio literario que sólo será descubierto el próximo siglo? Estaré muerto yo también. Lo que necesito son nulidades con éxito.” (p. 76). Tuve que resistirme mucho para no adelantarles ese fragmento cuando lo leí, hace un par de semanas, y reservármelo para esta entrada. Realmente el personaje de Arco de Arpa no tiene desperdicio, como tampoco lo tiene Phistomefel Smeik al que dejo que descubran por ustedes mismos.
La segunda parte de la novela es también la más extensa y se titula “Las Catacumbas de Bibliópolis”. Si en la primera parte el autor se deleitaba en la descripción de la ciudad, ahora se deleita en lo que hay por debajo de la ciudad: un inmenso laberinto que hace las veces de almacén de todos los libros que no caben en la superficie. Hasta allí llega Hildegunst – el cómo no lo vamos a desvelar – y allí deberá sobrevivir a los peligros que acechan en los túneles, galerías, grutas, cuevas, depósitos y, para abreviar, a la vuelta de cualquier estante. La imaginación del autor vuelve a desbordarse creando todo tipo de peligros para el protagonista: desde los cazadores de libros (aguerridos personajes que se atreven a descender voluntariamente a las catacumbas en busca de los libros más valiosos), hasta...
En su lecho de muerte, Danzarote entrega a Hildegunst el manuscrito de un autor desconocido e insta a su ahijado a leerlo y a intentar emularlo, porque ese texto es lo mejor que ha leído jamás. Nosotros no llegaremos a leer ese manuscrito, pero varios personajes nos demuestran que es sublime, de una calidad literaria como muy pocos han leído jamás. Tal y como le dice Danzarote, es tan perfecto que quita a cualquiera las ganas de escribir: uno solo quiere pasarse el resto de sus días leyéndolo. Algo parecido le ocurre a Hildegunst, pero siente además la necesidad de encontrar al autor de tal maravilla. Y para ello se dirige a Bibliópolis, el lugar que da título al libro, pues también se la conoce como la ciudad de los libros soñadores:
“Bibliópolis contaba con más de cinco mil librerías de viejo oficialmente registradas y, más o menos, mil tiendas de libros en las que, además de libros, se ofrecían bebidas alcohólicas, tabaco, y hierbas y esencias embriagadoras cuyo consumo, supuestamente, aumentaba la alegría de leer y la concentración. Había un número difícil de estimar de vendedores ambulantes, que en estanterías rodantes, carritos de mano, bolsos en bandolera y carretillas ofrecían obras impresas en todas las formas imaginables. En Bibliópolis había más de seiscientas editoriales, cincuenta y cinco imprentas, una docena de fábricas de papel y un número continuamente en aumento de talleres que se ocupaban de producir tipos de imprenta de plomo y tinta de imprimir. Había tiendas que ofrecían miles de puntos de lectura y ex libris, canteros especializados en soportes para libros, carpinterías y negocios de muebles llenos de atriles y estanterías. Había ópticos, que hacían gafas de leer y lupas, y en cada esquina un café, casi siempre con una chimenea encendida y lecturas literarias las veinticuatro horas del día.” (pp. 30-31)
“Y allí estaban, los libros soñadores. Así llamaban en aquella ciudad las existencias de las librerías de viejo, porque, desde el punto de vista de los comerciantes, aquellos libros no estaban ya exactamente vivos ni tampoco exactamente muertos, sino que se encontraban en un estado intermedio, semejante al sueño. Habían dejado atrás su existencia real, tenían delante su descomposición, y por eso dormitaban, a millones y millones de millones, en todas las estanterías y cajas, en los sótanos y catacumbas de Bibliópolis.” (pp. 32-33)
En esta ciudad, después de la introducción de la trama del manuscrito, tiene lugar la primera parte de la novela, titulada “El legado de Danzarote”. Hildegunst va en busca del autor de ese manuscrito, pero es sobre todo un turista en una ciudad que vive por/para/de/sobre (y casi cualquier otra preposición) los libros y la literatura, y se dedica a explicarnos sus descubrimientos en Bibliópolis. La acción deja paso a la descripción de lugares como el Callejón Venenoso, “la mal afamada calle de los críticos a sueldo” donde trabajan “críticos literarios autodesignados que, por un precio, escribían críticas aniquiladoras” (p. 85) o el Cementerio de los Poetas Olvidados, donde los poetas fracasados de Zamonia viven en fosas y se dedican a escribir poesías para los turistas, a cambio de unas monedas. También aparecen una serie de secundarios que tienen su importancia en el rumbo que toman las aventuras de Hildegunst: especialmente, un par de libreros y un agente literario, al que Moers le hace decir lo siguiente: “En mi profesión no importa saber qué literatura es buena o mala. La literatura realmente buena rara vez se aprecia en su época. Los mejores escritores mueren pobres. Y los malos ganan dinero. Siempre ha sido así. ¿Qué me importa, como agente, un genio literario que sólo será descubierto el próximo siglo? Estaré muerto yo también. Lo que necesito son nulidades con éxito.” (p. 76). Tuve que resistirme mucho para no adelantarles ese fragmento cuando lo leí, hace un par de semanas, y reservármelo para esta entrada. Realmente el personaje de Arco de Arpa no tiene desperdicio, como tampoco lo tiene Phistomefel Smeik al que dejo que descubran por ustedes mismos.
La segunda parte de la novela es también la más extensa y se titula “Las Catacumbas de Bibliópolis”. Si en la primera parte el autor se deleitaba en la descripción de la ciudad, ahora se deleita en lo que hay por debajo de la ciudad: un inmenso laberinto que hace las veces de almacén de todos los libros que no caben en la superficie. Hasta allí llega Hildegunst – el cómo no lo vamos a desvelar – y allí deberá sobrevivir a los peligros que acechan en los túneles, galerías, grutas, cuevas, depósitos y, para abreviar, a la vuelta de cualquier estante. La imaginación del autor vuelve a desbordarse creando todo tipo de peligros para el protagonista: desde los cazadores de libros (aguerridos personajes que se atreven a descender voluntariamente a las catacumbas en busca de los libros más valiosos), hasta...
[¿Dónde está el punto intermedio entre decir lo suficiente como para despertar las ganas de leer un libro, pero no tanto como para haberlo estropear la intriga de saber qué sucede?]
A lo que sí que no me resisto es a dejarles también un fragmento de esta segunda parte y a hablarles de los librillos. Hildegunst no solo encuentra peligros en las catacumbas. También se topa con seres amables que le ayudarán a sobrevivir. Los librillos forman parte de este segundo grupo: personajillos con un solo ojo que dedican su vida por completo a la lectura. Tanto es así, que cada uno lleva el nombre de un autor famoso, del que ha memorizado toda su obra. Para que Hildegunst aprenda los nombres de cada uno de los librillos, realizan un “ritual” en el que cada librillo recita un fragmento de la obra del autor que les da nombre, y nuestro protagonista tiene que adivinarlo. De este modo, Hildegunst llega a conocer a Perla La Gadeon, Orca de Wils o Balono de Zácher, de los que habla en el siguiente fragmento:
“Perla La Gadeon, por ejemplo, resultó ser un contemporáneo sociable, aunque esporádicamente melancólico, que me enseñó toda clase de cosas sobre la artesanía poética y todavía más sobre la construcción de breves y espeluznantes historias de terror. Balono de Zácher tenía ese largo aliento épico que hace falta para escribir gruesas novelas, y el gran corazón sin el cual no se resisten las cantidades de café necesarias. Me enseñó la técnica intelectual con la que se tienen en la cabeza los personajes y los hilos argumentales de una docena de novelas sin volverse loco.
Orca de Wils era un ingenioso conversador, en cuya presencia uno se sentía siempre entretenido al más alto nivel. Era sencillamente incapaz de decir nada casual ni trivial, y cada una de sus frases era un pulido aforismo o una observación ingeniosa. Apenas me atrevía a abrir la boca cuando conversaba con él, porque todo lo que yo tenía que decir me parecía en su presencia estúpido y aburrido.” (p. 264)
Ahora me permito decirles que una de las advertencias que se nos hacen antes de empezar la lectura de esta novela, es que “Algunos personajes de este libro llevan, en anagrama, nombres de escritores también famosos fuera de Zamonia.” ¿Sabrían identificar a los tres autores del texto anterior? Como verán, coinciden en algo más que en las letras que componen sus nombres :-)
Hildegunst vivirá aventura tras aventura, y sobresalto tras sobresalto en las catacumbas de Bibliópolis. Y como en toda buena historia, iremos recogiendo las miguitas que el autor nos ha ido dejando hasta llegar al final. Aunque, parafraseando a Danzarote (p. 21) lo que importa no es como empieza una historia ni como termina, sino lo que pasa en medio. Y, créanme, lo que hay en medio de esta historia bien vale las horas que uno invierte en leerla.
A lo que sí que no me resisto es a dejarles también un fragmento de esta segunda parte y a hablarles de los librillos. Hildegunst no solo encuentra peligros en las catacumbas. También se topa con seres amables que le ayudarán a sobrevivir. Los librillos forman parte de este segundo grupo: personajillos con un solo ojo que dedican su vida por completo a la lectura. Tanto es así, que cada uno lleva el nombre de un autor famoso, del que ha memorizado toda su obra. Para que Hildegunst aprenda los nombres de cada uno de los librillos, realizan un “ritual” en el que cada librillo recita un fragmento de la obra del autor que les da nombre, y nuestro protagonista tiene que adivinarlo. De este modo, Hildegunst llega a conocer a Perla La Gadeon, Orca de Wils o Balono de Zácher, de los que habla en el siguiente fragmento:
“Perla La Gadeon, por ejemplo, resultó ser un contemporáneo sociable, aunque esporádicamente melancólico, que me enseñó toda clase de cosas sobre la artesanía poética y todavía más sobre la construcción de breves y espeluznantes historias de terror. Balono de Zácher tenía ese largo aliento épico que hace falta para escribir gruesas novelas, y el gran corazón sin el cual no se resisten las cantidades de café necesarias. Me enseñó la técnica intelectual con la que se tienen en la cabeza los personajes y los hilos argumentales de una docena de novelas sin volverse loco.
Orca de Wils era un ingenioso conversador, en cuya presencia uno se sentía siempre entretenido al más alto nivel. Era sencillamente incapaz de decir nada casual ni trivial, y cada una de sus frases era un pulido aforismo o una observación ingeniosa. Apenas me atrevía a abrir la boca cuando conversaba con él, porque todo lo que yo tenía que decir me parecía en su presencia estúpido y aburrido.” (p. 264)
Ahora me permito decirles que una de las advertencias que se nos hacen antes de empezar la lectura de esta novela, es que “Algunos personajes de este libro llevan, en anagrama, nombres de escritores también famosos fuera de Zamonia.” ¿Sabrían identificar a los tres autores del texto anterior? Como verán, coinciden en algo más que en las letras que componen sus nombres :-)
Hildegunst vivirá aventura tras aventura, y sobresalto tras sobresalto en las catacumbas de Bibliópolis. Y como en toda buena historia, iremos recogiendo las miguitas que el autor nos ha ido dejando hasta llegar al final. Aunque, parafraseando a Danzarote (p. 21) lo que importa no es como empieza una historia ni como termina, sino lo que pasa en medio. Y, créanme, lo que hay en medio de esta historia bien vale las horas que uno invierte en leerla.
2 comentarios:
Friso per anar a buscar-lo a la biblio i després comprar-me'l a alguna llibreria mítica que em porti bons records...
Gracias por ese descubrimiento.
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