09 noviembre 2007

Nueve

Ya que empezamos la semana hablando de televisión, justo es que la terminemos del mismo modo. Para ello, la primera de las “9 maneras de enseñar a los niños a odiar la lectura”, según Gianni Rodari. [Texto incluido en el libro La escuela de la fantasía, pero en mi caso extraído del número 187 de la revista CLIJ, noviembre de 2005]

“Lee, en lugar de mirar la televisión”;
“Si no te veo leer, vendo el televisor”;
“Agarra el libro de la escuela, en lugar de perder el tiempo con esas estupideces”.


No pretendo conocer todas las expresiones particulares que usan quienes sostienen este sistema casi infalible. Los niños saben que la televisión no es una “estupidez”: la encuentran divertida, agradable y útil. Puede ocurrir que le sacrifiquen un poco de tiempo más del necesario, puede suceder que en ocasiones queden reducidos a ese estado de semiinconsciencia en el que cae el telespectador habitual, niño o adulto, después de cierto tiempo, y del que es síntoma la total pasividad con la que acepta cualquier programa de la pantalla, sin elegir y sin reaccionar. Esto no quita que en su conjunto los méritos educativos de la televisión superen sus deméritos.


La televisión enriquece el punto de vista, nutre el vocabulario, pone en circulación una cantidad inverosímil de informaciones, inserta a nuestros pequeños analfabetos en un círculo más amplio que el familiar, que no siempre está animado por las informaciones, por la cultura y por las ideas. Casi se podría decir que la televisión disminuye las dificultades de la lectura. Al mismo tiempo, porque crea (aunque sea a un nivel discretamente bajo) una especie de unidad nacional de la lengua, y ayuda al oído del niño a superar el obstáculo de las profundas diferencias entre el dialecto nativo y materno y la lengua escolar. Después, porque hace familiares, a través del sonido y la imagen, un cierto número de “palabras difíciles”, de esas con las que los pequeños lectores tropiezan inevitablemente; y quizás en la actualidad tropiezan menos que antes.

Psicológicamente, además, no me parece que negar una diversión, una ocupación placentera (o sentida como tal, que es lo mismo) sea el modo ideal de hacer que amen otra: será más bien la manera de lanzar sobre esta otra una sombra de fastidio y de castigo.


[Para los curiosos, las restantes ocho maneras de enseñar a los niños a odiar la lectura son: presentar el libro como una alternativa a la historieta, decir a los niños de hoy que los niños de otra época leían más, considerar que los niños tienen demasiadas distracciones, echar la culpa a los niños si no aman la lectura, transformar el libro en un instrumento de tortura, negarse a leerle al niño, no ofrecer una opción suficiente y ordenar leer. Si nuestros niños leen, no será porque no ponemos el suficiente empeño en lo contrario...]

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ayer la revista Viva (del dario Clarín de Buenos Aires) publicó una columna de Beatriz Sarlo en la que decía que una buena manera de incentivar la lectura es generar algo así como espacios de prohibición: en la transgresión está el gusto.
Interesante forma de pensar la educación en contrario.