13 marzo 2006

H - DE HALL A HUS

El neurótico poeta Jakob Haringer (RIP 1948), que afirmaba de sí mismo: "Soy y seguiré siendo el mayor escritor del siglo", nos quedó debiendo, por desgracia, una prueba de su grandeza. Crispó los nervios del mundo circundante suministrándole poemas que nadie le había pedido. Vivió de donaciones y murió con estas palabras: "¡Me cago en el mundo!"

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Al poeta de campesinos escocés James Hogg (RIP 1835) le aguardaba una muerte por hipo, y esta muerte fue tan poco común como había sido su vida. Hogg era, igual que su padre, pastor; había tenido que aprender él solo a leer y a escribir. Las canciones, sagas y leyendas de su patria las sabía él de memoria. Walter Scott se fijó, por casualidad, en él, cuando él mismo andaba coleccionando viejas canciones populares. Scott fomentó el talento poético de Hogg y lo introdujo en la sociedad literaria de Edimburgo, donde también conoció a Byron. El duque de Buccleuch regaló a Hogg una granja (1816), en la que pasó el resto de sus días. Pese a una vida como la suya, rica en circunstancias felices encadenadas, Hogg murió con una comprensible amargura. "¡Es una vergüenza para la Facultad que todos ellos no puedan hacer nada contra este hipo!"

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(De Diccionario de últimas palabras, de Werner Fuld; Editorial Seix Barral, 2004)

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