01 abril 2009

Aria

[Lo que sigue es uno de los capítulos de El libro de los viajes imaginarios, de Xabier P. DoCampo, ilustrado por Xosé Cobas, y editado por Anaya en octubre del 2008. Que las cartas de Pedro Salinas a Katherine Whitmore lleven desde diciembre, si no antes, en la columna de la derecha no quiere decir que no hayan desfilado otros libros por mi mesita de noche. Este libro de los viajes imaginarios es uno de ellos... quizá uno de los mejores. Y si se deciden a tomarse el rato que les llevará leer este capítulo - creo que no se arrepentirán - sabrán por qué lo digo...]

Es obligado visitar Aria aunque sea tan solo para conocer su cementerio, un lugar único que deja en el recuerdo una huella imborrable llena de deseos y de propósitos.

Para llegar a él hay que subir por un sendero bordeado de fuentes, todas ellas distintas entre sí. Unas son grandes, otras pequeñas; las hay extremadamente sencillas y otras recargadas con múltiples adornos; con un caño, con dos y hasta con tres... Pero en lo que más se diferencian unas de otras es en el sonido que producen; todas tienen una música propia que las singulariza y juntas componen una hermosa melodía, hermosa e irrepetible, porque nadie es capaz de recordarla cuando se ha alejado de las fuentes al entrar en el cementerio. En este reina un silencio que, lejos de producir cualquier sensación de miedo o de inquietud, acompaña y consuela.

El cementerio es un triángulo cruzado por tres calles, trazadas como las medianas de dicho triángulo y que reciben los nombres de Épica, Lírica y Dramática respectivamente. Cada uno de los seis triángulos que así se forman están a su vez cruzados por las correspondientes medianas que constituyen nuevas calles con nombres que aluden a un género o subgénero literario. Esto es así porque en las lápidas del cementerio de Aria en vez de figurar inscrito el nombre de la persona allí enterrada, lo que se lee es el título de un libro.

Estas lápidas parece que respondieran a la intención de quebrar el orden riguroso establecido por la disposición de los caminos, ya que no guardan ninguna relación unas con otras, todas son de formas diversas y de distintas alturas. En su conjunto forman una acumulación horizontal de piedras clavadas en la tierra.

Fue el guardia del lugar el que dio una explicación al Viajero sobre este último aposento, aunque nunca se puede desvanecer por completo la presencia de lo misterioso que se respira en los camposantos.
- En cada enterramiento hay una persona, mujer, hombre, niño o niña, que murió en Aria. Pero en la lápida, en vez de su nombre, se pone el título de un libro que tuvo algo que ver con la vida de esa persona.
- ¿Y los analfabetos? Porque no me dirá usted que en Aria todos han sabido leer y escribir desde siempre.
- No, no le diré semejante cosa, pero no ha habido nunca nadie que no hubiera podido escuchar lo que dice un libro, y eso le permitió escoger el título que habría de ser su epitafio. Aquéllos que, por cualquier razón, no podían leer, buscaban alguien para decirle: “lee para mí en voz alta.” Y siempre encontraban a alguien que lo hiciera y los ayudase a escoger su libro.
-¿Y por qué razón escogían un título y no otro? Durante la vida de una persona son muchos los libros que pueden llegar a gustar – comentó el Viajero –. Eso del libro preferido es algo que puede variar a lo largo de la vida.
- Cada uno hace la elección a su imagen y semejanza, no es fácil explicar cómo ocurre. Mi padre dejó dicho que quería que escribieran en su lápida el título de un libro que una vez encontró entre la basura y llevó a casa. Siempre tuvo una especial estima por ese libro que él había salvado. Conozco a uno que adoptó un libro que a nadie le gustaba, y a otro que pidió que enterrasen el libro con él para seguir leyéndolo. Podría mostrarle al que escribió en la piedra el título de un libro que siempre deseó leer pero que no pudo hacerlo porque ese libro no existía. Dijo que quería ir a buscarlo al otro lado, que allí seguro que estaba.
- ¿Y usted? – preguntó el Viajero.
- Aún no lo sé. Pero será un libro que contenga mis palabras, aquéllas que parezca que fueron sacadas de mi propia boca para ponerlas en el libro. Un libro que diga mariposa, y ruiseñor, y libélula, luciérnaga, madre, hija, hermana, agua... ¿Y qué libro escogería el señor si fuera enterrado aquí?
- Nunca he pensado en ello, mi caso no es como el de los habitantes de Aria que ya conocen la costumbre...
- Pero puede imaginarlo, ¿no?
- Sí, puedo. Sería un libro que encerrase mi rostro en sus palabras. Que contuviera mi imagen como un espejo.
- Entiendo, entiendo... – habló el guardia mientras acompañaba al viajero hacia la salida de aquel extraño lugar.

Cuando el Viajero bajaba por el sendero, la música de las fuentes le pareció más familiar, más próxima.

5 comentarios:

Queso y aceitunas dijo...

Yo elijo las 13 vidas y media del Capitán Osoazul...

Anónimo dijo...

Que hermoso!!! Yo creo que todos elegimos un libro que nos identifica, aunque es verdad que probablemente vaya cambiando en nuestro camino vital. Yo me quedo con mi primer recuerdo de haber leído algo que me removió por dentro: Cien años de soledad.

juan

Jorge dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jorge dijo...

¿Cómo es que por muchas vueltas que demos siempre nos encontremos con algo que nos lleva de regreso al bueno de Italo Calvino?

Y Enhac... el capitán Osoazul es de obligada lectura.

P.S. Dudo entre "La isla del tesoro", "Las aventuras de Tom Sawyer" o "Cinco semanas en globo".

Anónimo dijo...
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