29 septiembre 2006

Conjugando el verbo leer (1 de 4)

Soy una niñita bizca de coletas tirantes sentada en la falda de su abuela materna mientras ésta le cuenta la historia de la Caperucita Roja o de los tres cerditos. Quizá es el primer recuerdo que tengo de la ficción, del contacto con la literatura. Mi hermana M me cantaba una canción que decía algo así como “Mi niña chiquita / no tiene cuna...”; no podía soportar la pena, así que me echaba a llorar. No sé qué edad debía tener entonces. ¿De cuándo guarda la mayoría de la gente sus primeros recuerdos? ¿De los cuatro o cinco años? Seguramente fue por aquel entonces.

Me gustaría poder decir que todavía conservo alguno de mis primeros libros, de los cuentos con grapas que fueron mis primeras lecturas. Cuadernillos del tamaño de una cuartilla, o incluso más pequeños, que guardaba dentro de una caja todos juntos. No recuerdo ni un solo título, ni ha sobrevivido a las diversas limpiezas y cambios de piso ninguno de ellos. Creo que la mayoría los enviamos a amigos de mis padres que tenían hijos más pequeños que yo, a medida que yo fui creciendo y que empezaba a tener problemas de espacio y a acumular más papeles de los que podía guardar. Sigue siendo así hoy en día: el espacio me empuja a deshacerme de antiguas lecturas.

¿Qué debió venir después? Supongo que las primeras lecturas del colegio. Al principio eran libros de texto con cuentos cortos, fábulas, quizás algún fragmento de una novela. Recuerdo el libro, forrado con papel adhesivo, y sentada en clase leyendo en voz alta. Se me daba bien, leer. Había compañeros en clase que se atascaban con las palabras, que no sabían acoplar su respiración al ritmo de la lectura yloleíantododecarrerillahastaqueseencontrabanconun

puntoyentoncesseparabanparacogeraireyseguir. Recuerdo las alabanzas de los profesores. Siempre fui “la empollona” de la clase. Con gafas desde segundo de EGB, con una cartilla de notas donde predominaban los “sobresalientes”, con unos profesores que todavía recordaban a mi hermana A, la otra gran estudiante de la familia. Pasé por el colegio como si me llevaran en volandas, y la lectura me gustaba.

De todos modos, no puedo decir que la lectura fuera la actividad predominante de mis primeros años. No era de esos niños que luego rememoran sus años de infancia como solitarios, sin amigos, viviendo encerrados en los libros de aventuras. Veía muchísima televisión: desde “Los ricos también lloran” con mi abuela y “Falcon Crest” con mi madre – pero qué mala era Angela Channing –, “Luz de luna” con la vecina del segundo – me bajaba en pijama a verlo a su casa –, sin olvidar por supuesto todos los dibujos habidos y por haber. Una de las primeras cosas que hacía los sábados por la mañana era poner la televisión para ver “La bola de cristal”. Quizá la lectura vendría después de la televisión y de jugar con mis vecinas. No sabría decir qué tenía más, si libros o complementos de la Barbie; voy a ahorraros la enumeración de estos últimos, los cuales, al contrario que los libros, sí han sobrevivido con una claridad pasmosa. Pero estoy aquí para hablar de mis orígenes como lectora, por mucho que me pese no poder alardear de lo precoz de mi actividad.

Quizá los libros que más claramente recuerdo eran las series de Enid Blyton sobre internados ingleses femeninos (Santa Clara y Torres de Malory). Heredé un par de tomos de mis hermanas y los demás los conseguimos de segunda mano en el Mercat de Sant Antoni, donde íbamos los domingos a cambiar las Corín Tellado de mi madre y a que mi padre comprara sellos. También pasaron por mis manos Los tres investigadores y El club de los cinco, aunque a estos no llegué a releerlos tantas veces como a las “series femeninas”. Quizá sea la característica principal de aquella época: leía mucho, pero porque releía constantemente los libros que me gustaban. Quizá llegué a releer los cinco o seis tomos de Santa Clara unas siete u ocho veces.

También en Sant Antoni me abastecía de ZipiyZapes, que eran mis tebeos preferidos. Nunca soporté a Mortadelo y Filemón. Por aquella época volvieron a editar el TBO, y quizá fue la primera revista que seguía con regularidad, junto con los cuadernillos de El libro gordo de Petete y un coleccionable sobre animales salvajes que, como todos, empecé pero no llegué a terminar. Pensaba que quería ser bióloga, hasta que descubrí que estudiar biología no tenía por qué conllevar viajar a países lejanos y nadar en el mar rodeada de delfines.

Por alguna razón (que ahora, por motivos profesionales, me gustaría llegar a conocer), la biblioteca pública no era un lugar al que ir a buscar cuéntos o lecturas “por placer”. En la pequeña ciudad donde vivía, la única biblioteca pública que había era una Sala de lectura Sant Jordi, gestionada por La Caixa de Catalunya. Iba mucho, sí, pero a buscar información para hacer trabajos del colegio. Recuerdo dónde estaban los libros que utilizábamos, pero no que hubiera una sección con cuentos o novelitas para niños, así que mis lecturas eran siempre regalos.

Llegué a tener decenas, por ejemplo, de tomos de aquella serie titulada algo así como “Escoge tu propia aventura”. Unos libritos rojos (la edición en catalán, la de la foto, era azul), de no más de 60 o 70 páginas, en los que tú decidías qué hacían los protagonistas en un determinado momento y el libro te indicaba por qué página debías seguir leyendo si querías que los personajes (por ejemplo) pasaran por la puerta de la derecha. Por supuesto, leía todas las aventuras posibles, con lo cual más que leer supongo que me pasaba el rato moviendo páginas adelante y atrás en busca de historias alternativas que todavía no hubiera descubierto.

Leía también cualquier libro de la serie naranja de El varco de vapor. De estos sí que recuerdo algún título, como Viento salvaje de verano, de Bo Carpelan. Supongo que fueron las últimas lecturas infantiles y las primeras “lecturas adolescentes”, un paso más adelante, en el sentido de que eran historias con entidad propia, con un poco más de personalidad.

Ya no queda nada de todo aquello. Poco a poco los libros fueron desapareciendo, enviados a amigos, regalados en campañas de recogida de volúmenes para escuelas de latinoamerica... De todos los libros que pasaron por mis manos hasta los catorce años, cuando terminé la EGB y ya era una muchacha hecha y derecha, con mi metro ochenta, mi acné galopante y mis gafas de pasta (un verdadero pimpollo), solo quedan tres libros: Platero y yo, que no sé en qué curso leí porque en la primera página del libro solo está escrito mi nombre, con letra todavía infantil, y los dos sempiternos de Miguel Delibes: El Camino y El príncipe destronado, ambos del curso 91-92, cuando estaba a punto de terminar el colegio y de dar el salto a la secundaria.


12 comentarios:

Anónimo dijo...

Una entrada entrañable, que me ha hecho recordar mis propios inicios en la lectura... ¡Que tiempos!
Coincidimos en muchas cosas; pero me gustaría destacar algo en lo que no coincidimos. Yo sí que iba a la biblioteca a buscar lectura -básicamente novelas policiacas- y quizás de ahí me venga mi amor por las bibliotecas.

Alicia Liddell dijo...

Mi madre me contaba el de la cabra y las siete cabritillas. Todos los días. En el desayuno, leche con pan.

Mientras me metía cucharadas en la boca iba relatando y si un día tenía prisa y se saltaba algún fragmento yo le reprochaba la brevedad y ella, por su parte, que si me lo sabía de memoria porque no pedía otro cuento. Pero no, siempre pedía el de la cabra y las siete cabritillas.

Fer dijo...

Yo me echaba a llorar con la canción de Tengo una muñeca vestida de azul. Según mi madre, era oír lo de la camisita y el canesú y me entraba el bajón. Ahora, que desde pequeño me sabía dos temas de pe a pa: Bandido (y así me llamaba, cariñosamente, un tío) y el Fandango del limón, típico de Seronia.
En cuanto a las lecturas, confieso que fui lector compulsivo. Recuerdo los tebeos (soy más de Ibáñez que de Escobar), los de elegir la aventura, los de Barco de Vapor y, cómo no, los de PAKTO secreto.
No solía pisar para nada la biblioteca, sino que leía, como dice Sfer, lo que me regalaban. Y juro que en mi casa ni me faltaron ni me faltarán libros, afición que me inculcaron mis padres.
En fin, aguardo las secuelas de este artículo.

Anónimo dijo...

Libros que he vuelto a comprar a mis hijos sólo por el placer de releerlos -o sea, se recomiendan también para "adultos"-:

El pequeño Nicolás (Todos)
Celia (Todos)
Los Siete Secretos sí, pero no los Cinco, me caía fatal Georgina...
Guillermo Brown (en realidad estos todavía son los míos... han aguantado 6 mudanzas)
Los comics de las grandes obras de la literatura (estos me ha costado un montón encontrarlos, son Moby Dick, Los tres mosqueteros, El Barón de Munchausen, El Lazarillo de Tormes, Tom Sawyer, y muchos más...)
Algunos del Barco de Vapor... pero pocos

Y me gustaría encontrar unas publicaciones que intercalaban comic en el libro original, de modo que podías leerte el libro, o una versión "más reducida"... pero no recuerdo ni la editorial, ni el formato... aquí estaban casi todas las de Julio Verne (Miguel Strogoff la leí en las dos versiones cientos de veces...) y mujercitas....

Qué envidia poder leer todo por primera vez...

Alicia Liddell dijo...

Al anónimo visitante: Colección Historias de Bruguera, creo recordar. Menudos atracones de Sissi que me pegaba. Y sí, todo Verne. Cada cuatro páginas una era de historieta. Genial

sfer dijo...

Qué envidia, palimp! No me explico como yo no tengo ese recuerdo de la biblioteca. Me pregunto si la bibliotecaria era especialmente borde, porque si no no encuentro razón para no haberla usado de fuente de lecturas... :-(

El de las siete cabritillas me ha tocado a mí contárselo hasta la saciedad a mis sobrinas, en mis años de cangureo.

Me alegro de que el anónimo visitante haya encontrado la solución a su incógnita. Se siente una útil haciendo de "celestina"
:-)

DINOBAT dijo...

Hola que tal?, pues nada pasaba a revisar blog y me parece interesante el tuyo, espero poder leernos : ), saludos,


Jacobo

uncnoun dijo...

"El camino" de Delibes es una novela sobre un chico en un pueblo enmedio del monte?

Si es ese, lo leí como lectura obligatoria en 8º de EGB y tengo muy buen recuerdo. Fué la primera vez que lloré con un libro.
También recuerdo que aprendí el significado de alfeizar y de lavativa con este libro. XD

Anónimo dijo...

Lindo post, ciertamente.

En mi caso, en mi familia, "hacerse socio de una biblioteca" era un "derecho" que se comenzaba a ejercer a la edad de 12-13 años, con toda la "responsabilidad" que ello implicada (como, por ejemplo, "firmar", tener una firma). Mi apetito insaciable por los libros obligó a una redefinición de la cuestión; de modo que concurrí con mi padre, a la edad de 9-10 años, a "asociarme" a la biblioteca. Nunca había visto tantos libros juntos. Ese día, fui muy feliz.

No he conocido esas publicaciones que combinan texto e historieta, deben haber sido algo muy lindo. ¿Existen hoy, para niños?

Un saludo

Kar3d

Miguel Sanfeliu dijo...

Hola, me ha gustdo mucho tu rememoración lectora. Y, como a los demás, me ha transportado a mi infancia. Recuerdo muchos cómics. A mí me gustaban Mortadelo y Filemón, mucho, pero intentaré pasarte por alto tu predilección por Zipi y Zape (qué barbaridad) (es broma). Y TBO. Y DDT, Pulgarcito, Pumby... Y Rip Kirby, Mandrake el mago, los superhéroes, con Spiderman a la cabeza, etc.
Recuerdo los libros con historietas que han comentado por aquí arriba, y aún conservo unos cuantos. "Los tres investigadores" me fascinaban. Y el libro que me hizo vibrar fue "Las aventuras de Tom Sawyer".
Ah, qué tiempos aquellos.
Saludos y añoranza.

El Miope Muñoz dijo...

Qué bella memoir. Yo a mi infancia la debo a una librería de segunda mano: empecé a llevarme tebeos primero (fueron mis primerísimas lecturas: páginas de superman, batman y finalmente spider-man y los x-men) , pulps fictions y clásicos como la isla del tesoro. Qué tiempos!

Anónimo dijo...

Ui, m'ha fet molta risa això dels llibres de "Tria la teva aventura". A mi em passava justament el mateix: no podia acceptar de deixar el llibre només coneixent una possible versió. Anava llegint amb una llibreta al costat i apuntava les trames, les pàgines... evidentment al tercer llibre ja me'n vaig afartar i vaig buscar altres coses.
En el meu cas, la biblioteca que jo recordo era molt antiga i silenciosa, amb unes cadires que pesaven molt i no es podien moure sense fer soroll... no en tinc massa bon record, la veritat. Llàstima. També crec que anava molt perduda i m'hauria agradat trobar una bibliotecària tipus la de Matilda, que m'hagués fet de guia literària.
en fin pilarín.