Era una mujer de biceps abultados; de pechos preternaturales que soltaban un torrente de leche capaz de alimentar regimientos; y que, según se rumoreaba misteriosamente (aunque sospecho que el rumor lo inició ella misma), tenía dos úteros. Estaba tan llena de cotilleos y chismorreos como de leche: todos los días salía por su boca una docena de cuentos nuevos. Poseía la energía ilimitada que es común a todas las que ejercen su oficio; mientras les sacaba la vida a golpes a las camisas y saris, sobre su piedra, parecía ir aumentando de fuerzas, como si absorbiera el vigor de las ropas, que terminaban aplastadas, sin botones y muertas a palos. Era un monstruo que olvidaba cada día en el momento que acababa. Sólo con la mayor resistencia accedí a conocerla; y sólo con la mayor resistencia la admito en estas páginas. Su nombre, incluso antes de que yo la conociera, tenía el olor de las cosas nuevas; representaba la novedad, los comienzos, la llegada de nuevas historias acontecimientos complejidades, y yo no estaba ya interesado en nada nuevo. Sin embargo, una vez que Retratosji me informó de que tenía la intención de casarse con ella, no tuve opción; con todo, me ocuparé de ella tan brevemente como la exactitud me lo permita.
***
Hijos de la medianoche, de Salman Rushdie.
Ya les hablé una vez de cómo me gustan algunas descripciones de personajes (ya sean escuetas o verborreicas), y esta de Rushdie se me clavó sin remedio.
No ha sido una lectura fácil... como nunca lo son los libros que contienen todo un mundo. Pero no me extraña que lo escogieran como el mejor Booker de entre los Bookers... Si les gustó Cien años de soledad, pueden atreverse (y disfrutarán) de Hijos de la medianoche.
27 junio 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Excelente descripción. Tu entrada invita a la lectura. Y yo no he leído nada de Rushdie. Así que...
Magnífico tu blog, que sigo desde hace mucho. Un auténtico placer. Saludos.
Publicar un comentario