15 junio 2007

Normas prácticas de la bibliotecaria ideal


Si un día decides ponerte a hacer limpieza en tu puesto de trabajo, y se da el caso de que no eres la única persona que ha pasado por allí y que trabajas en un lugar que lleva, digamos, unos años funcionando, te encontrarás con cosas de lo más curiosas. Puede que no tengas mucha suerte y lo más curioso que te encuentres sea una bolsa escondida con los restos de lo que en mejores tiempos fue una tableta de chocolate (totalmente verídico), o puede que tengas más suerte y encuentres lo que encontré yo hace unos días: las “Normas prácticas de la bibliotecaria ideal”, o lo que es lo mismo, un dossier de siete folios, fotocopiados y grapados, escritos a máquina por la señora “Llibrèria Volum i Tom” en diciembre de 1986, y que contienen todo lo que una buena bibliotecaria debe saber para llevar a la práctica su profesión de manera impecable.

Sería demasiado egoísta no compartir este documento de valor incalculable, especialmente el apartado en el que habla de uno de los peores enemigos de los libros: los lectores. Les reproduzco, traduciendo del catalán en el que está escrito, lo que se dice sobre ellos:

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[Los lectores] son los elementos destructores más hábiles y sistemáticos de los libros. Entre otros perjuicios, arrugan los libros, los ensucian con todo tipo de manchas (desde la tinta al aceite, pasando por la salsa de tomate), los llenan de garabatos, los mutilan, les arrancan páginas enteras, recortan las ilustraciones, los desencuadernan, los pierden y los roban. Una banda de estos terribles lectores puede cargarse una biblioteca de tres mil volúmenes en un par de meses.

Es un agente muy difícil de combatir, ya que es una especie protegida por la ley y su desaparición física nos podría suponer algún disgusto; por lo tanto, debemos tolerarlo. Eso sí, hay que procurar que se acerque bien poco a las bibliotecas tomando medidas disuasorias. Como en los manuales que tenemos al alcance no se habla de dichas medidas, nos alargaremos en la enumeración de los diferentes métodos que toda buena bibliotecaria ha de saber y practicar.

1.- El acceso.


Toda biblioteca debe exigir un carné al lector, y para eso debe solicitar un aval. Busquen que los avales sean de gente poco disponible. También se puede hacer que el precio del depósito sea bastante elevado. Hagan que se necesite un carné especial para entrar a determinadas salas y que se necesite un aval todavía más restrictivo para ello.
Si son ustedes las afortunadas veladoras de una biblioteca que no está abierta al público de manera indiscriminada, pierdan las llaves en el momento en que alguien quiera visitarla o consultar su fondo, o directamente desaparezcan, si pueden prever la visita con suficiente antelación.

2.- La vigilancia.

Un buen cacheo en la vestimenta y las pertenencias de los lectores en el momento de entrar, y obligarlos a dejar la mayoría de las cosas que lleven, podrá eliminar elementos mutiladores: tijeras, cuchillas, cerillas, cigarros, punzones, etc. y elementos que ensucien: latas de cerveza o coca cola, bolsas de patatas fritas, pipas, caramelos, chicles, etc.
Entre las mesas conviene que se paseen guardias de seguridad proveídos de algún arma de defensa personal. Notarán que, pese al cacheo, los malévolos lectores siempre consiguen pasar alguna tijerilla escondida en un dobladillo, o un cortaplumas metido en un calcetín, así que no será fácil el enfrentamiento. Los guardias deben tener aspecto antipático y de mal humor, y expulsar de la sala a aquellos lectores que hablen o hagan ruido. También deben encargarse de vigilar el trato que reciben los libros. En este sentido deben ser implacables y llegar a la derogación del carné en caso de reincidencia.

3.- El tiempo.

Desde el momento en que el lector les pida una obra determinada hasta el momento en el que la recibe, debería pasar como mínimo un cuarto de hora, y si s posible dos o tres. Esta táctica pone muy nerviosos a los lectores, pero no por eso debemos perder nunca la calma ni la sonrisa condescendiente. Suele ser una estrategia muy eficaz, sobre todo si va acompañada de un límite en la consulta de obras; jamás se deben dejar más de tres obras al mismo lector. Con este sistema puede que consigamos que el lector prefiera comprarse las obras él mismo y quedarse en casa, lo cual sería un éxito para nosotras.

4.- La negación.

Un “no” en el momento de consultar un libro es el método más eficaz, pero requiere una fuerza personal y una preparación en la sutileza que no se enseña con demasiada insistencia. Si no disponen de estas cualidades, tomen otras medidas. Niéguense a dejar en consulta o en préstamo aquellas obras que corren más peligro o simplemente que no quieran dejar por el motivo que sea. Aleguen que están en préstamo, restaurándose o encuadernándose, que las están consultando, o que el lector ha consultado mal el catálogo (que ustedes mismas ya habrán procurado que sea bien críptico) o que ha rellenado incorrectamente la ficha de solicitud. Verán cómo este método, a la larga, da sus frutos.

5.- Conclusión.

Sobre todo, si no pueden poner en práctica ninguno de estos métodos, encomiéndense y tomen ejemplo del santo patrón de las bibliotecarias, que prefirió quemar su biblioteca antes que dejar consultar un libro. Su martirio ha sido glosado recientemente y con gran acierto por Umberto Eco en su obra “El nombre de la rosa”. Hagan novenas, pues, a San Jorge de Burgos (1) y eríjanle una capillita entre los volúmenes de la Enciclopedia Espasa para que vele en todo momento por nuestro santuario de sabiduría.

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Sí sí... ríanse... pero quién no haya visto en la práctica al menos una de las anteriores técnicas, que tire la primera piedra.

(1) En ningún lugar he encontrado que San Jorge de Burgos sea patrón de las bibliotecarias, lo cual no significa que no tengamos patrón, porque por lo que parece tenemos varios

[En la imagen, la bibliotecaria Nancy Pearl nos invita a guardar silencio.]

12 comentarios:

Ferran Moreno dijo...

[Icono que silva y pone cara de disimulo]

Qué barbaridad, qué poca pofesionalidaz la tal Llibrèria :-P

Espai de llibres dijo...

Acabo de llegar a tu blog gracias a la recomendación de una de tus fieles lectoras, y sólo quería darte la enhorabuena. Las entradas que he leído son estupendas, y esta última en especial me ha encantado. Te sigo leyendo. ¡Un saludo!

Ferran Moreno dijo...

Antes que nadie diga nada, me lo digo yo mismo: silBa, burro, silBa!

Irisibula dijo...

Yo también tengo a Nancy Pearl! Oye, me muero por una copia de esas normas que has descubierto. Anda, porfa tráeme una copia el próximo día que nos veamos... Yo ya te digo que tengo una guía para ti y una troballa...

Anónimo dijo...

¡Ahora lo entiendo todo!!!!

Miguel Sanfeliu dijo...

¡Es genial!
Muy divertido. Me ha encantado el tono irónico del escrito. Si el resto tiene la misma carga de mala leche deberías regalarnos otra entrega.

Un abrazo.

Apolonio-de-Rodas dijo...

Muy bueno, y muy real en algunos lugares, sobre todo en bibliotecas y archivos privados. Son unas normas escritas con ironia, mordaces y drasticas.
Me voy a hacer una copia y ponerla en el mostrador cuando alguien se queje del trato recibido.....

Alicia Liddell dijo...

¿San Jorge de Burgos no será un heterónimo de Jorge Luis Borges?
¿Ha identificado a la autora de las recomendaciones?

Anónimo dijo...

Sfer, esto se merece mi primera intervención... increíble! quiero una copia! Jo, yo no me encuentro nunca nada!

sfer dijo...

un que passava: venga, confiesa... ¿cuál de estas prácticas has llevado a cabo alguna vez, a lo largo de tu carrera? Prometo un quid pro quo...

espai de llibres, benvinguts a librosfera! Felicitats també per la vostra iniciativa. Com li vaig dir a la Berta Bocado fa poc, hauríeu de fer-ne més difusió entre la resta de biblioteques de la xarxa.

pequeña saltamontes: prometo copia. Si busco la dirección del colegio y te la mando allá a tu nombre, te la harán llegar?

miguel: la primera parte del escrito no es tan buena como esta... habla de como deben vestir y arreglarse las buenas bibliotecarias, cosa que ya sabe todo el mundo: falda por debajo de las rodillas, colores oscuros, nada de pendientes o joyas extravagantes, y a ser posible unas gafas con cadenita colgadas del cuello...

alicia: cuando busqué por esos mundos de google lo de San Jorge de Burgos no encontré ninguna referencia a Borges... quizá algún otro lector tenga más datos? En cuanto a la autoría del escrito, me inclino a pensar que alguna estudiante de biblioteconomía con demasiado tiempo libre es la culpable. No estaría mal identificarla y felicitarla en persona!

gavapower... le haré llegar una copia por PI para que lo cuelgue en el zulo :-)

Irisibula dijo...

Al cole me la donaran. Cap problema.

Cristina dijo...

Pero qué bueeeeeno!!! Ay, yo quiero ser como la Sra. Llibrèria.. :DDD