30 septiembre 2006

De agradecimientos y recomendaciones

Doble función de esta entrada:

1) Dar gracias infinitas a César por descubrirme/nos Humoradas.

2) Recomendar a todo el que pase por estos lares que, si no quieren hacerse adictos al blog de Enrique Gallud Jardiel, al menos lean la entrada titulada "La nefasta lectura".

Lean, lean, que de leer esto no se arrepentirán...

29 septiembre 2006

Conjugando el verbo leer (1 de 4)

Soy una niñita bizca de coletas tirantes sentada en la falda de su abuela materna mientras ésta le cuenta la historia de la Caperucita Roja o de los tres cerditos. Quizá es el primer recuerdo que tengo de la ficción, del contacto con la literatura. Mi hermana M me cantaba una canción que decía algo así como “Mi niña chiquita / no tiene cuna...”; no podía soportar la pena, así que me echaba a llorar. No sé qué edad debía tener entonces. ¿De cuándo guarda la mayoría de la gente sus primeros recuerdos? ¿De los cuatro o cinco años? Seguramente fue por aquel entonces.

Me gustaría poder decir que todavía conservo alguno de mis primeros libros, de los cuentos con grapas que fueron mis primeras lecturas. Cuadernillos del tamaño de una cuartilla, o incluso más pequeños, que guardaba dentro de una caja todos juntos. No recuerdo ni un solo título, ni ha sobrevivido a las diversas limpiezas y cambios de piso ninguno de ellos. Creo que la mayoría los enviamos a amigos de mis padres que tenían hijos más pequeños que yo, a medida que yo fui creciendo y que empezaba a tener problemas de espacio y a acumular más papeles de los que podía guardar. Sigue siendo así hoy en día: el espacio me empuja a deshacerme de antiguas lecturas.

¿Qué debió venir después? Supongo que las primeras lecturas del colegio. Al principio eran libros de texto con cuentos cortos, fábulas, quizás algún fragmento de una novela. Recuerdo el libro, forrado con papel adhesivo, y sentada en clase leyendo en voz alta. Se me daba bien, leer. Había compañeros en clase que se atascaban con las palabras, que no sabían acoplar su respiración al ritmo de la lectura yloleíantododecarrerillahastaqueseencontrabanconun

puntoyentoncesseparabanparacogeraireyseguir. Recuerdo las alabanzas de los profesores. Siempre fui “la empollona” de la clase. Con gafas desde segundo de EGB, con una cartilla de notas donde predominaban los “sobresalientes”, con unos profesores que todavía recordaban a mi hermana A, la otra gran estudiante de la familia. Pasé por el colegio como si me llevaran en volandas, y la lectura me gustaba.

De todos modos, no puedo decir que la lectura fuera la actividad predominante de mis primeros años. No era de esos niños que luego rememoran sus años de infancia como solitarios, sin amigos, viviendo encerrados en los libros de aventuras. Veía muchísima televisión: desde “Los ricos también lloran” con mi abuela y “Falcon Crest” con mi madre – pero qué mala era Angela Channing –, “Luz de luna” con la vecina del segundo – me bajaba en pijama a verlo a su casa –, sin olvidar por supuesto todos los dibujos habidos y por haber. Una de las primeras cosas que hacía los sábados por la mañana era poner la televisión para ver “La bola de cristal”. Quizá la lectura vendría después de la televisión y de jugar con mis vecinas. No sabría decir qué tenía más, si libros o complementos de la Barbie; voy a ahorraros la enumeración de estos últimos, los cuales, al contrario que los libros, sí han sobrevivido con una claridad pasmosa. Pero estoy aquí para hablar de mis orígenes como lectora, por mucho que me pese no poder alardear de lo precoz de mi actividad.

Quizá los libros que más claramente recuerdo eran las series de Enid Blyton sobre internados ingleses femeninos (Santa Clara y Torres de Malory). Heredé un par de tomos de mis hermanas y los demás los conseguimos de segunda mano en el Mercat de Sant Antoni, donde íbamos los domingos a cambiar las Corín Tellado de mi madre y a que mi padre comprara sellos. También pasaron por mis manos Los tres investigadores y El club de los cinco, aunque a estos no llegué a releerlos tantas veces como a las “series femeninas”. Quizá sea la característica principal de aquella época: leía mucho, pero porque releía constantemente los libros que me gustaban. Quizá llegué a releer los cinco o seis tomos de Santa Clara unas siete u ocho veces.

También en Sant Antoni me abastecía de ZipiyZapes, que eran mis tebeos preferidos. Nunca soporté a Mortadelo y Filemón. Por aquella época volvieron a editar el TBO, y quizá fue la primera revista que seguía con regularidad, junto con los cuadernillos de El libro gordo de Petete y un coleccionable sobre animales salvajes que, como todos, empecé pero no llegué a terminar. Pensaba que quería ser bióloga, hasta que descubrí que estudiar biología no tenía por qué conllevar viajar a países lejanos y nadar en el mar rodeada de delfines.

Por alguna razón (que ahora, por motivos profesionales, me gustaría llegar a conocer), la biblioteca pública no era un lugar al que ir a buscar cuéntos o lecturas “por placer”. En la pequeña ciudad donde vivía, la única biblioteca pública que había era una Sala de lectura Sant Jordi, gestionada por La Caixa de Catalunya. Iba mucho, sí, pero a buscar información para hacer trabajos del colegio. Recuerdo dónde estaban los libros que utilizábamos, pero no que hubiera una sección con cuentos o novelitas para niños, así que mis lecturas eran siempre regalos.

Llegué a tener decenas, por ejemplo, de tomos de aquella serie titulada algo así como “Escoge tu propia aventura”. Unos libritos rojos (la edición en catalán, la de la foto, era azul), de no más de 60 o 70 páginas, en los que tú decidías qué hacían los protagonistas en un determinado momento y el libro te indicaba por qué página debías seguir leyendo si querías que los personajes (por ejemplo) pasaran por la puerta de la derecha. Por supuesto, leía todas las aventuras posibles, con lo cual más que leer supongo que me pasaba el rato moviendo páginas adelante y atrás en busca de historias alternativas que todavía no hubiera descubierto.

Leía también cualquier libro de la serie naranja de El varco de vapor. De estos sí que recuerdo algún título, como Viento salvaje de verano, de Bo Carpelan. Supongo que fueron las últimas lecturas infantiles y las primeras “lecturas adolescentes”, un paso más adelante, en el sentido de que eran historias con entidad propia, con un poco más de personalidad.

Ya no queda nada de todo aquello. Poco a poco los libros fueron desapareciendo, enviados a amigos, regalados en campañas de recogida de volúmenes para escuelas de latinoamerica... De todos los libros que pasaron por mis manos hasta los catorce años, cuando terminé la EGB y ya era una muchacha hecha y derecha, con mi metro ochenta, mi acné galopante y mis gafas de pasta (un verdadero pimpollo), solo quedan tres libros: Platero y yo, que no sé en qué curso leí porque en la primera página del libro solo está escrito mi nombre, con letra todavía infantil, y los dos sempiternos de Miguel Delibes: El Camino y El príncipe destronado, ambos del curso 91-92, cuando estaba a punto de terminar el colegio y de dar el salto a la secundaria.


28 septiembre 2006

Campañas ambivalentes


¿Cuánto vale una idea que te hace soñar, que te hace reír, que te hace llorar? Tener una idea te hace creer en tu idea, luchar por ella. ¿Cuánto vale vivir por una idea? Las ideas de unos ayudan a otros a tener nuevas ideas. ¿Cuánto vale la libertad de poder elegir? Una sociedad vale lo que valen sus ideas. Si dejamos que nos las roben, ¿qué nos queda? Defiende tu cultura.

Se trata de una campaña... pero ¿sabríais decir a favor o contra de qué?
a) A favor de la cultura libre (como ésta).
b) En contra de la piratería (como ésta).

...

La respuesta correcta es la b.
Yo, sinceramente, no lo veo tan claro...

27 septiembre 2006

Cuidado con ese libro, amigo...

Iba a dar la vuelta para entrar en el comedor, cuando reparé en un libro encuadernado en piel de serpiente que estaba en un rincón del estante de arriba, en el último cuerpo de la estantería. No recordaba haberlo visto y, pese a mi estatura, no pude descifrar el borroso título de su lomo. Entré en el salón y llamé a Tessie, que vino y se encaramó para alcanzármelo.
- ¿Qué es? – pregunté.
- “El Rey Amarillo”.
Me quedé perplejo. ¿Quién lo había puesto allí? ¿Cómo había llegado a mi casa? Hacía mucho tiempo que yo había decidido no abrir jamás el libro ese y no comprarlo por nada del mundo. Incluso por miedo a que la curiosidad pudiera tentarme a abrirlo, apartaba la mirada de él cuando entraba en una librería y lo tenían por casualidad. De haber sentido deseos de leerlo alguna vez, la espantosa tragedia del joven Castaigne – a quien conocía – me habría disuadido de abrir sus páginas infames. Me he negado siempre a escuchar cualquier referencia a ese libro, y desde luego, nadie se ha atrevido a discutir su segunda parte en voz alta, de modo que yo no tenía absolutamente ningún conocimiento de lo que estas páginas podían revelar. Contemplé la encuadernación jaspeada y ponzoñosa como hubiera contemplado una culebra.
- No lo toques, Tessie. Baja de ahí.

(de “El signo amarillo”, de R. W. Chambers)

Me señaló una silla, una mesa, un montón de libros, y salió de la estancia. Al echar mano de los libros, vi que se trataba de volúmenes muy antiguos y mohosos. Entre ellos estaban el viejo tratado sobre las Maravaillas de la Naturaleza de Morryster, el terrible Saducismus Triumphatus de Joseph Glanvil, publicado en 1681; la espantosa Daemonolatreia de Remigius, impresa en 1595 en Lyon, y el peor de todos, el incalificable Necronomicon, del loco Abdul Alhazred, en la excomulgada traducción latina de Olaus Wormius. Era éste un libro que jamás había tenido en mis manos, pero del cual había oído decir cosas monstruosas. Nadie me dirigió la palabra; lo único que turbaba el silencio eran los aullidos del viento en el exterior y el girar de la rueca mientras la vieja seguía con su silencioso hilar. Tanto la estancia como aquella gente y aquellos libros me daban una extraña impresión de morbosidad e inquietud; pero, puesto que se trataba de una antigua tradición de mis antepasados, en virtud de la cual se me había convocado para tan extraña conmemoración, pensé que debía esperarme las cosas más peregrinas. Conque me puse a leer. Interesado por un tema que había encontrado en el Necronomicon, no tardé en darme cuenta que la lectura aquella me encogía el corazón. Se trataba de una leyenda demasiado espantosa para la razón y la conciencia.

(de “El ceremonial”, de H. P. Lovecraft)

La primera vez que leí algo sobre esta cuestión fue en el extraño libro de Von Junzt, aquel extravagante alemán que vivió tan singularmente, y murió en circunstancias tan misteriosas y terribles. Fue una suerte para mí que cayese en mis manos su obra Cultos sin nombre, llamada también el Libro Negro, en su edición original publicada en Düsseldorf en 1839, poco antes de que al autor le sorprendiese su terrible destino. Los bibliógrafos suelen conocer los Cultos sin nombre a través de la edición barata y mal traducida que publicó Bridewell en Londres, en el año 1845, o de la edición cuidadosamente expurgada que puso a la luz la Golden Goblin Press de Nueva York en 1909. Pero el volumen con el que yo me tropecé era uno de los ejemplares alemanes de la edición completa, encuadernada con pesadas cubiertas de piel y cierres de hierro herrumbroso. Dudo mucho que haya más de media docena de estos ejemplares en todo el mundo, hoy en día; primero, porque no se imprimieron muchos, y además, porque cuando corrió la voz de cómo había encontrado la muerte su autor, muchos de los que poseían el libro lo quemaron asustados.

(de “La Piedra Negra”, de Robert E. Howard)

Por último, saqué, temblando, el libro de su receptáculo y contemplé con fascinación los jeroglíficos de la cubierta. Estaba en excelente estado. Las letras curvilíneas del título me mantenían hipnotizado, como si fuera casi capaz de leerlas. En verdad no puedo jurar que no llegué a leerlas efectivamente en un pasajero y terrible acceso de memoria anormal.
No sé el tiempo que pasó antes de atreverme a quitar aquella delgada cubierta de metal. Busqué mil pretextos para demorar o eludir el momento fatal. Me quité la linterna de la boca y la apagué para no gastar pila. Luego, en la más completa oscuridad, hice acopio de ánimo... y abrí el libro. Por último enfoqué la luz sobre la página en que quedó abierto, y traté de antemano de esforzarme por sofocar cualquier exclamación involuntaria.

(de “En la noche de los tiempos”, de H. P. Lovecraft)

La perseverancia acaba siempre por triunfar. En una vieja tiendecita de South Dearborn Street, en unas estanterías arrinconadas, acabé por encontrar lo que andaba buscando. Allí, encajado entre dos ediciones centenarias de Shakespeare, descubrí un gran libro negro con tapas de hierro. En ellas, grabado a mano, se leía el título De Vermis Mysteriis, Misterios del Gusano.
El propietario no supo decirme de dónde procedía el libro aquel. Quizá lo había adquirido hacía un par de años en algún lote de libros de segunda mano. Era evidente que desconocía su naturaleza, ya que me lo vendió por un dólar. Encantado por su inesperada venta, me envolvió el pesado mamotreto, y me despidió con amable satisfacción.

[...]

Mi compañero era sensible también a esta atmósfera expectante. Los largos años de soledad habían agudizado su intuición hasta un extremo inconcebible. No era el frío lo que le hacía temblar en su butaca, ni era la fiebre la que hacía llamear sus ojos con un fulgor de piedras preciosas. Aun antes de abrir aquel libro maldito, sabía que encerraba una maldición. El olor a moho que desprendían sus páginas antiguas traía consigo un vaho que parecía brotar de la tumba. Sus hojas descoloridas estaban carcomidas por los bordes. Su encuadernación de cuero estaba roída por las ratas, acaso por unas ratas cuyo alimento habitual fuera singularmente horrible.
Aquella noche había contado a mi amigo la historia del libro, y lo había desempaquetado en su presencia. Al principio parecía deseoso, ansioso diría yo, por empezar en seguida su traducción. Ahora, en cambio, vacilaba.
Insistía en que no era prudente leerlo. Era un libro de ciencia maligna. ¿Quién sabe qué conocimientos demoníacos se ocultaban entre sus páginas, o qué males podían sobrevenir al intruso que se atreviese a profanar sus secretos? No era conviente saber demasiado. Muchos hombres habían muerto por practicar la ciencia corrompida que contenían estas páginas. Me rogó que abandonara mi investigación, ahora que no lo había leído aún, y que tratase de inspirarme en fuentes más saludables.
Fui un necio.

(de “El vampiro estelar”, de R. Bloch)

[Todos los cuentos se incluyen en la antología de Alianza Editorial de Los Mitos de Cthulhu]

26 septiembre 2006

Volando vuelvo

Ilustración: Ofra Amit.

Los libros pueden llevarnos a muchos sitios.
A mí, me han traído de vuelta a la biblioteca.
Gracias a todos por esperarme :-)

08 septiembre 2006

Benditas vacaciones (y II)

Parecía que no iba a llegar nunca, pero aquí está, por fin, ha llegado, la otra merecida mitad. Quince días de descanso, dos semanas para hacer borrón y cuenta nueva, para volver con las pilas cargadas, para acumular la energía suficiente para aguantar lo que caiga (que caerá, caerá...)

Esta vez, mucho me temo que al menos durante la primera semana me va a ser imposible aparecer por aquí (a no ser que últimamente en el Pirineo en vez de "bolets" crezcan ordenadores con conexión a la red). Pero no temáis, que no os pienso dejar con las manos vacías. Aquí va una lista de enlaces librosféricos para que paséis, si no los quince días, al menos sí un rato entretenidos. Además, os los he clasificado por categorías para que escojáis el más acorde con vuestra personalidad.

- Para los coleccionistas.
- Para los oyentes.
- Para los hambrientos.
- Para los deportistas.
- Para los juguetones.

- Para los poetas.
- Para los novelistas.
- Para los cinéfilos.
- Para los ordenados.

- Para los ocupados.
- Para los viajantes (los anglófilos y los francófilos).

Volveré con más: una autobiografía lectora en cuatro actos, las novedades de septiembre, nuevas reseñas de literatura infantil y juvenil (la librería Al·lots - Petit Príncep retoma sus tertulias el próximo lunes 18 de septiembre), noticias, citas, ilustraciones, libros y más libros.


Pórtense bien. No se me desmadren. ¿Algún voluntario para apuntar en la pizarra los nombres de todos los que se porten mal en mi ausencia?

07 septiembre 2006

Sellos literarios (y V)

Sabía que alguien debía haber pensado en esto antes que yo...

06 septiembre 2006

¿Sorprendidos?

A través de la lista IWETEL, de la que ya os he hablado alguna que otra vez, llegó hace un par de días la siguiente petición:

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Amigos colisteros:


Desde la redacción de la revista Mi Biblioteca (editada por la Fundación Alonso Quijano) os proponemos que nos enviéis por correo electrónico vuestras opiniones y reflexiones sobre un tema que cada número os proponemos en forma de pregunta y que publicaremos en la sección "Cartas a Mi Biblioteca". Para el próximo número 7 (Otoño 2006) os hacemos la siguiente pregunta:

¿A quién te sorprendería encontrar en una biblioteca y por qué?

Esperamos vuestras respuestas. Entre todos los mensajes recibidos sortearemos 5 ejemplares del libro No digas que fue un sueño, de Terenci Moix (Planeta, 2003).

*Muy importante: el envío de cualquier comentario o respuesta implica la concesión del permiso correspondiente para su publicación en la revista "Mi Biblioteca". La dirección de la revista se reserva el derecho a publicar, editar o cortar el texto de las cartas por motivos de espacio y claridad.

Raúl Cremades
Revista "Mi Biblioteca"

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Si no fuera porque el año que viene hay elecciones municipales, yo diría realmente me sorprendería encontrarme en la biblioteca con el alcalde. Claro que eso me atrevo a decirlo aquí y ahora. Los compañeros de la revista me perdonarán, pero prefiero no tentarme a enviarles la respuesta por correo.


PS: A veces es tan difícil resistir el impulso de la polémica...

05 septiembre 2006

Vender libros

















Gandhi es una especie de FNAC a la mexicana (resumen muy rápido de lo que ellos explican de sí mismos aquí). Estas imágenes son sólo una selección de la publicidad de la empresa. Podéis ver las campañas completas, ordenadas cronológicamente, aquí. Sobre las mismas, habrá opiniones de todos los colores. Expresen sus opiniones con total libertad en los comentarios :-)

04 septiembre 2006

¿Continuos o alternos?

Es sabido que los lectores somos de corriente continua o alterna: unos leen un solo libro sin cesar hasta concluirlo y otros alternamos dos o más, a fin de leer más rato o de calmar mejor nuestra impaciencia ante lo que aún nos queda por leer. de modo que en mi "Mesita de luz" (preciosa denominación utilizada en algunos países hispanoamericanos, que apunta directamente al uso para lectura del mueble) siempre coexisten impacientes a mi llamada varias odaliscas bibliográficas de un mínimo harén. Cada noche le toca a una y, si estoy en forma o con muchas ganas, a veces puedo con dos. Se hacen mientras compañía en la espera viejos amores de siempre a los que vuelvo antes o después harto de recientes devaneos con promesas de deleite aún no inauguradas, tímidas y seductoras...

(Lo escribía Fernando Savater en "Breve encuentro", en el Babelia del pasado sábado 2 de septiembre de 2006; la imagen es de
kitakitts).

Personalmente, me identifico con los lectores de corriente continua, aunque no me da apuro aparcar la novela durante el fin de semana para caer en la tentación rápida de un cómic, que es lo que suelo acumular sobre mi mesita de luz.

Lo que hay en estos precisos momentos:
- Dos libros de
Patricia Highsmith, esperando que termine con Cthulhu (Ese dulce mal y The Cry of the Owl).
- Dos cómics, El Viajero de la tundra de Jiro Taniguchi y El Día del lobo, de Yoji Fukuyama.

02 septiembre 2006

Gaëlle Pelachaud (bibliotecas y colores)

Bibliothèque lunettes rouges

Bibliothèque jaune

Bibliothèque bleue

Bibliothèque verte

Nota: Encontré estos grabados de Gaëlle Pelachaud de manera un tanto curiosa. Estaban en Read Literature, pero en una versión antigua almacenada en Wayback Machine, de la que tuve noticia gracias a saricchiella. Un encuentro afortunado más.

01 septiembre 2006

Ejercicio de imaginación

Imaginad que domináis todos los idiomas que existen (alemán, inglés, latín, francés, griego, chino mandarín, árabe, swahili, español, vasco, danés, italiano...).
Imaginad que ese libro que creéis que todo el mundo debería leer no está traducido a vuestro idioma (para la mayoría supongo que el español).
Imaginad que disponéis del tiempo suficiente para traducirlo. De vuestras manos saldrá la herramienta para que miles, quizá millones de personas, conozcan ese libro.

¿Cuál sería vuestra elección? ¿Qué libro regalaríais al mundo de habla hispana?
Habladme de él :-)

...

Últimamente pienso mucho en esto de la traducción. Quizá porque me guardo en el tintero dos libros para los que no me hace falta imaginar mucho las situaciones de ahí arriba. No domino todos los idiomas que existen, pero sí el español y el inglés (suficiente). Hay un libro que creo que todo el mundo debería leer y que no está traducido (curiosamente, y a pesar de que casi todo lo que leo es novela, este no lo es). Y no dispongo de mucho tiempo libre, pero sí del suficiente como para que en un año (dos, tres...) pudiera haberlo acabado una traducción "decente".

Quizá ese sea mi buen propósito para el año que viene... El final del verano es el momento ideal para empezar a plantearse estas cosas.