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18 enero 2013

Arlindo Yip (3 de 3)

Fue el mismo vecino que llevaba las cuentas de la comunidad, el que había estado en su casa tomando café y hablando de la posibilidad de poner un ascensor, quien le comentó que el repartidor de butano se había enamorado.
- Antes era un ejemplo de eficacia y eficiencia.
- ¿Qué quiere decir con eso, vecino? – le preguntó Arlindo Yip.
- Pues que si le pedías una bombona, antes de colgar el teléfono ya estaba él llamando al timbre...
- ¿Y ahora?
- Ahora no. El vecino del primero B lleva dos días sin estufa, nuestra vecina la pintora hace dos días que espera que le sirva dos bombonas. Llueven las quejas, señor Yip. Lo peor que le puede pasar a un hombre es que se enamore.
- ¿Usted cree, vecino?
- Totalmente.
- Mire mi padre.
- ¿Dónde?
- Quiero decir que mi padre se enamoró y...
- ¿Y? Son cosas muy personales, señor Yip. Mi padre era un hombre muy callado. Algo rudo, de abrazos forzados.
- Vaya.
- Mi padre se fugó con otra mujer. Yo era muy pequeño.
- Lo siento.
- No tiene importancia. El amor tiene esas cosas. Yo me enamoré de mi mujer nada más verla. Paseaba por el parque cuando me la crucé. Ella iba con su madre. Yo llevaba unos zapatos nuevos que me apretaban un poco. Dejaron de apretarme los zapatos y pasó a oprimirme el corazón. Giré sobre mis pasos y las seguí.
- Muy dulce.
- Zapatos nuevos, vestido floreado, árboles medio vacíos... Así comenzaba el primer poema que le escribí. Se lo arrojé a su ventana.
- No sabía que era poeta, vecino.
- Yo tampoco sabía que ella tenía una hermana. Se lió una gorda, al parecer. Su padre montó guardia en la casa. Pasaron los días, pero no la olvidaba. Luego coincidimos en un tranvía, luego nos miramos, luego intercambiamos sonrisas, luego nos cogimos de la mano, luego murió su padre... Nunca había salido de su casa. El primer viaje que hizo fue a Alemania. Fuimos muy felices.
- ¿Recuerda cómo acababa ese poema?
- Lejano rumor de niños, el sol se oculta tras las nubes.
- Precioso, vecino.
- Se llama Ana.
- ¿Quién?
- La novia del repartidor de butano. Es rusa o algo parecido. Y muy guapa. Al parecer a ella le quedan muy bien los sombreros, y él con gorra de propaganda.

***

Arlindo Yip, de Daniel Nesquens.

[... vayan a buscarlo. Lo encontrarán - no se extrañen, no - en la sección infantil de su librería o biblioteca de cabecera. Créanme: hay todavía más historias y personajes por descubrir entre sus páginas, aunque el butanero lector enamorado de la rusa Ana... estarán de acuerdo conmigo en que va a ser difícil superarlo.]

16 enero 2013

Arlindo Yip (2 de 3)

Arlindo Yip no hacía nada en ese momento. Sentado en su sillón preferido pensaba en qué año se inventó el plástico. Había una edad del cobre, del bronce y del hierro. Esta no hace tanto, solo mil quinientos años antes de Cristo, en el último periodo de la prehistoria.
Ring, ring, ring.
Sonó el timbre de la puerta. Arlindo Yip se levantó a abrir.
"La edad del timbre", pensó cuando se encaminaba a la puerta.
- Buenos días, señor bucanero, perdón, butanero. Que yo sepa no le he pedido ninguna bombona.
- Ya. Lo sé. Si se fija no me acompaña ninguna bombona. Que por cierto, ya va siendo hora que los vecinos piensen en poner un ascensor en la casa.
- Casualmente el proyecto ya está aprobado. Las obras empiezan cuando acabe el lector de leer este libro.
- No sabía que también fuésemos personajes de un libro.
- También.
- Hablando de libros, ¿tiene otro?
- No le entiendo.
- Que si tiene otro libro. Usted me regaló un libro, ¿se acuerda? Ella era alta, morena, de ojos claros... Dulce...
- Cariñosa, hermosa...
- Inocente. Además de todo eso, tenía un corazón que no le cabía en el pecho.
El repartidor dijo la frase y Arlindo Yip puso cierta cara de desagrado, como si hubiese visto realmente ese corazón salirse por los laterales del cuerpo de la protagonista del libro.
- ¿Le ocurre algo?
- No, nada. Simplemente estaba pensando en qué otro libro podía regalarle - se excusó Arlindo Yip.
- Si puede ser... me gustaría que apareciese ella.
- Eso va a ser complicado. Ella pertenece solo al libro que le regalé. Ella...
- Ella es irrepetible.
- Tiene toda la razón. A ver, a ver... Recuerdo un libro de un escritor ruso...
- Yo no sé ruso, señor cuarto C.
- Yo tampoco, señor butanero. El libro está traducido al español. La protagonista se llama Ana. Creo que lo tengo... pase, pase, no se quede en la puerta.
- Veo que tiene todos los cuadros un poco torcidos - dijo el repartidor en medio del pasillo.
- Sí, es algo que heredé de mi padre - dijo desde el interior de su dormitorio.
- ¿Los cuadros?
- No, los cuadros los compré a un viejo amigo que pintaba antes de ser escritor. Ahora se ha casado, ha tenido un hijo y un libro.
- ...
- Lo que heredé de mi padre es la poca paciencia con los trabajos caseros. Aquí tiene el libro. No le quite el papel del forro, por favor.
- ¡Uuuf! A usted sólo le gustan los libros gordos. Como no tenga cuidado, igual hunde la casa.
- Igual.

***

Arlindo Yip, de Daniel Nesquens.

14 enero 2013

Arlindo Yip (1 de 3)

Arlindo Yip vive solo. Su casa es pequeña, sin apenas muebles. Un par de habitaciones, un dormitorio con un armario empotrado, una cocina alargada, un cuarto de baño y una pequeña galería que da a la calle donde Arlindo Yip cuelga una bicicleta de carreras, que hace más de cien años que no usa. También hay una alfombra enrollada con una enorme mancha de yogur, una jaula vacía con los comederos todavía llenos de alpiste. Y dos bombonas de butano.
Se trata de un cuarto piso sin ascensor. Así que cuando el señor del butano, robusto él, tiene que subir alguna bombona, cierra los ojos y maldice entre dientes. Menos mal que Arlindo Yip le da una propina que el repartidor guarda en un bolsillo especial.
Una fría mañana de enero, Arlindo no disponía de monedas sueltas para la gratificación y pensó que no sería mala cosa obsequiar al vigoroso repartidor con un libro que había terminado de leer recientemente.
- Tome – le dijo Arlindo Yip.
- ¿Un libro? ¿Para qué quiero un libro? ¡Más peso todavía! – se quejó, y con razón, el repartidor de bombonas a domicilio.
Arlindo Yip lo miró sorprendido, la respuesta de aquel hombre le había pillado fuera de juego. Se rascó la cabeza, pensando qué contestar.
- No hace falta que lo lea. La verdad es que no cuenta nada nuevo. Ya sabe: pura palabrería. Pero seguro que se enamora de la protagonista. Es alta, morena, de ojos claros... Dulce, cariñosa, hermosa...
- ¿Y sabe hacer huevos fritos con patatas fritas?
- ¿Quién? – preguntó tontamente Arlindo Yip.
- ¡Quién va a ser! La protagonista. Esa joven morena, cariñosa...
- Perfectamente.
A partir de ese día el repartidor no se separó del libro. Aprovechaba las retenciones de tráfico, los semáforos en rojo, las paradas en los stops, los trayectos en ascensor, su camino a casa para seguir leyendo. Leía como nunca antes lo había hecho.
- ¿Usted sabe qué significa “adyacente”? – le preguntó un día a una señora muy mayor a la que todos los últimos viernes de mes le reponía una bombona de gas butano.
- ¿Adyacente?
- Sí, eso he dicho. Aquí lo pone – contestó, señalando con el dedo la página abierta del libro.
- Contiguo, situado en las inmediaciones o proximidades de otra cosa – contestó ella.
- Claro. Sí, eso es.

***

Arlindo Yip, de Daniel Nesquens.

05 septiembre 2012

Verano 2012 - Personajes

He rebasado ya la edad que tenía mi padre cuando murió. Nací por tanto hace ya muchos años. Buscando para mí una vida paralela, como las que diseñó Plutarco, no sabría cuál elegir. Tuve una vida oscura, algún destello singular: fui músico, ejercí oficios varios, escribía encorvado y en secreto, estudié letras superiores, viví algún tiempo fuera de España, matrimonio, dos hijos, trabajo estable, publiqué algunos libros, poco más. Podría compararme con algún río de curso irresoluto que salga al fin a un llano y quede expuesto, siempre discretamente, a sequías y desmadres. Mi signo es la intermitencia; mi pasión, cierta variedad de tendencias que me impiden el disfrute de mí mismo, y cuyo símbolo encomiendo a un cruce de veredas; mi dulzura es la naturaleza y el verano, que es tanto como decir la melancolía de la infancia;  mi dolor es la insatisfacción crónica y la repentina falta de entusiasmo; la literatura ha acabado por ser, después de la tormenta, una reparación de daños. Cierta afección a la soñolencia, unida a la renuncia a descubrir en mí el reino de Jauja, me inclinan a pensar que el cordaje vital se me ha aflojado y estoy en la hora en que las melodías no son ni dulces ni arrebatadoras, sino sólo el son del agua que fluye y pasa bajo el sueño. Ya raramente me duelen las palabras, y los quiebros de la sintaxis no me hieren. Tampoco doy la talla, por mi condición o imagen, para ser estimado como náufrago. Los frutos de mis ocios no son testimoniales porque no soy noticia ni cifra ni tengo... esa ruda manera de no aceptar..., esa pasión del alquimista..., esa pasión que hace de la existencia un eslabón donde cualquier objeto arranca chispas... En fin, cerremos aquí este balbuceo.

Luis Landero - Entre líneas: el cuento o la vida.

Ya lo he dicho, de entre todos es mi mejor amigo. Podemos entendernos con un gesto, a veces nos basta una sonrisa. Antes de que aparecieran las chicas, pasamos juntos todas las tardes de nuestra vida - o por lo menos eso es lo que nos parece. Sé cuándo está a punto de marcharse y a veces podría decir un instante antes cuándo empezará a hablar. Lo encontraría en medio de una multitud, echando un simple vistazo, sólo por su forma de caminar - los hombros. Parezco mayor que él, todos lo parecemos, porque en él ha quedado mucho del niño: en los huesos pequeños, en la piel inmaculada, en los rasgos de su rostro, que tiene delicados y hermosísimos. Como las manos, y el cuello delgado - las piernas secas. Pero él no lo sabe, a duras penas lo sabemos nosotros - como ya he dicho, la belleza física es algo en lo que no nos fijamos. No es necesaria para la edificación del Reino. De manera que Luca lleva la suya encima sin usarla - una cita pospuesta. A la mayoría les parece un tipo distante, y las chicas adoran esa distancia, a la que llaman tristeza. Pero, como a todos, a él le gustaría, simplemente, ser feliz.

Alessandro Baricco - Emaús.

¿Te acuerdas de mi vecina de abajo, la viuda, la que tiene un hijo en Alemania, la que vive en el principal, la que al sonreír deja al descubierto un incisivo de oro, la que tiene las cenizas de su marido encima del televisor, la que tiene un cartel en la puerta de su casa en el que prohíbe fumar en el interior bajo multa de 100 euros, la que pinta al óleo, la que tiene un loro?

Daniel Nesquens y Rafa Vivas - Abrazos.

Raffaele no era guapo en el sentido estricto del término, pero, aun así, en Soreni todas las mujeres casaderas soñaban con él. En honor a la verdad, posiblemente también soñara alguna ya casada, porque hombres los había más ricos o más altos, pero ninguno había tenido a los veinte años esa mirada de un verde penetrante y socarrón que escrutaba los ojos de los demás como sin miedo del precio que hubiese que pagar.

Michela Murgia - La acabadora.


Las novelas de Philip K. Dick me las pasará mi amigo Ignasi, con sus gafas de lector incorformista, su nariz combada de no sé qué tribu mediterránea y su cicatriz en la barbilla desde niño. Ignasi es unos años mayor, y ha recorrido Europa en autoestop como los hippies de primera hora. Ha recogido fruta por todos los campos cultivados desde Lleida hasta Grecia y de este modo se ha cultivado él. Ignasi es el escéptico que vive ilusionado por todo. Una noche de juerga acabará agarrado a la taza del váter y al encontrármelo le preguntaré: Pero, Ignasi, ¿sabes dónde estás? Sí, en el paro, será su respuesta. Las novelas las trae en la mano como el predicador que lleva un revólver. Con él, solo se puede quedar a horas estrambóticas, a tal hora y treinta y seis minutos, a tal otra y once minutos, y entonces, con un porro finísimo en los labios, se presentará fascinantemente en el minuto exacto, en el sitio, en el banco del barrio, donde nos hemos citado. 

Javier Pérez Andújar - Paseos con mi madre.

25 junio 2009

Daniel Nesquens

Escribo para mi, para los críos y para que puedan leerlo los adultos y que a estos no se les caiga el libro de las manos, con un estilo ágil y con un humor absurdo y surrealista. Escribo para todo aquel que le guste sonreír. En este grupo no meto a los patanes que se ríen cuando una anciana se cae al suelo en un paso de peatones mojado por una lluvia que escasea.

Un niño tiene derecho a imaginar que es factible que llueva a mares y que un barco pesquero entre en una plaza de toros, que su vecino sea un agente secreto, que en su jardín este enterrado un tesoro pirata, que los conejos pesquen...


(Daniel Nesquens, citado en tenteatro).

15 junio 2009

Zaragoza lee (I) El club de fans secreto

El pasado domingo estuvimos en Zaragoza, disfrutando de un agradable viaje en autocar (ah... seis horas de lectura...), de un más agradable todavía paseo por la feria del libro, y de un todavía más agradable encuentro relámpago con mi (nuestro) escritor fetiche (el cual estoy segura que hemos asustado hasta el punto de que temerá asistir a un acto público y volver a encontrarse con nosotros).
Las tres entradas de esta semana, son un homenaje a la capital vecina, que nos tiene librosféricamente enamorados.




[Hagan click en las fotos para ampliar. Las dedicatorias no tienen precio.]

30 octubre 2008

¡Te queremos, Nesquens!





Hace un par de días que he empezado a leerme los dos últimos libros de Daniel Nesquens y... debo confesarles que soy totalmente parcial.

Si montara un club de fans de alguien, Nesquens sería definitivamente el elegido. Si todavía no han leído nada suyo (Hasta (casi) 100 bichos, Mi familia, Días de clase, Puré de guisantes, etc...), no sé a qué están esperando...