Mademoiselle Angelina Marguerite era quizás insólita, grotesca para algunos, una pesadilla para muchos, pero sobre todo un rompecabezas de vida inversa.
***
Sigo coleccionando personajes.
Este, brevísimo, de Ray Bradbury en De la ceniza volverás.
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06 diciembre 2019
22 enero 2018
La anciana señora Webster
Me enviaron a pasar con ella una temporada a los dos años de terminar la guerra, pero en su casa parecía que la guerra aún seguía. Muchas veces tenía cerradas las persianas y las cortinas incluso de día, como si se empeñase en mantener una especie de riguroso “apagón”. Creo que temía más el sol de lo que nunca había temido los bombardeos alemanes. Poseía unas tétricas y valiosas alfombras persas y parecía que le aterrorizaba que algún furtivo rayo de sol descarriado entrara sigilosamente y las destiñese.
[...]
Al principio la veía poco más que como una antigualla deprimente y ceremoniosa, demasiado vieja para ser juzgada con criterios humanos. Era idéntica a aquellas parientes ruinosas, con un pie en la tumba, que aparecían vestidas de luto en las casas de mis amigas de la escuela. En aquel momento, lo único que sabía de esta mujer y del efecto que causaba era que yo ya empezaba a contar los minutos de los meses que me faltaban para poder salir huyendo de su casa.
[...]
Cuando estabas con ella casi te convencía de que había algo cobarde y despreciable en toda evasión emocional, en negarse a sufrir, de cara, todos y cada uno de los golpes que la vida pudiese asestarle a uno. Acababas pensando que había un coraje casi sobrehumano en su forma de reconocer que lo único que esperaba ya de la vida era una consciencia ininterrumpida, por muy desagradable que supiera que iba a ser. Lo único que pedía de cada nuevo día era saber que ella seguía desafiantemente en su sitio; que, contra todo pronóstico, había conseguido sobrevivir en el vacío solitario y sin amor que se había fabricado para sí misma.
***
La bisabuela Webster no es el único personaje destacable de La anciana señora Webster, de Caroline Blackwood. También podría haber escogido a la tía Lavinia, a Richards o a los habitantes de Dunmartin Hall. Pero esos tres párrafos, concentrados en las primeras páginas de este libro, sin misericordia, convierten a la mujer que da título a esta novela (parece ser que bastante autobiográfica) en alguien inolvidable.
[...]
Al principio la veía poco más que como una antigualla deprimente y ceremoniosa, demasiado vieja para ser juzgada con criterios humanos. Era idéntica a aquellas parientes ruinosas, con un pie en la tumba, que aparecían vestidas de luto en las casas de mis amigas de la escuela. En aquel momento, lo único que sabía de esta mujer y del efecto que causaba era que yo ya empezaba a contar los minutos de los meses que me faltaban para poder salir huyendo de su casa.
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Cuando estabas con ella casi te convencía de que había algo cobarde y despreciable en toda evasión emocional, en negarse a sufrir, de cara, todos y cada uno de los golpes que la vida pudiese asestarle a uno. Acababas pensando que había un coraje casi sobrehumano en su forma de reconocer que lo único que esperaba ya de la vida era una consciencia ininterrumpida, por muy desagradable que supiera que iba a ser. Lo único que pedía de cada nuevo día era saber que ella seguía desafiantemente en su sitio; que, contra todo pronóstico, había conseguido sobrevivir en el vacío solitario y sin amor que se había fabricado para sí misma.
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La bisabuela Webster no es el único personaje destacable de La anciana señora Webster, de Caroline Blackwood. También podría haber escogido a la tía Lavinia, a Richards o a los habitantes de Dunmartin Hall. Pero esos tres párrafos, concentrados en las primeras páginas de este libro, sin misericordia, convierten a la mujer que da título a esta novela (parece ser que bastante autobiográfica) en alguien inolvidable.
01 noviembre 2017
...chochas, gruñonas, locas, diabólicas...
Una clase de aquellas a las que se tacha de brujas son mujeres generalmente viejas de ojos turbios, tullidas, pálidas, malolientes y marcadas de arrugas, pobres, hurañas, supersticiosas y papistas; o mujeres que no conocen religión, en cuya razón aletargada ha encontrado el Diablo un buen asiento. Y de este modo, fácilmente son llevadas a creer que cualquier accidente, infortunio, calamidad o muerte acontece por su causa, con lo que se imprime en su razón la firme y constante creencia imaginaria de que esto es así. Son enjutas y contrahechas, y reflejan sus rostros melancolía para horror de cuantos los contemplan. Son chochas, gruñonas, locas, diabólicas y no muy distintas de aquellos a los que se tiene por poseídos de los espíritus. Tan firmes y categóricas en sus opiniones que únicamente quien presta la debida atención a sus palabras se libra de caer en la fácil creencia de que hay en ellas verdad.
[De El descubrimiento de la brujería, de Reginald Scot, 1584; en El libro de las brujas, Katherine Howe (ed), Editorial Alba, traducción de Catalina Martínez Muñoz.]
[De El descubrimiento de la brujería, de Reginald Scot, 1584; en El libro de las brujas, Katherine Howe (ed), Editorial Alba, traducción de Catalina Martínez Muñoz.]
22 diciembre 2016
El Hijo
La Esposa joven sabía cómo era, pero no tan bien, o con tanto detalle, o de una manera clara en especial. En realidad, el Hijo le había gustado precisamente porque no era comprensible, a diferencia de todos los demás chicos de su edad, en los que no había nada que comprender. La primera vez que lo vio, le chocó por la elegancia de enfermo con que ejecutaba sus gestos, así como por cierta belleza de moribundo. Estaba perfectamente, por lo que ella sabía, pero alguien que tuviera los días contados se habría movido como él, se habría vestido como él y, especialmente, se habría callado a ultranza como él, para hablar sólo de cuando en cuando, en voz baja y con una intensidad irrazonable. Aparecía como marcado por algo, pero que se trataba de un destino trágico era una deducción un tanto demasiado literaria que la Esposa joven aprendió pronto, e instintivamente, a superar. En realidad, en la maraña de esos rasgos fragilísimos y esos gestos convalecientes, el Hijo escondía una terrible avidez de vida y una rara facilidad de imaginación: virtudes ambas que en esos campos resultaban de una inutilidad espectacular. Todo el mundo lo consideraba inteligentísimo, algo que para la sensibilidad común equivalía a considerarlo anémico, o daltónico: una enfermedad inofensiva y elegante. Pero el Padre, desde la distancia, lo espiaba y sabía; la Madre, desde más cerca, lo protegía e intuía: tenían un hijo especial.
***
El Hijo que Baricco ha creado para La Esposa joven entra directo a mi colección de descripciones favoritas de personajes. Podría quedarme a vivir en esa frase que dice "virtudes ambas que en esos campos resultaban de una inutilidad espectacular"...
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El Hijo que Baricco ha creado para La Esposa joven entra directo a mi colección de descripciones favoritas de personajes. Podría quedarme a vivir en esa frase que dice "virtudes ambas que en esos campos resultaban de una inutilidad espectacular"...
09 febrero 2016
Leonora
[...] se marchaban llevándose consigo un poco la gracia de aquella mujer que no era hermosa pero a la que encontraban sublime, cosa que, en aquel lugar lleno de arte, resultaba insólito, ya que ella no era música, no pintaba ni escribía, y se pasaba el día conversando con espíritus más brillantes que ella. Pero a pesar de que no viajara y de que no tuviera querencia por los cambios, a pesar de que muchas mujeres con el mismo destino no fueran sino elegantes, Leonora Acciavatti era un universo. De heredera prometida a engorro de su casta, el destino la había convertido en un alma soñadora dotada del poder del más allá, tanto que, junto a ella, uno sentía nacer ventanas al infinito y comprendía que sólo ahondando en un mismo se escapa de las cárceles.
***
Un personaje más para mi colección, este de La vida de los elfos, de Muriel Barbery (que, en general, está resultado más bien decepcionante - pero no la culpo... después de La elegancia del erizo, hubiera sido casi un milagro.)
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Un personaje más para mi colección, este de La vida de los elfos, de Muriel Barbery (que, en general, está resultado más bien decepcionante - pero no la culpo... después de La elegancia del erizo, hubiera sido casi un milagro.)
18 septiembre 2015
John Huff
Los hechos acerca de John Huff, de doce años, son simples y se enumeran pronto. Podía descubrir más rastros que cualquier indio choctaw o cherokee desde el principio de los tiempos, podía saltar del cielo como un chimpancé de una rama, podía zambullirse, nadar debajo del agua dos minutos, y salir a la superficie cincuenta metros más allá, río abajo. Si uno le tiraba una pelota de béisbol la devolvía golpeando manzanos y echando abajo cosechas enteras. Podía saltar muros de huertas de dos metros de alto; subirse a un árbol y descender cargado de melocotones con más rapidez que cualquier otro de la pandilla. No era un fanfarrón. Era bueno. Tenía el pelo oscuro y rizado, y dientes blancos como la nata. Recordaba las letras de todas las canciones de cowboys y se las enseñaba a uno, si uno quería. Conocía los nombres de todas las flores silvestres, y cuándo salía y se ponía la luna, y cuándo subían o bajaban las mareas. Era, en verdad, el único dios vivo en todo Green Town, Illinois, y del siglo veinte que conocía Douglas Spaulding.
***
John Huff, otro personaje para mi lista de favoritos, y no sé por qué no lo hice antes, pero he creado ahora una etiqueta donde están todos juntos.
Ah. Se me olvidaba. Es, por supuesto, de Green Town: El vino del estío / El verano del adiós de Ray Bradbury.
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John Huff, otro personaje para mi lista de favoritos, y no sé por qué no lo hice antes, pero he creado ahora una etiqueta donde están todos juntos.
Ah. Se me olvidaba. Es, por supuesto, de Green Town: El vino del estío / El verano del adiós de Ray Bradbury.
19 febrero 2015
Hostia, Marc, una chica invertida
Raquel es la chica para la que me reservo el futuro. La vimos por primera vez la primavera pasada. Habíamos vuelto de la Farga y estábamos sentados en una terraza. Hacía poco que conocíamos la cerveza. Pol estaba preocupado por cómo se conjugarían los verbos después de un viaje en el tiempo, o por si los ciegos sueñan, cuando de repente levantó la frente, apuntando al otro lado de la calle.
- Hostia, Marc, una chica invertida.
Ciertamente, era una chica invertida. Del revés como un calcetín, aclaró Pol, con la personalidad fuera y la apariencia dentro. Yo nunca había visto una chica invertida, por descontado. Di un trago a la cerveza y observé, perplejo, la gracia con que paseaba su manera de ser, ligerísima de ropa.
Debía de tener dieciocho años, uno más que nosotros. Se llamaba Raquel Mateu Armengol o Armengou, de perfil no se distinguía. Llevaba unos pantalones que dejaban al descubierto tres fracasos amorosos y uno personal, el de no haber entrado en medicina. Los tres fracasos amorosos eran muy visibles, pero tenía desperdigadas otras historias redondas y pequeñas, todas parecidas, como pecas. Eran muy misteriosas. Se le veía también un viaje de fin de curso y un proyecto de cooperación en el que nunca acabó de comprometerse, y se le marcaban algunas obsesiones domésticas que repasé humanamente, pero que sería un despropósito relatar. Enseguida supe que era la chica de mi vida, porque era bastante simple y tenía unos objetivos tan claros que los podías señalar con el dedo.
- Mira qué objetivos, Pol.
Poco a poco, Raquel fue empequeñeciéndose, o acortándose, al final de la calle. Miré a Pol y ambos apuramos la cerveza. Me habría gustado hablar con ella, tío, invitarla a una copa, gustarle y que me contase en confianza cómo era por dentro, si era alta o baja, gorda o flaca, rubia o morena.
***
Esta descripción de Raquel, uno de los personajes de Más o menos yo (novela de Miquel Duran traducida del catalán por Olga García Arrabal, ed. La Galera) se cuela en el top ten de mis descripciones favoritas de personajes, entre las que están la mujer con aire de ventana escandinava, el luthier Erasmus, la vecina de abajo de Abrazos, el Raffaele de Murgia, o Madame Snow.
Más o menos yo, que aunque sólo estemos a febrero se va a colar entre mis lecturas favoritas de este 2015, ya lo estoy viendo...
- Hostia, Marc, una chica invertida.
Ciertamente, era una chica invertida. Del revés como un calcetín, aclaró Pol, con la personalidad fuera y la apariencia dentro. Yo nunca había visto una chica invertida, por descontado. Di un trago a la cerveza y observé, perplejo, la gracia con que paseaba su manera de ser, ligerísima de ropa.
Debía de tener dieciocho años, uno más que nosotros. Se llamaba Raquel Mateu Armengol o Armengou, de perfil no se distinguía. Llevaba unos pantalones que dejaban al descubierto tres fracasos amorosos y uno personal, el de no haber entrado en medicina. Los tres fracasos amorosos eran muy visibles, pero tenía desperdigadas otras historias redondas y pequeñas, todas parecidas, como pecas. Eran muy misteriosas. Se le veía también un viaje de fin de curso y un proyecto de cooperación en el que nunca acabó de comprometerse, y se le marcaban algunas obsesiones domésticas que repasé humanamente, pero que sería un despropósito relatar. Enseguida supe que era la chica de mi vida, porque era bastante simple y tenía unos objetivos tan claros que los podías señalar con el dedo.
- Mira qué objetivos, Pol.
Poco a poco, Raquel fue empequeñeciéndose, o acortándose, al final de la calle. Miré a Pol y ambos apuramos la cerveza. Me habría gustado hablar con ella, tío, invitarla a una copa, gustarle y que me contase en confianza cómo era por dentro, si era alta o baja, gorda o flaca, rubia o morena.
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Esta descripción de Raquel, uno de los personajes de Más o menos yo (novela de Miquel Duran traducida del catalán por Olga García Arrabal, ed. La Galera) se cuela en el top ten de mis descripciones favoritas de personajes, entre las que están la mujer con aire de ventana escandinava, el luthier Erasmus, la vecina de abajo de Abrazos, el Raffaele de Murgia, o Madame Snow.
Más o menos yo, que aunque sólo estemos a febrero se va a colar entre mis lecturas favoritas de este 2015, ya lo estoy viendo...
25 febrero 2013
Madame Snow
Madame Snow - conocida como Stella Snow en los días de botines, parasoles y fastuosos bailes - había sido aficionada a los caballos de doma blancos, los hombres de espalda cuadrada y tocados con cascos picudos, y también a las salchichas rollizas como muslos de cerdo que colgaban en la cocina de su casa, grande como un palacio. Cuando era apenas una niña, tenía el busto muy desarrollado para su edad y en numerosas ocasiones se sentaba en un palco dorado en la ópera, sintiendo cómo se le entumecían las piernas, rígida como si posara para una fotografía. La comida en casa de su padre se servía cubierta de láminas de manteca y ella comía peras gigantes, de una variedad híbrida, que tomaba de una cesta que había junto a su cama. Salía con jóvenes vestidos de negro, capaces de hacer galopar un caballo hasta reventarlo en un día de invierno y luego abandonarlo para que se congelara, momento en que el ángel del infierno acudía para posar su mano sobre la bestia; o alternaba con estudiantes con bigote que usaban sombreros adornados con cintas de colores. Tenía antojos de dulces importados de Francia y Holanda, los amantes cantaban con voces estridentes bajo su ventana y, cuando eran expulsados a puntapiés, le hacían pensar en cisnes que se alejaran volando. Poseía una boca envidiada por los invertidos, y, cuando el sordo ruido de los cañones comenzó a inquietar el país, esa boca se cerró con firmeza y ella empezó a leer.
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Los más asiduos ya saben de mi debilidad por determinadas descripciones de personajes. Recuerden la mujer con aire de ventana escandinava de Ramon Erra, el luthier Erasmus de Maxence Fermine, el butanero de Nesquens, el Raffaele de Murgia y el Luca de Baricco... a todos ellos, añado ahora a Madame Snow, de la densa y compleja El caníbal (John Hawkes, Libros del Silencio - primeras páginas en pdf), con la que ando batallando estos días. De la primera a la última frase, no me dirán que esa descripción de ahí arriba no es como para soltar una más que efusiva expresión de placer...
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Los más asiduos ya saben de mi debilidad por determinadas descripciones de personajes. Recuerden la mujer con aire de ventana escandinava de Ramon Erra, el luthier Erasmus de Maxence Fermine, el butanero de Nesquens, el Raffaele de Murgia y el Luca de Baricco... a todos ellos, añado ahora a Madame Snow, de la densa y compleja El caníbal (John Hawkes, Libros del Silencio - primeras páginas en pdf), con la que ando batallando estos días. De la primera a la última frase, no me dirán que esa descripción de ahí arriba no es como para soltar una más que efusiva expresión de placer...
05 septiembre 2012
Verano 2012 - Personajes
He rebasado ya la edad que tenía mi padre cuando murió. Nací por tanto hace ya muchos años. Buscando para mí una vida paralela, como las que diseñó Plutarco, no sabría cuál elegir. Tuve una vida oscura, algún destello singular: fui músico, ejercí oficios varios, escribía encorvado y en secreto, estudié letras superiores, viví algún tiempo fuera de España, matrimonio, dos hijos, trabajo estable, publiqué algunos libros, poco más. Podría compararme con algún río de curso irresoluto que salga al fin a un llano y quede expuesto, siempre discretamente, a sequías y desmadres. Mi signo es la intermitencia; mi pasión, cierta variedad de tendencias que me impiden el disfrute de mí mismo, y cuyo símbolo encomiendo a un cruce de veredas; mi dulzura es la naturaleza y el verano, que es tanto como decir la melancolía de la infancia; mi dolor es la insatisfacción crónica y la repentina falta de entusiasmo; la literatura ha acabado por ser, después de la tormenta, una reparación de daños. Cierta afección a la soñolencia, unida a la renuncia a descubrir en mí el reino de Jauja, me inclinan a pensar que el cordaje vital se me ha aflojado y estoy en la hora en que las melodías no son ni dulces ni arrebatadoras, sino sólo el son del agua que fluye y pasa bajo el sueño. Ya raramente me duelen las palabras, y los quiebros de la sintaxis no me hieren. Tampoco doy la talla, por mi condición o imagen, para ser estimado como náufrago. Los frutos de mis ocios no son testimoniales porque no soy noticia ni cifra ni tengo... esa ruda manera de no aceptar..., esa pasión del alquimista..., esa pasión que hace de la existencia un eslabón donde cualquier objeto arranca chispas... En fin, cerremos aquí este balbuceo.
Ya lo he dicho, de entre todos es mi mejor amigo. Podemos entendernos con un gesto, a veces nos basta una sonrisa. Antes de que aparecieran las chicas, pasamos juntos todas las tardes de nuestra vida - o por lo menos eso es lo que nos parece. Sé cuándo está a punto de marcharse y a veces podría decir un instante antes cuándo empezará a hablar. Lo encontraría en medio de una multitud, echando un simple vistazo, sólo por su forma de caminar - los hombros. Parezco mayor que él, todos lo parecemos, porque en él ha quedado mucho del niño: en los huesos pequeños, en la piel inmaculada, en los rasgos de su rostro, que tiene delicados y hermosísimos. Como las manos, y el cuello delgado - las piernas secas. Pero él no lo sabe, a duras penas lo sabemos nosotros - como ya he dicho, la belleza física es algo en lo que no nos fijamos. No es necesaria para la edificación del Reino. De manera que Luca lleva la suya encima sin usarla - una cita pospuesta. A la mayoría les parece un tipo distante, y las chicas adoran esa distancia, a la que llaman tristeza. Pero, como a todos, a él le gustaría, simplemente, ser feliz.
¿Te acuerdas de mi vecina de abajo, la viuda, la que tiene un hijo en Alemania, la que vive en el principal, la que al sonreír deja al descubierto un incisivo de oro, la que tiene las cenizas de su marido encima del televisor, la que tiene un cartel en la puerta de su casa en el que prohíbe fumar en el interior bajo multa de 100 euros, la que pinta al óleo, la que tiene un loro?
Raffaele no era guapo en el sentido estricto del término, pero, aun así, en Soreni todas las mujeres casaderas soñaban con él. En honor a la verdad, posiblemente también soñara alguna ya casada, porque hombres los había más ricos o más altos, pero ninguno había tenido a los veinte años esa mirada de un verde penetrante y socarrón que escrutaba los ojos de los demás como sin miedo del precio que hubiese que pagar.
Luis Landero - Entre líneas: el cuento o la vida.
Ya lo he dicho, de entre todos es mi mejor amigo. Podemos entendernos con un gesto, a veces nos basta una sonrisa. Antes de que aparecieran las chicas, pasamos juntos todas las tardes de nuestra vida - o por lo menos eso es lo que nos parece. Sé cuándo está a punto de marcharse y a veces podría decir un instante antes cuándo empezará a hablar. Lo encontraría en medio de una multitud, echando un simple vistazo, sólo por su forma de caminar - los hombros. Parezco mayor que él, todos lo parecemos, porque en él ha quedado mucho del niño: en los huesos pequeños, en la piel inmaculada, en los rasgos de su rostro, que tiene delicados y hermosísimos. Como las manos, y el cuello delgado - las piernas secas. Pero él no lo sabe, a duras penas lo sabemos nosotros - como ya he dicho, la belleza física es algo en lo que no nos fijamos. No es necesaria para la edificación del Reino. De manera que Luca lleva la suya encima sin usarla - una cita pospuesta. A la mayoría les parece un tipo distante, y las chicas adoran esa distancia, a la que llaman tristeza. Pero, como a todos, a él le gustaría, simplemente, ser feliz.
Alessandro Baricco - Emaús.
¿Te acuerdas de mi vecina de abajo, la viuda, la que tiene un hijo en Alemania, la que vive en el principal, la que al sonreír deja al descubierto un incisivo de oro, la que tiene las cenizas de su marido encima del televisor, la que tiene un cartel en la puerta de su casa en el que prohíbe fumar en el interior bajo multa de 100 euros, la que pinta al óleo, la que tiene un loro?
Daniel Nesquens y Rafa Vivas - Abrazos.
Raffaele no era guapo en el sentido estricto del término, pero, aun así, en Soreni todas las mujeres casaderas soñaban con él. En honor a la verdad, posiblemente también soñara alguna ya casada, porque hombres los había más ricos o más altos, pero ninguno había tenido a los veinte años esa mirada de un verde penetrante y socarrón que escrutaba los ojos de los demás como sin miedo del precio que hubiese que pagar.
Michela Murgia - La acabadora.
Las novelas de Philip K. Dick me las pasará mi amigo Ignasi, con sus gafas de lector incorformista, su nariz combada de no sé qué tribu mediterránea y su cicatriz en la barbilla desde niño. Ignasi es unos años mayor, y ha recorrido Europa en autoestop como los hippies de primera hora. Ha recogido fruta por todos los campos cultivados desde Lleida hasta Grecia y de este modo se ha cultivado él. Ignasi es el escéptico que vive ilusionado por todo. Una noche de juerga acabará agarrado a la taza del váter y al encontrármelo le preguntaré: Pero, Ignasi, ¿sabes dónde estás? Sí, en el paro, será su respuesta. Las novelas las trae en la mano como el predicador que lleva un revólver. Con él, solo se puede quedar a horas estrambóticas, a tal hora y treinta y seis minutos, a tal otra y once minutos, y entonces, con un porro finísimo en los labios, se presentará fascinantemente en el minuto exacto, en el sitio, en el banco del barrio, donde nos hemos citado.
Javier Pérez Andújar - Paseos con mi madre.
19 septiembre 2007
Aire de ventana escandinava

Cuando leo, me gusta fijarme en las descripciones de los personajes. Como el autor nos los presenta, como consigue que los amemos o los odiemos con unas cuantas palabras. Fue la descripción de Ignatius J. Reilly la que me hizo imposible pasar más allá de la primera página de La conjura de los necios. Hay otras, en cambio, que me cautivan sin remedio.
En una novela, el autor tiene muchas oportunidades para describir a sus personajes. En un cuento, en cambio, se ve forzado a reducir la descripción a su más mínima esencia. Lo imprescindible. Deshacerse de todo lo que sobra para quedarse con aquello que hará que el lector entienda cómo es ese personaje.
He aquí la más breve, pero perfecta, descripción de un personaje que me encuentro en meses.
"Al llindar, una dona pél panotxa, ulls verds i aire de finestra escandinava."
"En el umbral, una mujer de pelo panocha, ojos verdes, y aire de ventana escandinava."
Su autor, Ramon Erra. La traducción y la imagen, caseras.
El cuento, “La mar era color anyil”.
El libro, La flor blanca de l’estramoni.
Un libro irregular. Pero con perlas de genialidad, como este cuento, que me ha robado el corazón.
"Al llindar, una dona pél panotxa, ulls verds i aire de finestra escandinava."
"En el umbral, una mujer de pelo panocha, ojos verdes, y aire de ventana escandinava."
Su autor, Ramon Erra. La traducción y la imagen, caseras.
El cuento, “La mar era color anyil”.
El libro, La flor blanca de l’estramoni.
Un libro irregular. Pero con perlas de genialidad, como este cuento, que me ha robado el corazón.
22 abril 2006
Erasmus
Hay descripciones de personajes que sirven para que nos hagamos una idea de cómo son, para verlos con el "ojo de la mente". Son altos o bajos, con el pelo largo o corto, rubio o moreno (tal vez pelirrojo, tal vez canoso), de ojos azules, marrones, verdes o mil tonalidades distintas. Andan así o asá, su expresión indica altivez o todo lo contrario y sus primeras palabras nos guían para saber dónde ubicarlos. Así son la mayoría.
Sin embargo, hay otras que sirven, directamente y sin más preámbulos, para llevar al personaje dentro del lector. No dicen nada de todo lo anterior, pero con un capítulo se convierten en viejos conocidos a los que nos alegramos de volver a ver.

"La casa del luthier Erasmus era sin duda la más vetusta y la menos confortable de todas las de Venecia, pero era la que poseía el alma más auténtica. Situada en una calleja a un nivel inferior del de la laguna, sería sin duda la primera en desaparecer el día en que Venecia fuera devorada por las aguas.
Erasmus se contentaba con poco para vivir. Casi hubiera podido decirse que se alimentaba de música. No tardó en no poder prescindir de Johannes.
Erasmus se preciaba de poseer tres cosas excepcionales: un violín negro, de sonido extraño, un tablero de ajedrez al que calificaba de mágico y un singular aguardiente. Contaba además el anciano con tres excepcionales dotes: era sin discusión el mejor luthier de Venecia, no perdía nunca al ajedrez y era el que destilaba el más singular aguardiente de Italia. A tal efecto, había instalado un alambique en una antesala de su taller. Por las mañanas, restauraba o construía violines, por las tardes destilaba, y por las noches jugaba al ajedrez, entregado a la embriaguez que le producían sus tres pasiones.
Nunca se le había sorprendido en estado de sobriedad. Erasmus estaba siempre embriagado, ya fuese de música, de bebida o de juego.
Cuando estaba borracho, hablaba y hablaba sin cesar. Cuando no hablaba de violines, hablaba de aguardiente. Cuando no hablaba de aguardiente, hablaba de ajedrez. Cuando no hablaba de ajedrez, hablaba de música. Y cuando no hablaba de música, no decía nada.
Allí, en el taller del anciano que se había convertido en su amigo, a lo largo de una interminable partida de ajedrez, Karelsky extrajo, noche tras noche, la inspiración necesaria para componer su obra."
(De El violín negro, de Maxence Fermine)
Sin embargo, hay otras que sirven, directamente y sin más preámbulos, para llevar al personaje dentro del lector. No dicen nada de todo lo anterior, pero con un capítulo se convierten en viejos conocidos a los que nos alegramos de volver a ver.

"La casa del luthier Erasmus era sin duda la más vetusta y la menos confortable de todas las de Venecia, pero era la que poseía el alma más auténtica. Situada en una calleja a un nivel inferior del de la laguna, sería sin duda la primera en desaparecer el día en que Venecia fuera devorada por las aguas.
Erasmus se contentaba con poco para vivir. Casi hubiera podido decirse que se alimentaba de música. No tardó en no poder prescindir de Johannes.
Erasmus se preciaba de poseer tres cosas excepcionales: un violín negro, de sonido extraño, un tablero de ajedrez al que calificaba de mágico y un singular aguardiente. Contaba además el anciano con tres excepcionales dotes: era sin discusión el mejor luthier de Venecia, no perdía nunca al ajedrez y era el que destilaba el más singular aguardiente de Italia. A tal efecto, había instalado un alambique en una antesala de su taller. Por las mañanas, restauraba o construía violines, por las tardes destilaba, y por las noches jugaba al ajedrez, entregado a la embriaguez que le producían sus tres pasiones.
Nunca se le había sorprendido en estado de sobriedad. Erasmus estaba siempre embriagado, ya fuese de música, de bebida o de juego.
Cuando estaba borracho, hablaba y hablaba sin cesar. Cuando no hablaba de violines, hablaba de aguardiente. Cuando no hablaba de aguardiente, hablaba de ajedrez. Cuando no hablaba de ajedrez, hablaba de música. Y cuando no hablaba de música, no decía nada.
Allí, en el taller del anciano que se había convertido en su amigo, a lo largo de una interminable partida de ajedrez, Karelsky extrajo, noche tras noche, la inspiración necesaria para componer su obra."
(De El violín negro, de Maxence Fermine)
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