20 octubre 2017

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16 octubre 2017

¿Cómo decirlo?

¿Qué podría decirles para que ellos entendieran? ¿Podía decirles que el amor era por encima de todo una causa común, una experiencia compartida? El cemento vital, ¿no? ¿Podía decirles lo que sentía ahora que estaban allí los tres juntos, en un mundo salvaje que rodaba alrededor de un sol enorme que caía a través del espacio inmenso, dentro de una inmensidad todavía más vasta, quizás hacia y quizás desde algo? ¿Podría decirles: compartimos este paseo a un billón de kilómetros por hora? ¿Hemos hecho causa común contra la noche? Las causas son siempre pequeñas y en común al principio. ¿Por qué amamos al niño que en un campo de marzo desafía al cielo con una cometa? Porque los dedos se nos queman en el cordel. ¿Por qué amamos a la muchacha que vemos desde la ventanilla del tren, inclinada sobre un aljibe? La lengua recuerda agua ferruginosa y fresca en un mediodía de hace mucho tiempo. ¿Por qué lloramos por un extraño muerto a la orilla del camino? Nos recuerda a un amigo que no vemos desde hace cuarenta años. ¿Por qué nos reímos cuando los payasos se tiran pasteles a la cara? Sentimos el sabor de la crema, el sabor de la vida. ¿Por qué se ama a la mujer con quien uno se ha casado? La nariz de ella respira el aire de un mundo conocido, y por lo tanto uno ama esa nariz. Los oídos de ella oyen música que uno podría cantar toda la noche, y, por lo tanto, uno ama esos oídos. Los ojos de ella se deleitan con las estaciones de la tierra, y por eso ama uno esos ojos. La lengua de ella conoce el membrillo, el melocotón, la frambuesa, la menta, la lima; uno ama oírla hablar. La carne de ella conoce el calor, el frío, la aflicción, y así uno conoce el fuego, la nieve y el dolor. Experiencia compartida, una y otra vez. Billones de ásperas texturas. Si uno se quita un sentido, se quita la vida. Si uno se quita dos sentidos, en ese mismo instante la vida se parte en dos. Amamos lo que conocemos, amamos lo que somos, una causa común, al causa común de la boca, el ojo, el oído, la lengua, la mano, la nariz, el corazón y el alma. Pero ¿cómo decirlo?

[La feria de las tinieblas, de Ray Bradbury]