La Esposa joven sabía cómo era, pero no tan bien, o con tanto detalle, o de una manera clara en especial. En realidad, el Hijo le había gustado precisamente porque no era comprensible, a diferencia de todos los demás chicos de su edad, en los que no había nada que comprender. La primera vez que lo vio, le chocó por la elegancia de enfermo con que ejecutaba sus gestos, así como por cierta belleza de moribundo. Estaba perfectamente, por lo que ella sabía, pero alguien que tuviera los días contados se habría movido como él, se habría vestido como él y, especialmente, se habría callado a ultranza como él, para hablar sólo de cuando en cuando, en voz baja y con una intensidad irrazonable. Aparecía como marcado por algo, pero que se trataba de un destino trágico era una deducción un tanto demasiado literaria que la Esposa joven aprendió pronto, e instintivamente, a superar. En realidad, en la maraña de esos rasgos fragilísimos y esos gestos convalecientes, el Hijo escondía una terrible avidez de vida y una rara facilidad de imaginación: virtudes ambas que en esos campos resultaban de una inutilidad espectacular. Todo el mundo lo consideraba inteligentísimo, algo que para la sensibilidad común equivalía a considerarlo anémico, o daltónico: una enfermedad inofensiva y elegante. Pero el Padre, desde la distancia, lo espiaba y sabía; la Madre, desde más cerca, lo protegía e intuía: tenían un hijo especial.
***
El Hijo que Baricco ha creado para La Esposa joven entra directo a mi colección de descripciones favoritas de personajes. Podría quedarme a vivir en esa frase que dice "virtudes ambas que en esos campos resultaban de una inutilidad espectacular"...
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22 diciembre 2016
10 diciembre 2012
Open
Si hiciéramos caso de las recomendaciones que hizo Baricco en su charla el pasado lunes en la Biblioteca Jaume Fuster, estaríamos todos esperando impacientemente a la editorial que se anime a publicar en castellano Open, la autobiografía de Andre Agassi (según él, uno de los mejores libros de los últimos años).
Mientras esperan/esperamos, yo les recomiendo, sin dudarlo, Mr Gwyn.
No tengan miedo: me apuesto lo que haga falta a que no les va a decepcionar...
07 septiembre 2012
Verano 2012 - Sexo
Pero estaba hablando el Santo cuando se oyó un ruido, cercano - y luego la puerta abriéndose. Aparte de callarnos, nos pusimos la sábana por encima - el pudor de costumbre. Podía ser cualquiera, pero era Andre. Entró en la habitación, cerró de nuevo la puerta, llevaba puesta una camiseta blanca y nada más. Miró un poco a su alrededor, luego vino a meterse en nuestra cama, entre Luca y yo, como si ése fuera el pacto. Lo hacía todo con tranquilidad, sin decir ni una palabra. Apoyó su cabeza sobre el pecho de Luca, quedándose un rato inmóvil, de costado. Una pierna sobre las suyas. Luca al principio no hizo nada, luego empezó a acariciarle el pelo, todavía se oía la música de la fiesta, a lo lejos. Luego se habían estrechado un poco más y entonces yo me senté en la cama, con idea de marcharme, la única idea que se me había ocurrido. Sin embargo, Andre se volvió tan sólo un poco y me dijo Ven aquí, cogiéndome de la mano. Así que me eché en la cama detrás de ella, con mi corazón pegado a su espalda, manteniendo las piernas un poco hacia atrás, primero, pero luego apretándome algo más, con mi miembro contra su piel, rotunda, que empezó a moverse, lenta. La besaba en la nuca, mientras ella pasaba sus labios por los ojos de Luca, suavemente. Así notaba la respiración de Luca y, muy cerca, su boca entrecerrada. Pero donde yo hacía que se deslizaran mis manos, él retiraba las suyas - tocábamos a Andre sin tocarnos, inmediatamente de acuerdo en que no íbamos a hacerlo. Mientras ella nos tomaba con suavidad, todo el rato en silencio, y mirándonos cada vez.
Sumire se desplazó un poco más hacia arriba. Con la punta de la nariz rozó el cuello de Myû. Los pechos de ambas se tocaron. Myû tragó saliva. La mano de Sumire vagaba por su espalda.
- Me gustas - dijo Sumire en voz baja.
- Tú a mí también - dijo Myû. ¿Qué otra cosa podía decir? Era la verdad.
Luego, los dedos de Sumire empezaron a desabrochar los botones del camisón de Myû. Ella intentó frenarla. pero Sumire no se detuvo.
- Sólo un poco - dijo -. Sólo un momento.
Myû no pudo resistirse. Los dedos de Sumire acariciaron sus pechos. Los dedos resiguieron la curva de sus pechos. La punta de la nariz de Sumire oscilaba de derecha a izquierda sobre la garganta de Myû. Sumire le tocó los pezones. Los acarició con delicadeza, los pellizcó. Al principio tímidamente, luego con más fuerza.
Alessandro Baricco - Emaús.
Sumire se desplazó un poco más hacia arriba. Con la punta de la nariz rozó el cuello de Myû. Los pechos de ambas se tocaron. Myû tragó saliva. La mano de Sumire vagaba por su espalda.
- Me gustas - dijo Sumire en voz baja.
- Tú a mí también - dijo Myû. ¿Qué otra cosa podía decir? Era la verdad.
Luego, los dedos de Sumire empezaron a desabrochar los botones del camisón de Myû. Ella intentó frenarla. pero Sumire no se detuvo.
- Sólo un poco - dijo -. Sólo un momento.
Myû no pudo resistirse. Los dedos de Sumire acariciaron sus pechos. Los dedos resiguieron la curva de sus pechos. La punta de la nariz de Sumire oscilaba de derecha a izquierda sobre la garganta de Myû. Sumire le tocó los pezones. Los acarició con delicadeza, los pellizcó. Al principio tímidamente, luego con más fuerza.
Haruki Murakami - Sputnik, mi amor.
05 septiembre 2012
Verano 2012 - Personajes
He rebasado ya la edad que tenía mi padre cuando murió. Nací por tanto hace ya muchos años. Buscando para mí una vida paralela, como las que diseñó Plutarco, no sabría cuál elegir. Tuve una vida oscura, algún destello singular: fui músico, ejercí oficios varios, escribía encorvado y en secreto, estudié letras superiores, viví algún tiempo fuera de España, matrimonio, dos hijos, trabajo estable, publiqué algunos libros, poco más. Podría compararme con algún río de curso irresoluto que salga al fin a un llano y quede expuesto, siempre discretamente, a sequías y desmadres. Mi signo es la intermitencia; mi pasión, cierta variedad de tendencias que me impiden el disfrute de mí mismo, y cuyo símbolo encomiendo a un cruce de veredas; mi dulzura es la naturaleza y el verano, que es tanto como decir la melancolía de la infancia; mi dolor es la insatisfacción crónica y la repentina falta de entusiasmo; la literatura ha acabado por ser, después de la tormenta, una reparación de daños. Cierta afección a la soñolencia, unida a la renuncia a descubrir en mí el reino de Jauja, me inclinan a pensar que el cordaje vital se me ha aflojado y estoy en la hora en que las melodías no son ni dulces ni arrebatadoras, sino sólo el son del agua que fluye y pasa bajo el sueño. Ya raramente me duelen las palabras, y los quiebros de la sintaxis no me hieren. Tampoco doy la talla, por mi condición o imagen, para ser estimado como náufrago. Los frutos de mis ocios no son testimoniales porque no soy noticia ni cifra ni tengo... esa ruda manera de no aceptar..., esa pasión del alquimista..., esa pasión que hace de la existencia un eslabón donde cualquier objeto arranca chispas... En fin, cerremos aquí este balbuceo.
Ya lo he dicho, de entre todos es mi mejor amigo. Podemos entendernos con un gesto, a veces nos basta una sonrisa. Antes de que aparecieran las chicas, pasamos juntos todas las tardes de nuestra vida - o por lo menos eso es lo que nos parece. Sé cuándo está a punto de marcharse y a veces podría decir un instante antes cuándo empezará a hablar. Lo encontraría en medio de una multitud, echando un simple vistazo, sólo por su forma de caminar - los hombros. Parezco mayor que él, todos lo parecemos, porque en él ha quedado mucho del niño: en los huesos pequeños, en la piel inmaculada, en los rasgos de su rostro, que tiene delicados y hermosísimos. Como las manos, y el cuello delgado - las piernas secas. Pero él no lo sabe, a duras penas lo sabemos nosotros - como ya he dicho, la belleza física es algo en lo que no nos fijamos. No es necesaria para la edificación del Reino. De manera que Luca lleva la suya encima sin usarla - una cita pospuesta. A la mayoría les parece un tipo distante, y las chicas adoran esa distancia, a la que llaman tristeza. Pero, como a todos, a él le gustaría, simplemente, ser feliz.
¿Te acuerdas de mi vecina de abajo, la viuda, la que tiene un hijo en Alemania, la que vive en el principal, la que al sonreír deja al descubierto un incisivo de oro, la que tiene las cenizas de su marido encima del televisor, la que tiene un cartel en la puerta de su casa en el que prohíbe fumar en el interior bajo multa de 100 euros, la que pinta al óleo, la que tiene un loro?
Raffaele no era guapo en el sentido estricto del término, pero, aun así, en Soreni todas las mujeres casaderas soñaban con él. En honor a la verdad, posiblemente también soñara alguna ya casada, porque hombres los había más ricos o más altos, pero ninguno había tenido a los veinte años esa mirada de un verde penetrante y socarrón que escrutaba los ojos de los demás como sin miedo del precio que hubiese que pagar.
Luis Landero - Entre líneas: el cuento o la vida.
Ya lo he dicho, de entre todos es mi mejor amigo. Podemos entendernos con un gesto, a veces nos basta una sonrisa. Antes de que aparecieran las chicas, pasamos juntos todas las tardes de nuestra vida - o por lo menos eso es lo que nos parece. Sé cuándo está a punto de marcharse y a veces podría decir un instante antes cuándo empezará a hablar. Lo encontraría en medio de una multitud, echando un simple vistazo, sólo por su forma de caminar - los hombros. Parezco mayor que él, todos lo parecemos, porque en él ha quedado mucho del niño: en los huesos pequeños, en la piel inmaculada, en los rasgos de su rostro, que tiene delicados y hermosísimos. Como las manos, y el cuello delgado - las piernas secas. Pero él no lo sabe, a duras penas lo sabemos nosotros - como ya he dicho, la belleza física es algo en lo que no nos fijamos. No es necesaria para la edificación del Reino. De manera que Luca lleva la suya encima sin usarla - una cita pospuesta. A la mayoría les parece un tipo distante, y las chicas adoran esa distancia, a la que llaman tristeza. Pero, como a todos, a él le gustaría, simplemente, ser feliz.
Alessandro Baricco - Emaús.
¿Te acuerdas de mi vecina de abajo, la viuda, la que tiene un hijo en Alemania, la que vive en el principal, la que al sonreír deja al descubierto un incisivo de oro, la que tiene las cenizas de su marido encima del televisor, la que tiene un cartel en la puerta de su casa en el que prohíbe fumar en el interior bajo multa de 100 euros, la que pinta al óleo, la que tiene un loro?
Daniel Nesquens y Rafa Vivas - Abrazos.
Raffaele no era guapo en el sentido estricto del término, pero, aun así, en Soreni todas las mujeres casaderas soñaban con él. En honor a la verdad, posiblemente también soñara alguna ya casada, porque hombres los había más ricos o más altos, pero ninguno había tenido a los veinte años esa mirada de un verde penetrante y socarrón que escrutaba los ojos de los demás como sin miedo del precio que hubiese que pagar.
Michela Murgia - La acabadora.
Las novelas de Philip K. Dick me las pasará mi amigo Ignasi, con sus gafas de lector incorformista, su nariz combada de no sé qué tribu mediterránea y su cicatriz en la barbilla desde niño. Ignasi es unos años mayor, y ha recorrido Europa en autoestop como los hippies de primera hora. Ha recogido fruta por todos los campos cultivados desde Lleida hasta Grecia y de este modo se ha cultivado él. Ignasi es el escéptico que vive ilusionado por todo. Una noche de juerga acabará agarrado a la taza del váter y al encontrármelo le preguntaré: Pero, Ignasi, ¿sabes dónde estás? Sí, en el paro, será su respuesta. Las novelas las trae en la mano como el predicador que lleva un revólver. Con él, solo se puede quedar a horas estrambóticas, a tal hora y treinta y seis minutos, a tal otra y once minutos, y entonces, con un porro finísimo en los labios, se presentará fascinantemente en el minuto exacto, en el sitio, en el banco del barrio, donde nos hemos citado.
Javier Pérez Andújar - Paseos con mi madre.
23 marzo 2011
Donde antes... hay ahora...
Donde antes había empresas casi familiares en las que la pasión se conjugaba con beneficios modestos, hay ahora enormes grupos editoriales que como objetivo proponen unos beneficios más propios de la industria de la alimentación (¿pongamos sobre el 15%?); donde antes había la librería en la que el dependiente sabía y leía, hay ahora macrotiendas de varios pisos donde uno también encuentra CD, películas y ordenadores; donde antes estaba el editor que trabajaba en busca de belleza y de talento, hay ahora un hombre-marketing que mira con un ojo al autor y con dos al mercado; donde antes había una distribución que funcionaba como una cinta transportadora casi neutral, hay ahora un paso angosto por donde sólo pasan los productos más aptos para el mercado; donde antes había páginas de reseñas, hay ahora clasificaciones y entrevistas; donde antes había la sobria comunicación de un trabajo realizado, hay ahora una publicidad desbordante y agresiva. Sumadlo todo, y os haréis una idea de un sistema que, en todos y cada uno de sus aspectos, ha optado por privilegiar el lado comercial antes que cualquier otro.
***
Alessandro Baricco en Los bárbaros: ensayos sobre la mutación, que he leído llena de contradicciones (rabia, desacuerdo, escepticismo, placer).
Si empiezan hoy, quizá les dé tiempo de haberlo acabado para cuando Baricco pase el sábado por el CCCB con motivo del Kosmopolis. Por allí estaré yo, primero el viernes para la conferencia para bibliotecarios de Manuel Vicent, y luego el sábado, para algunas de las sesiones del Bookcamp y para ver como se desenvuelve Baricco en el festival literario probablemente más bárbaro (en su acepción de “contrario a la civilización) de este país.
Es probable que puedan seguir mi paso por allí desde Twitter (@librosfera - #kosmopolis y #bck11), pero eso dependerá de la disponibilidad de enchufes y de como se comporte la personalidad propia de mi portátil (últimamente bastante rebelde) con la wifi.
***
Alessandro Baricco en Los bárbaros: ensayos sobre la mutación, que he leído llena de contradicciones (rabia, desacuerdo, escepticismo, placer).
Si empiezan hoy, quizá les dé tiempo de haberlo acabado para cuando Baricco pase el sábado por el CCCB con motivo del Kosmopolis. Por allí estaré yo, primero el viernes para la conferencia para bibliotecarios de Manuel Vicent, y luego el sábado, para algunas de las sesiones del Bookcamp y para ver como se desenvuelve Baricco en el festival literario probablemente más bárbaro (en su acepción de “contrario a la civilización) de este país.
Es probable que puedan seguir mi paso por allí desde Twitter (@librosfera - #kosmopolis y #bck11), pero eso dependerá de la disponibilidad de enchufes y de como se comporte la personalidad propia de mi portátil (últimamente bastante rebelde) con la wifi.
29 mayo 2007
Fragmentos de Esta historia
Son algunas de las frases y párrafos que he estado subrayando mientras leía la última novela de Alessandro Baricco, Esta historia.
Es importante ver cómo escoge los nombres la gente. Morir y poner un nombre – no se hace nada más sincero, probablemente, en todo el tiempo en que uno está vivo y coleando en este mundo. (p. 30)
- Admito que la frasecita sobre los sueños no está nada mal, pero frases como ésa sólo son verdaderas en los libros: en la vida, son falsas. La vida es endemoniadamente más complicada, créame. (p. 41)
No hay heroísmo en las penas que uno mismo se inflige; ni siquiera son penas, en verdad, sino inescrutables placeres. (p. 141)
Escribir, he escrito mucho. Pero escribir es una forma sofisticada de silencio. (p. 202)
Esta misteriosas circunstancia de que las cosas de nuestro pasado sigan existiendo incluso cuando salen del radio de acción de nuestras vidas y que, es más, maduran, trayendo frutos nuevos cada estación, para una recolección de la que nosotros ya no sabemos nada más. La persistencia ilógica de la vida. (p. 206)
Había conocido a Ultimo y su mundo lo bastante como para saber que esa gente tenía la paciencia del insecto y la determinación del ave rapaz. No habían recibido como herencia el lujo de la duda, y desde hacía generaciones nadie se había planteado nunca que en una vida pudiera caber algo más que una única vida: y una única locura. Con premisas de este tipo, bastaba con que uno tuviera talento y la suerte de estar vivo para hacer lo que quisiera hacer. (p. 290)
Pensó entonces en el caos de todas las vidas, y en el arte refinado de las cosas que saben articularlo en una única figura, completa. Y comprendió qué es lo que nos conmueve en los libros, en la mirada de los niños y en los árboles solitarios, en medio del campo. (p. 307)

[Y aquí un fragmento que os dejé hace un par de semanas.]
[La imagen es de lumix2004.]
Es importante ver cómo escoge los nombres la gente. Morir y poner un nombre – no se hace nada más sincero, probablemente, en todo el tiempo en que uno está vivo y coleando en este mundo. (p. 30)
- Admito que la frasecita sobre los sueños no está nada mal, pero frases como ésa sólo son verdaderas en los libros: en la vida, son falsas. La vida es endemoniadamente más complicada, créame. (p. 41)
No hay heroísmo en las penas que uno mismo se inflige; ni siquiera son penas, en verdad, sino inescrutables placeres. (p. 141)
Escribir, he escrito mucho. Pero escribir es una forma sofisticada de silencio. (p. 202)
Esta misteriosas circunstancia de que las cosas de nuestro pasado sigan existiendo incluso cuando salen del radio de acción de nuestras vidas y que, es más, maduran, trayendo frutos nuevos cada estación, para una recolección de la que nosotros ya no sabemos nada más. La persistencia ilógica de la vida. (p. 206)
Había conocido a Ultimo y su mundo lo bastante como para saber que esa gente tenía la paciencia del insecto y la determinación del ave rapaz. No habían recibido como herencia el lujo de la duda, y desde hacía generaciones nadie se había planteado nunca que en una vida pudiera caber algo más que una única vida: y una única locura. Con premisas de este tipo, bastaba con que uno tuviera talento y la suerte de estar vivo para hacer lo que quisiera hacer. (p. 290)
Pensó entonces en el caos de todas las vidas, y en el arte refinado de las cosas que saben articularlo en una única figura, completa. Y comprendió qué es lo que nos conmueve en los libros, en la mirada de los niños y en los árboles solitarios, en medio del campo. (p. 307)

[Y aquí un fragmento que os dejé hace un par de semanas.]
[La imagen es de lumix2004.]
18 mayo 2007
De barberos y libros "de verdad"

- ¿En serio?
- Entre nosotros, es así. Las lee el barbero y luego nos las cuenta mientras nos afeita. Así nos ahorra el trabajo, ¿comprende?
- Es un buen sistema.
- Lo hemos probado también con los libros de verdad, pero no ha funcionado.
- ¿No?
- La idea que nos hemos hecho sobre los libros es que si uno no consigue contarlos en el tiempo de un afeitado, entonces son literatura. Y ésta no está hecha para nosotros. ¿Usted lee?
- Sí. De vez en cuando, también escribo.
- ¿Libros?
- También.
- Fantástico.
- Sí.
- ¿Sabe que Fangio nunca sale a la pista si no está recién afeitado? Es una obsesión suya.
- No estoy yo muy segura de saber quién es Fangio.
- Eso no lo diga ni en broma.
[Fragmento de Esta historia, de Alessandro Baricco.]
10 mayo 2007
Baricco, en plena forma

Pero el conde no estaba loco. Tenía treinta y seis años y ningún motivo para estar en el mundo, pero no estaba loco. Procedía de un mundo sin ilusiones, en el que el privilegio de una libertad absoluta se pagaba, habitualmente, con el presentimiento de un castigo que lo cogería por sorpresa, un día u otro. El único oficio para el que le habían preparado, hasta unas habilidades casi místicas, era el de anticipar el inevitable apocalipsis en una liturgia infinita de refinados gestos vacíos, y desolados. La llamaban lujo. No tenía hijos, no los deseaba, y detestaba a los de los demás, considerándolos cómicamente inútiles, tan carentes de futuro como parecían estar. Le gustaban las mujeres, y quizá se casaría con una, para no complicar las cosas. Pero amaba a sus perros, y a nadie más. Un día el azar le había hecho darse de bruces con un absurdo garaje, perdido en el campo. Todo lo que, más tarde, había encontrado allí había sido como un viaje al reverso del mundo, donde las cosas todavía tenían una razón y las palabras todavía señalaban las cosas: cada día una fuerza desconocida separaba allí lo verdadero de lo falso, como el grano de la paja. No había deducido nada de todo aquello, ni había pensado, ni siquiera por un instante, que había que interpretarlo como una lección que tuviera que aprender. Para él, todo aquello era algo ya perdido, y nada cambiaría el curso de los acontecimientos. Pero, de vez en cuando, coger aquella carretera en el campo se había convertido en su anestésico personal contra la pena de la insensatez general. Y así había elegido los gestos apropiados con que deslizarse cada vez más en las costumbres de ese mundo, llegando a hacerse aceptar como una especie de polizón un poco extraño y digno de piedad. No se le pasaba por la cabeza hacerles daño, pero tampoco era lo bastante honesto consigo mismo como para comprender que hacerles daño sería inevitable. Tan sólo quería estar allí. Y, para hacerlo, nada sería demasiado insensato o alocado. Imaginémonos regalar una motocicleta.
[Fragmento de Esta historia, de Alessandro Baricco.]
Qué placer, reencontrarte con la última historia de alguno de tus escritores favoritos, y comprobar que, contra todos tus temores, no han perdido facultades.
Hacía tiempo que no subrayaba tantos fragmentos en una novela. Cuando termine, dejaré algunos de ellos por aquí (aunque no sé si eso suena a promesa o a amenaza...)
15 marzo 2007
La incertidumbre de las novedades

(Detalle de la portada de Esta historia en la edición de Anagrama)
Hablando de nuevos libros de nuestros autores favoritos, no he podido resistir la tentación de comprar la nueva novela de Baricco, titulada "Esta historia", (aquí pueden leer la reseña de El Cultural) aunque todavía no la he leído (no voy a dejar la obra de von Mythenmetz - de la que prometo hablar largo y tendido en cuanto la termine - a medias... ¡jamás!).
Y es que tengo que reconocer que las nuevas novelas de mis autores favoritos me crean una especie de... angustia vital. Incertidumbres. ¿Debo - como me pide el cuerpo y como hace tanta gente; solo hay que ver el éxito del nuevo Auster, y eso que creo que no es lo que muchos esperaban - lanzarme a leerlas como si me fuera la vida en ello? ¿O debo, acaso, reservarlas para el hipotético momento en el que ellos ya no estén - y no puedan, por lo tanto, proporcionarme novedades - pero yo todavía siga aquí?
Pienso que, si hago lo primero (leerlas nada más caen en mis manos), siempre me quedará el placer en la - hipotética - vejez de releer las que más me hayan gustado. Pero otra vez, no sé qué produce más placer, si reencontrarse con historias y personajes conocidos, o la sorpresa del primer encuentro, del descubrimiento...
===
PS: Por dudar, dudo incluso de si no había volcado aquí con anterioridad mis incertidumbres con respecto a este tema... Si es así, perdonen el despiste. Prometería que no volverá a suceder, pero...
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Alessandro Baricco,
Compras y Regalos,
Personal
14 julio 2006
Llevadme a casa...
¿En qué veis que haya ocasión de desesperanza? No hay sino perpetuo nacimiento. Y, es cierto, existe lo irreparable; pero nada hay en él que sea triste o alegre, es la esencia misma de lo que fue. Es irreparable mi nacimiento porque estoy aquí. Lo pasado es irreparable; pero se os suministra lo presente como materiales en desorden a los pies del constructor y os toca a vosotros forjar lo por venir. (Ciudadela, de Antoine de Saint-Exupéry)
Escrito en el cuerpo hay un código secreto, sólo visible bajo ciertas luces; los posos de toda una vida se acumulan en él. En algunos sitios, el palimpsesto está tan trabajado que las letras, al tacto, parecen braille. Me gusta guardar mi cuerpo enrollado, lejos de las miradas curiosas. Sin llegar nunca a desplegarme demasiado, a contar toda la historia. (Escrito en el cuerpo, de Jeanette Winterson)
Pero, al fin y al cabo, somos libres. No nos limitan las leyes de nuestra naturalez, sino las maneras en que podemos imaginarnos librándonos de esas leyes sin violentar con ello nuestro ser esencial. Somos libres para trascendernos, si tenemos la suficiente imaginación para hacerlo. (Una vida imaginaria, de David Malouf)
Pero no sucedió nada, porque a la vida siempre le falta alguna cosa para ser perfecta. (Sin sangre, de Alessandro Baricco)
Aquella noche, mientras caminaba por el desierto, Aurélien tuvo la intuición de eso que sólo acude en el momento de morir: la vida depende sólo de la solidez de un hilo. Un hilo de oro tejido por los días en que uno comprende que la necesidad de calmar la sed será cada vez más fuerte que el placer de beber. Que la necesidad de permanecer con vida será cada vez más bella que el placer de vivir. (El apicultor, de Maxence Fermine)
[¿Qué es esto?]
Escrito en el cuerpo hay un código secreto, sólo visible bajo ciertas luces; los posos de toda una vida se acumulan en él. En algunos sitios, el palimpsesto está tan trabajado que las letras, al tacto, parecen braille. Me gusta guardar mi cuerpo enrollado, lejos de las miradas curiosas. Sin llegar nunca a desplegarme demasiado, a contar toda la historia. (Escrito en el cuerpo, de Jeanette Winterson)
Pero, al fin y al cabo, somos libres. No nos limitan las leyes de nuestra naturalez, sino las maneras en que podemos imaginarnos librándonos de esas leyes sin violentar con ello nuestro ser esencial. Somos libres para trascendernos, si tenemos la suficiente imaginación para hacerlo. (Una vida imaginaria, de David Malouf)
Pero no sucedió nada, porque a la vida siempre le falta alguna cosa para ser perfecta. (Sin sangre, de Alessandro Baricco)
Aquella noche, mientras caminaba por el desierto, Aurélien tuvo la intuición de eso que sólo acude en el momento de morir: la vida depende sólo de la solidez de un hilo. Un hilo de oro tejido por los días en que uno comprende que la necesidad de calmar la sed será cada vez más fuerte que el placer de beber. Que la necesidad de permanecer con vida será cada vez más bella que el placer de vivir. (El apicultor, de Maxence Fermine)
[¿Qué es esto?]
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