Se toman doce tomates maduros y se cortan longitudinalmente como si fuesen nuestro enemigo. Se encierran en un tarro con tapa y se calientan durante diez minutos.
Se pica una cebolla sin lágrimas.
Se corta una zanahoria a dados sin remordimientos.
Se desmenuza una rama de apio como si los canales y los surcos fuesen las hendiduras de nuestro pasado.
Se añade a los tomates y se cocinan sin tapar hasta que se rindan.
Se echa sal, pimienta y una pizca de azúcar.
Se pasa todo por un colador, un tamiz o una licuadora. No hay que olvidar quiénes son las verduras y quién es el cocinero.
Se retorna al fuego lento y se lubrica con aceite de olvida, éste se añade cucharada a cucharada, removiendo como una vieja bruja, hasta que se consiga la debida consistencia, de un espesor resbaladizo.
Se sirve sobre los espaguetis recién hervidos. Se cubre con parmesano fresco y troceado y albahaca picada. Los sentimientos crudos pueden añadirse ahora.
Se sirve. Se come. Se reflexiona.
***
Fragmento de El Powerbook, de Jeanette Winterson.
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09 abril 2016
20 febrero 2013
Un lugar donde encontrar
[Tute]
***
Als poetes, se'ls demana un punt (o dos) de tristor i melangia, un rebost farcit de metàfores, un màster en instants de mirada perduda, capacitat per emocionar(-se), facilitat de paraula i moltes hores de vol entre sentiment i pensament, i viceversa. I bons versos.
[an→←na]
***
["Litany", by Billy Collins]
***
Lupita quiso un día escribir poesía...
***

[Emily Dickinson]
***
Visualizing Poems, by Diana Lange.
***
Felicidário del 15 de enero [ilustrado por Irmão Lúcia]
***
... cuando la gente dice que la poesía es un lujo, o una opción, o para las clases medias cultas, o que no se debería leer en el colegio porque es irrelevante, o cualquiera de esas extrañas tonterías que se dicen sobre la poesía y el lugar que ocupa en nuestras vidas, sospecho que a la gente que las dice le ha ido bastante bien. Una vida dura necesita un lenguaje duro, y eso es la poesía. No es un lugar donde esconderse. Es un lugar donde encontrar.
Jeanette Winterson - ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?
[No sé cómo lo he hecho, pero blogger me ha perdido la cita; la he recuperado gracias a la reseña del libro en Boomeran(g).]
***
Hay días que la poesía me persigue y yo, gustosamente, me dejo atrapar.
[Esta semana, solo una dosis de Librosfera, no se me vayan a empachar...]
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01 febrero 2013
Podemos abrir el libro
La verdad para cualquiera es algo muy complejo. Para un escritor, lo que se deja fuera dice tanto como las cosas que se incluyen. ¿Qué hay más allá de los márgenes del texto? El fotógrafo encuadra la foto; los escritores encuadran su mundo.
La señora Winterson protestó por lo que había incluido en mi libro, pero me parecía que el verdadero motivo de su enfado era lo que había dejado fuera. Hay muchas cosas que no podemos decir porque son muy dolorosas. Confiamos en que las cosas que podemos decir suavicen el resto, o lo mitiguen en cierto sentido. Las historias son compensatorias. El mundo es injusto, inicuo, inescrutable, incontrolable.
Cuando contamos una historia ejercemos el control, pero de tal modo que dejamos un hueco, una apertura. Es una versión, pero nunca la definitiva. y quizá confiamos en que alguien sea capaz de escuchar los silencios y la historia pueda continuar, ser contada una y otra vez.
Cuando escribimos ofrecemos el silencio tanto como la historia. Las palabras son esa parte de silencio que se puede expresar.
La señora Winterson habría preferido que me hubiera quedado en silencio.
¿Recordáis la historia de Filomela, que fue violada y luego el violador le arrancó la lengua para que nunca pudiera contarlo?
Creo en la ficción y en el poder de las historias porque así hablamos a través de lenguas que no son nuestras. No se nos silencia. Todos nosotros, cuando sufrimos un gran trauma, dudamos, tartamudeamos; hay grandes pausas en nuestro discurso. La cosa se atasca. Recuperamos el lenguaje a través del lenguaje de otros. Podemos recurrir al poema. Podemos abrir el libro. Alguien ha estado allí por nosotros y buceó en las palabras.
Necesitaba palabras porque las familias infelices son un pacto de silencio. Quien rompa el silencio jamás será perdonado. él o ella tiene que aprender a perdonarse a sí mismo.
***
Después de un mes anclada en La liebre con ojos de ámbar (sí, para muchos uno de los mejores libros del año pasado; a mí se me ha hecho largo y pesado), floto por las páginas de ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, la autobiografía de una de mis escritoras fetiche, Jeanette Winterson.
No se extrañen si la semana que viene aparezco por aquí con más fragmentos del libro. Y si no aparezco, tampoco: "Un libro es una puerta. La abres. La cruzas. ¿Volverás?"
La señora Winterson protestó por lo que había incluido en mi libro, pero me parecía que el verdadero motivo de su enfado era lo que había dejado fuera. Hay muchas cosas que no podemos decir porque son muy dolorosas. Confiamos en que las cosas que podemos decir suavicen el resto, o lo mitiguen en cierto sentido. Las historias son compensatorias. El mundo es injusto, inicuo, inescrutable, incontrolable.
Cuando contamos una historia ejercemos el control, pero de tal modo que dejamos un hueco, una apertura. Es una versión, pero nunca la definitiva. y quizá confiamos en que alguien sea capaz de escuchar los silencios y la historia pueda continuar, ser contada una y otra vez.
Cuando escribimos ofrecemos el silencio tanto como la historia. Las palabras son esa parte de silencio que se puede expresar.
La señora Winterson habría preferido que me hubiera quedado en silencio.
¿Recordáis la historia de Filomela, que fue violada y luego el violador le arrancó la lengua para que nunca pudiera contarlo?
Creo en la ficción y en el poder de las historias porque así hablamos a través de lenguas que no son nuestras. No se nos silencia. Todos nosotros, cuando sufrimos un gran trauma, dudamos, tartamudeamos; hay grandes pausas en nuestro discurso. La cosa se atasca. Recuperamos el lenguaje a través del lenguaje de otros. Podemos recurrir al poema. Podemos abrir el libro. Alguien ha estado allí por nosotros y buceó en las palabras.
Necesitaba palabras porque las familias infelices son un pacto de silencio. Quien rompa el silencio jamás será perdonado. él o ella tiene que aprender a perdonarse a sí mismo.
***
Después de un mes anclada en La liebre con ojos de ámbar (sí, para muchos uno de los mejores libros del año pasado; a mí se me ha hecho largo y pesado), floto por las páginas de ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, la autobiografía de una de mis escritoras fetiche, Jeanette Winterson.
No se extrañen si la semana que viene aparezco por aquí con más fragmentos del libro. Y si no aparezco, tampoco: "Un libro es una puerta. La abres. La cruzas. ¿Volverás?"
13 marzo 2007
¿Qué haríais?

[Lee la noticia - en inglés. En resumen: una trabajadora de Penguin, la editorial, se olvidó una copia de la nueva novela de Jeanette Winterson - o parte de ella, no queda claro - que aparecerá en septiembre en la estación Balham del metro londinense. Se la encontró Martha Osher, que tiene a Winterson como una de sus autoras preferidas...]
[Vía About: Contemporary Literature]
18 julio 2006
Intro. Jeanette Winterson y La niña del faro

Todavía no he conocido a nadie que hubiera leído a Winterson antes, y creo que es una lástima, así que voy a seguir poniendo granitos de arena para cambiar el rumbo de las cosas.
Además... hay cosas que una siente el deber de compartir.
I. La niña del faro y la vida
No te arrepientas de tu vida, pequeña. Pasará muy pronto.
Mejor pensar en mi vida así: parte milagro, parte locura. Mejor aceptar que no puedo controlar nada de lo que realmente importa. Mi vida es una estela de naufragios y de partidas a toda vela. No hay llegadas ni destinos. Sólo bancos de arena y naufragio. Luego, otro barco, otra marea.
No acepto que la vida tenga una forma ordinaria, ni que la vida tenga nada de ordinaria. La hacemos ordinaria, pero no lo es.
Estamos aquí, allí, aquí no, allí no, nos arremolinamos como motas de polvo, reclamamos para nosotros los derechos del universo. Somos importantes, somos nada, quedamos atrapados en vidas que son obra nuestra y que nunca quisimos. Escapamos, lo intentamos de nuevo, nos preguntamos por qué el pasado viene con nosotros, nos preguntamos cómo hablar del pasado.
Mejor pensar en mi vida así: parte milagro, parte locura. Mejor aceptar que no puedo controlar nada de lo que realmente importa. Mi vida es una estela de naufragios y de partidas a toda vela. No hay llegadas ni destinos. Sólo bancos de arena y naufragio. Luego, otro barco, otra marea.
No acepto que la vida tenga una forma ordinaria, ni que la vida tenga nada de ordinaria. La hacemos ordinaria, pero no lo es.
Estamos aquí, allí, aquí no, allí no, nos arremolinamos como motas de polvo, reclamamos para nosotros los derechos del universo. Somos importantes, somos nada, quedamos atrapados en vidas que son obra nuestra y que nunca quisimos. Escapamos, lo intentamos de nuevo, nos preguntamos por qué el pasado viene con nosotros, nos preguntamos cómo hablar del pasado.
II. La niña del faro y Paul Auster
Por muy disparatadas que creamos que son nuestras invenciones, nunca pueden igualar el carácter imprevisible de lo que el mundo real escupe continuamente. Esta lección me parece ineludible ahora. Puede suceder cualquier cosa. Y de una forma u otra, siempre sucede. (Leviatán, de Paul Auster)
Hay muy poca vida, y está preñada de casualidades. Nos encontramos, no nos encontramos, giramos por donde no debemos y, aun así, tropezamos uno con el otro. Conscientemente elegimos el “camino correcto”, y no lleva a ninguna parte. (La niña del faro, de Jeanette Winterson)
Hay muy poca vida, y está preñada de casualidades. Nos encontramos, no nos encontramos, giramos por donde no debemos y, aun así, tropezamos uno con el otro. Conscientemente elegimos el “camino correcto”, y no lleva a ninguna parte. (La niña del faro, de Jeanette Winterson)
III. La niña del faro y las historias
Era una larga historia y, como ocurre con casi todas las historias del mundo, inacabada. Sí, tuvo un final (siempre lo hay), pero la historia fue más allá de su propio final (siempre es así).
- ¿Por qué no puedes simplemente contarme la historia sin tener que empezar por otra historia?
- Porque no hay historia que empiece en sí misma, del mismo modo que no hay niño que venga al mundo sin padres.
Cuéntame un cuento, Pew.
¿Qué clase de cuento, pequeña?
Uno con final feliz.
En el mundo eso no existe.
¿Un final feliz?No, un final.
- ¿Por qué no puedes simplemente contarme la historia sin tener que empezar por otra historia?
- Porque no hay historia que empiece en sí misma, del mismo modo que no hay niño que venga al mundo sin padres.
Cuéntame un cuento, Pew.
¿Qué clase de cuento, pequeña?
Uno con final feliz.
En el mundo eso no existe.
¿Un final feliz?No, un final.
IV. La niña del faro y El Dios de las pequeñas cosas
Y el Aire estaba plagado de pensamientos y Cosas que Decir. Pero en momentos como ésos sólo se dicen Pequeñas Cosas. Las Grandes Cosas permanecen dentro, sin decirse. (El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy)
Hay gente que dice que las mejores historias no tienen palabras. No les criaron para ser fareros. Es cierto que las palabras se desvanecen y a menudo las cosas realmente importantes no se dicen. Las cosas importantes se aprenden en los rostros, en los gestos, no en nuestras lenguas encarceladas. Las cosas auténticas son demasiado pequeñas o demasiado grandes, o en cualquier caso nunca tienen el tamaño adecuado para encajar en el templo llamado lenguaje.Eso ya lo sé. Pero también sé otra cosa, porque me criaron para ser farera. Apagad el bullicio del día a día, y al principio sentiréis el alivio del silencio. Luego, muy quedo, tan quedo como la luz, regresa el significado. Las palabras son la parte del silencio que puede ser hablada. (La niña del faro, de Jeanette Winterson)
Hay gente que dice que las mejores historias no tienen palabras. No les criaron para ser fareros. Es cierto que las palabras se desvanecen y a menudo las cosas realmente importantes no se dicen. Las cosas importantes se aprenden en los rostros, en los gestos, no en nuestras lenguas encarceladas. Las cosas auténticas son demasiado pequeñas o demasiado grandes, o en cualquier caso nunca tienen el tamaño adecuado para encajar en el templo llamado lenguaje.Eso ya lo sé. Pero también sé otra cosa, porque me criaron para ser farera. Apagad el bullicio del día a día, y al principio sentiréis el alivio del silencio. Luego, muy quedo, tan quedo como la luz, regresa el significado. Las palabras son la parte del silencio que puede ser hablada. (La niña del faro, de Jeanette Winterson)
y V. La niña del faro y el amor
Era una romántica incorregible. Sigo siendo una romántica incorregible. Creía que el amor era el mayor de los valores. No espero ser feliz. Supongo que no encontraré el amor, signifique eso lo que signifique, y que, si lo encuentro, no me hará feliz. No pienso en el amor como en la respuesta o la solución. Pienso en el amor como en una fuerza de la naturaleza, poderosa como el sol, igual de necesaria, de impersonal, de gigantesca, de imposible, tan devastadora como generadora de calor, tan culpable de las sequías como dadora de vida. Y que, cuando se extingue, el planeta muere.
Mi pequeña órbita de vida gira en torno al amor. No me atrevo a acercarme más. No soy un místico en busca de la comunión final. No salgo sin mi protector solar 15. Me protejo.
Pero hoy, ahora que el sol está en todas partes y todo lo sólido no es más que su propia sombra, sé que las cosas auténticas de la vida, las cosas que recuerdo, las cosas que hago girar en las manos, no son cosas, cuentas bancarias, premios ni ascensos. Lo que recuerdo es el amor, todo el amor, el amor por este camino de tierra, por este amanecer, por un día junto al río, por el desconocido que conocí en un café. Incluso por mí misma, que es lo que más cuesta amar, porque el amor y el egoísmo no son lo mismo. Es fácil ser egoísta. Es duro amar al ser humano que soy. No me extrña que me sorprenda que tú lo hagas.
Pero es el amor el que triunfa. En este camino abrasador, rodeado de alambradas para impedir que se escapen las cabras, durante un minuto descubro para qué he venido hasta aquí, lo cual sin duda es una clara señal de que lo olvidaré al instante.
Me sentí plena.
Mi pequeña órbita de vida gira en torno al amor. No me atrevo a acercarme más. No soy un místico en busca de la comunión final. No salgo sin mi protector solar 15. Me protejo.
Pero hoy, ahora que el sol está en todas partes y todo lo sólido no es más que su propia sombra, sé que las cosas auténticas de la vida, las cosas que recuerdo, las cosas que hago girar en las manos, no son cosas, cuentas bancarias, premios ni ascensos. Lo que recuerdo es el amor, todo el amor, el amor por este camino de tierra, por este amanecer, por un día junto al río, por el desconocido que conocí en un café. Incluso por mí misma, que es lo que más cuesta amar, porque el amor y el egoísmo no son lo mismo. Es fácil ser egoísta. Es duro amar al ser humano que soy. No me extrña que me sorprenda que tú lo hagas.
Pero es el amor el que triunfa. En este camino abrasador, rodeado de alambradas para impedir que se escapen las cabras, durante un minuto descubro para qué he venido hasta aquí, lo cual sin duda es una clara señal de que lo olvidaré al instante.
Me sentí plena.
14 julio 2006
Llevadme a casa...
¿En qué veis que haya ocasión de desesperanza? No hay sino perpetuo nacimiento. Y, es cierto, existe lo irreparable; pero nada hay en él que sea triste o alegre, es la esencia misma de lo que fue. Es irreparable mi nacimiento porque estoy aquí. Lo pasado es irreparable; pero se os suministra lo presente como materiales en desorden a los pies del constructor y os toca a vosotros forjar lo por venir. (Ciudadela, de Antoine de Saint-Exupéry)
Escrito en el cuerpo hay un código secreto, sólo visible bajo ciertas luces; los posos de toda una vida se acumulan en él. En algunos sitios, el palimpsesto está tan trabajado que las letras, al tacto, parecen braille. Me gusta guardar mi cuerpo enrollado, lejos de las miradas curiosas. Sin llegar nunca a desplegarme demasiado, a contar toda la historia. (Escrito en el cuerpo, de Jeanette Winterson)
Pero, al fin y al cabo, somos libres. No nos limitan las leyes de nuestra naturalez, sino las maneras en que podemos imaginarnos librándonos de esas leyes sin violentar con ello nuestro ser esencial. Somos libres para trascendernos, si tenemos la suficiente imaginación para hacerlo. (Una vida imaginaria, de David Malouf)
Pero no sucedió nada, porque a la vida siempre le falta alguna cosa para ser perfecta. (Sin sangre, de Alessandro Baricco)
Aquella noche, mientras caminaba por el desierto, Aurélien tuvo la intuición de eso que sólo acude en el momento de morir: la vida depende sólo de la solidez de un hilo. Un hilo de oro tejido por los días en que uno comprende que la necesidad de calmar la sed será cada vez más fuerte que el placer de beber. Que la necesidad de permanecer con vida será cada vez más bella que el placer de vivir. (El apicultor, de Maxence Fermine)
[¿Qué es esto?]
Escrito en el cuerpo hay un código secreto, sólo visible bajo ciertas luces; los posos de toda una vida se acumulan en él. En algunos sitios, el palimpsesto está tan trabajado que las letras, al tacto, parecen braille. Me gusta guardar mi cuerpo enrollado, lejos de las miradas curiosas. Sin llegar nunca a desplegarme demasiado, a contar toda la historia. (Escrito en el cuerpo, de Jeanette Winterson)
Pero, al fin y al cabo, somos libres. No nos limitan las leyes de nuestra naturalez, sino las maneras en que podemos imaginarnos librándonos de esas leyes sin violentar con ello nuestro ser esencial. Somos libres para trascendernos, si tenemos la suficiente imaginación para hacerlo. (Una vida imaginaria, de David Malouf)
Pero no sucedió nada, porque a la vida siempre le falta alguna cosa para ser perfecta. (Sin sangre, de Alessandro Baricco)
Aquella noche, mientras caminaba por el desierto, Aurélien tuvo la intuición de eso que sólo acude en el momento de morir: la vida depende sólo de la solidez de un hilo. Un hilo de oro tejido por los días en que uno comprende que la necesidad de calmar la sed será cada vez más fuerte que el placer de beber. Que la necesidad de permanecer con vida será cada vez más bella que el placer de vivir. (El apicultor, de Maxence Fermine)
[¿Qué es esto?]
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