Madame Snow - conocida como Stella Snow en los días de botines, parasoles y fastuosos bailes - había sido aficionada a los caballos de doma blancos, los hombres de espalda cuadrada y tocados con cascos picudos, y también a las salchichas rollizas como muslos de cerdo que colgaban en la cocina de su casa, grande como un palacio. Cuando era apenas una niña, tenía el busto muy desarrollado para su edad y en numerosas ocasiones se sentaba en un palco dorado en la ópera, sintiendo cómo se le entumecían las piernas, rígida como si posara para una fotografía. La comida en casa de su padre se servía cubierta de láminas de manteca y ella comía peras gigantes, de una variedad híbrida, que tomaba de una cesta que había junto a su cama. Salía con jóvenes vestidos de negro, capaces de hacer galopar un caballo hasta reventarlo en un día de invierno y luego abandonarlo para que se congelara, momento en que el ángel del infierno acudía para posar su mano sobre la bestia; o alternaba con estudiantes con bigote que usaban sombreros adornados con cintas de colores. Tenía antojos de dulces importados de Francia y Holanda, los amantes cantaban con voces estridentes bajo su ventana y, cuando eran expulsados a puntapiés, le hacían pensar en cisnes que se alejaran volando. Poseía una boca envidiada por los invertidos, y, cuando el sordo ruido de los cañones comenzó a inquietar el país, esa boca se cerró con firmeza y ella empezó a leer.
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Los más asiduos ya saben de mi debilidad por determinadas descripciones de personajes. Recuerden la mujer con aire de ventana escandinava de Ramon Erra, el luthier Erasmus de Maxence Fermine, el butanero de Nesquens, el Raffaele de Murgia y el Luca de Baricco... a todos ellos, añado ahora a Madame Snow, de la densa y compleja El caníbal (John Hawkes, Libros del Silencio - primeras páginas en pdf), con la que ando batallando estos días. De la primera a la última frase, no me dirán que esa descripción de ahí arriba no es como para soltar una más que efusiva expresión de placer...
25 febrero 2013
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1 comentario:
Hmmmmmmmm...Sí.
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