26 septiembre 2012

Los príncipes valientes

Le decimos leer y somos nosotros, que corremos entre los bloques de edificios, y sacudimos los troncos de los árboles empapados de lluvia, y cazamos a las arañas en sus telas, y recogemos cascos de botellas de leche y de botellas de champán, y buscamos cobre, bobinas de cobre caídas entre las matas que crecen en los solares, y junto a los huertos, y al sol de las escombreras que hay al lado de cualquier obra. Somos mi amigo y yo, mirándolo todo, palpitando y leyendo a la vez, y haciéndonos tenaces con la tenacidad de las ortigas, de los amarantos, de las malvas que nacen al borde de las vías del tren, o en los basureros, o al pie de los muros de las fábricas, y embebiéndonos del salvajismo de los juncales y de las mimbreras de la orilla del río, e infiltrándonos del vértigo de las torres eléctricas. Y todo esto lo vamos a creer lectura en nuestro leer interminable, sin reparar en que al mismo tiempo estamos latiendo como palpita con su pulso regular una estrella de neutrones o gira despaciosamente la blanca luz de un faro. Porque lo que hacemos es respirar, ser cada uno de nosotros a todas horas, hablar con inquietud y mirar con los ojos muy abiertos, por ejemplo, cuando entramos en el cuarto modesto de la biblioteca de la escuela, y nos detenemos indecisos ante un puñado de libros ilustrados, ordenados en sus estantes metálicos de tuercas y orificios, por los que asoman los extremos de los volúmenes más altos. Así partimos en busca del secreto de las tardes, y marchamos a la captura de la claridad de esos días, y juntos atravesamos la quietud del colegio, y a todo eso también vamos a llamarlo leer, porque para nosotros dos, para mi amigo y para mí, nada va a existir más allá de nuestros libros. En realidad, de tal modo ocurre, lo que hacemos es respirar el aire rutinario que nos rodea, y que para nosotros es ante todo un aire lleno de abecedarios, de caligrafías, y de signos ortográficos y de puntuación, de palabras recién estrenadas, de frases subordinadas en un lugar de clases subordinadas, de pliegos encuadernados que viven despegados dentro de los libros. Y nosotros vamos a llamarle leer a todo eso tan difuso y tan concreto, que a fin de cuentas es ir viviendo, o ir viviéndonos.

***
El principio de Los príncipes valientes, de Javier Pérez Andújar.
Por qué cuando lo leí, hace un par de años, no lo puse aquí, es un misterio que no llego a comprender...

5 comentarios:

URUMO dijo...

¡Qué hermosura! Mil gracias Sfer.

sfer dijo...

En todo casi, mil gracias Javier!!
;-)

Anónimo dijo...

No he leído nada de Andújar pero, entre que no hace mucho lo vi en un entrevista y me gustó su forma de ser y que además el fragmento es precioso, espero hacerlo pronto (¿Los princepes valientes para empezar?)

juan

sfer dijo...

Los príncipes valientes para empezar, y Paseos con mi madre para continuar. El que escribió entre uno y otro, Todo lo que se llevó el diablo, no lo he leído y por lo visto tiene un tono totalmente diferente al de estos dos. Habrá que probarlo igualmente...

Anónimo dijo...

Leí el libro hace unos cuantos años y me encantó, lo he recomendado mucho desde entonces.
Carmen