¿Cuánto tiempo ha de pasar desde un hecho para que sus protagonistas adquieran la objetividad suficiente para poder juzgarlo? Sea cual sea la respuesta, supongo que debería haber terminado este pequeño relato autobiográfico en el episodio anterior, ya que este último no forma parte del pasado, sino del presente, y todavía estoy demasiado inmersa en él como para poder verlo con perspectiva. Aun así, no me resisto a intentarlo. Al fin y al cabo no hago esto por vosotros, sino por mí (por si alguien lo dudaba).
Si hay una frase que puede describir mi yo lector ahora mismo es esta: me he convertido en una devoralibros, para bien y para mal. Para bien porque... bueno, porque cuando un día de estos me paren para hacerme una encuesta sobre hábitos de lectura podré subir un poco la media del país, entre otras cosas. No leo porque esté convencida de los beneficios de la lectura. Lo estoy (convencida, me refiero), pero leo por otras razones que yo calificaría dentro del “para bien”. Disfruto leyendo. Siento que no estoy perdiendo el tiempo, algo que me pasa cada vez más a menudo cuando veo la televisión. Supongo que también se debe a que he tenido suerte en mi selección de lecturas y me he topado con muy pocas verdaderas “pérdidas de tiempo” en estos cuatro años. Crucemos los dedos. Respecto al para mal... no sé si hay maneras de leer que sean mejores que otras, pero desde luego si las hay la mía no creo que se encuentre entre las primeras. Soy una lectora compulsiva. Me falta pausa y reflexión. Sí, a veces me fuerzo a mí misma a detenerme y cuestionarme lo que estoy leyendo, pero no es algo que salga de mí con naturalidad. Lo natural en mí es consumir el texto, exprimirlo y engullirlo. Y después de uno, otro, y después, otro. Casi sin digestión. A veces tengo que controlarme incluso para no terminar un libro y empezar el siguiente el mismo día. Dejar pasar una noche, al menos. Entonces me entretengo con una revista, un suplemento literario...
Haciendo cálculos, llevo un ritmo de unos 40 libros por año. Empecé a llevar un diario de lecturas en enero de 2003, encabezado por la frase que cierra este blog, la que veréis si hacéis un scroll hasta el final. Ahí está: “We read to know we are not alone”. La dice Anthony Hopkins interpretando a C. S. Lewis en Tierras de penumbra. Y no creo que, como razón para leer, sea más cierta que otras, pero sí es una de ellas, y seguramente una de las importantes. Leemos para saber que no estamos solos, para conocernos, para acompañarnos, para estar con los que ya no están. Y también para divertirnos, para reflexionar, para imaginar, para vivir otras vidas (o eso dijo Unamuno...), para alimentar nuestras ideas, para comprender. Leemos por las razones más prosaicas y al mismo tiempo por las más sublimes que nos podamos imaginar...
40 libros por año... aunque las proporciones dentro de esos cuarenta no son las que hubiera imaginado hace cuatro años. Al principio intenté que fueran la mitad en español y la mitad en inglés. El catalán, a pesar de que debería ser el segundo idioma que mejor conozco (aunque no estoy muy segura de ello), no ha sido nunca santo de mi devoción a la hora de escoger una lectura. Siempre he preferido, a ser posible, leer un libro en español a hacerlo en catalán. El primer año que llevé este registro (2003) leí unos 25 libros en español y unos 15 en inglés, aproximadamente. Es lo más cerca que he estado del fifty-fifty entre los dos idiomas, porque cada vez leo menos en inglés y más en español. Es difícil encontrar lo que quiero leer en inglés, y muchas veces me conformo con lo que encuentro en la biblioteca, pero por cada libro que leo en inglés leo cuatro o cinco en español, porque unos me llevan a otros con una lógica aplastante y demoledora, y no puedo romper la cadena para acomodar un libro en inglés que “no viene a cuento”. Todavía no sé cómo acabarán mis intenciones, pero todo apunta a que el inglés se convertirá en algo anecdótico. Yacerá ahí, en mi subconsciente, y de vez en cuando lo sacaré a flote, pero será poco más que un bonito recuerdo. Quizá me equivoque, no lo sé. Como decía al principio todavía no hay perspectiva...
Tampoco imaginé que entre mis lecturas se colarían con tanta fuerza las novelas juveniles y los cómics. De las primeras es culpable el trabajo. Al organizar el personal de la biblioteca en áreas de trabajo especializadas, cuando hizo falta que un par de personas se encargaran del tema infantil-juvenil me ofrecí voluntaria. Hice un curso de narración oral de cuentos y otro de valoración de libros infantiles y juveniles y me lancé al agua. Y ahí estoy, nadando. Poco a poco voy tachando libros del “debe” y anotándolos en el “haber”, pero la primera lista sigue siendo mucho más larga que la segunda. Intento organizarme de manera que durante unos meses al año me dedique exclusivamente a leer novela juvenil, especialmente de cara a hacer la selección de libros que leeremos en el club de lectura juvenil que llevo en la biblioteca. También los cuentos han entrado de la mano de la biblioteca, y con ellos la afición por leer la revista CLIJ y por aprender a valorar la literatura infantil y juvenil. Todavía me queda mucho camino que recorrer en ese sentido, y lo espero ansiosa. Sé que va a depararme muchas y gratas sorpresas.
Con respecto a los comics, el culpable es indudablemente nh, mi “media langosta”, aunque reconozco que quizá soy un poco más rebelde de lo que a él le gustaría, ya que no siempre hago caso de sus recomendaciones lectoras y, la mayoría de veces, tardo demasiado para su gusto en seguir su camino. Pero reconozco que si no fuera por él, quién sabe si hoy en día habría oído hablar de Lewis Trondheim o de Fermín Solís, de Jiro Taniguchi o de Jason Lutes. A muchos de ellos los hemos descubierto juntos, o incluso nos los han descubierto otras personas (gracias desde aquí a los que trajeron a Jose Carlos Fernandes o a Seth a esta casa; ellos saben quienes son), pero sin nh aquí no sé si me hubiera abierto siquiera a la posibilidad del cómic.
Lo que más sigo devorando, sin ninguna duda, son novelas. He ido pululando de aquí para allá, leyendo sobre todo a contemporáneos, algunos españoles, la mayoría extranjeros, sin ningún orden especial. Los dos más destacables sería Alessandro Baricco y José Saramago, pero también habría que mencionar a Paul Auster, a Toni Morrison, a Maxence Fermine... Todavía tengo que descubrir a muchísimos autores. La lista es sobrecogedora, ni siquiera sé por donde empezar... Martin Amis, Carver, MacEwan, Barnes, Amos Oz, Kenzaburo Oé, Dorothy Parker, Umberto Eco, Richard Ford, Zadie Smith, Safran Foer, Vila-Matas... de todos ellos he leído poco o nada y son solo una ínfima parte de los autores a los que quiero probar.
El ensayo, la poesía y el teatro son, a día de hoy, mis grandes suspensos, que no sé si llegaré a aprobar algún día. El primero me atrae mucho, y tengo una lista de títulos que estoy segura deben de ser fascinantes y tengo muchas ganas de leer... algún día. Y ahí está el problema, que ese día nunca llega. No soy capaz de desengancharme de la ficción. Quizá debiera aprender a ser de corriente alterna para poder compaginar un libro de ficción y un ensayo y así darles una oportunidad. En cuanto a los otros dos (poesía y teatro), sinceramente no sabría analizar por qué no se encuentran entre mis lecturas. Quizá pueda hacerlo dentro de unos años.
¡Y este año ha aparecido esto! No es que forme parte de mi yo lector del mismo modo que un libro, pero sí que empieza a ser parte indisociable de mí, igual que mi diario de lecturas. He encontrado un rincón/cajón de sastre donde verter todo lo relacionado con los libros que merece ser recordado, lo cual para algunos será demasiado y para otros demasiado poco, pero para mí está bien tal y como está. Ni sobra ni falta. Mi desmemoria a veces me asombra, y ahora mismo no recuerdo cómo se me ocurrió esto, de dónde saqué la idea, cómo di con blogger, cómo empecé a descubrir otros rincones, cómo llegó aquí la primera persona que se hizo visible... de hecho, acabo de revisar los primeros posts para recordar quién fue que dejó el primer comentario.
Ni siquiera recuerdo exactamente qué pretendía cuando empecé. Desde entonces, he leído múltiples reflexiones sobre el tema en otros rincones. Gente entusiasta con este nuevo medio y gente que se ha ido apagando con los meses y han acabado por cerrar o por no actualizar sus espacios en meses. Muchos son los que opinan que esto se hace por afán de fama, de ser leído... Sinceramente no creo que sea mi caso, aunque tampoco creo que sea incompatible con el gozo que produce el saber que hay personas que pasean por aquí esperando algo nuevo que leer. Me produciría más pena que todos los lugares por los que paso desaparecieran que no que desaparecieran todos los comentarios que hay en este rincón mío. Me dolería más no poder leeros que no que dejárais de leerme. Y es que, al fin y al cabo, de eso va este blog. De leer. No de escribir. O sí de escribir, pero de escribir sobre leer y sólo porque la escritura es el único medio que sé utilizar para comunicarme a través de la red.
¿Por qué lo hago, entonces? Al principio fue simplemente puro egoísmo. Me gusta cargar esta página, pensar que son trozos de mi existencia, ver juntas imágenes y textos que me han... despertado. Poder releerlos y tenerlos todos juntos. Igual que quien lleva un diario, solo que es éste un diario temático, donde aparco todo lo demás y puedo centrarme en algo que realmente me gusta. Hace años que dejé de tener uno pero siempre soñé con volver a retomar la práctica, y aquí está el sueño cumplido, y la satisfacción personal de verlo hecho realidad, de verlo crecer y ganar peso. Luego vino el placer, inesperado, de ponerme en contacto con algunas de las personas que habían creado aquellos fragmentos, aquellas imágenes. Todavía recuerdo el vuelco que me dio el corazón al ver el comentario de Soizick Meister. ¡La emoción! Aunque fuera a través de una simple frase, de un correo electrónico, de un comentario, algo que no haya ido más allá, como los comentarios de Mireia o de Fabián. Y, por último, y también de manera totalmente inesperada, me he encontrado rodeada de una serie de personas que recogen las migas que voy dejando caer por aquí y las disfrutan casi tanto como yo. Es... alucinante.
¿Seguiría con esto si no lo leyera nadie? Sí. Lo hago para mí. De hecho, mientras escribo no sé si alguien va a considerar que valga la pena pararse a leer una parrafada como esta. Si considero que con esta ya van cuatro, todavía dudo más. No me importaría demasiado que nadie lo leyera. La satisfacción, para mí, reside simplemente en haberlo escrito.
Pero ¿habéis hecho que esto valga muchísimo más la pena de lo que jamás imaginé cuando me hice mi propósito de año nuevo? Definitivamente. Aunque más que daros las gracias por leerme, os doy las gracias por vuestros propios blogs. Y a los que no tenéis, no puedo ni empezar a enumerar la multitud de razones para que empecéis uno. Yo, mientras tanto, seguiré leyendo. Y quizá algún día en un futuro muy muy lejano haya un quinto acto a esta “especie de” autobiografía de libros...