Me enviaron a pasar con ella una temporada a los dos años de terminar la guerra, pero en su casa parecía que la guerra aún seguía. Muchas veces tenía cerradas las persianas y las cortinas incluso de día, como si se empeñase en mantener una especie de riguroso “apagón”. Creo que temía más el sol de lo que nunca había temido los bombardeos alemanes. Poseía unas tétricas y valiosas alfombras persas y parecía que le aterrorizaba que algún furtivo rayo de sol descarriado entrara sigilosamente y las destiñese.
[...]
Al principio la veía poco más que como una antigualla deprimente y ceremoniosa, demasiado vieja para ser juzgada con criterios humanos. Era idéntica a aquellas parientes ruinosas, con un pie en la tumba, que aparecían vestidas de luto en las casas de mis amigas de la escuela. En aquel momento, lo único que sabía de esta mujer y del efecto que causaba era que yo ya empezaba a contar los minutos de los meses que me faltaban para poder salir huyendo de su casa.
[...]
Cuando estabas con ella casi te convencía de que había algo cobarde y despreciable en toda evasión emocional, en negarse a sufrir, de cara, todos y cada uno de los golpes que la vida pudiese asestarle a uno. Acababas pensando que había un coraje casi sobrehumano en su forma de reconocer que lo único que esperaba ya de la vida era una consciencia ininterrumpida, por muy desagradable que supiera que iba a ser. Lo único que pedía de cada nuevo día era saber que ella seguía desafiantemente en su sitio; que, contra todo pronóstico, había conseguido sobrevivir en el vacío solitario y sin amor que se había fabricado para sí misma.
***
La bisabuela Webster no es el único personaje destacable de La anciana señora Webster, de Caroline Blackwood. También podría haber escogido a la tía Lavinia, a Richards o a los habitantes de Dunmartin Hall. Pero esos tres párrafos, concentrados en las primeras páginas de este libro, sin misericordia, convierten a la mujer que da título a esta novela (parece ser que bastante autobiográfica) en alguien inolvidable.
22 enero 2018
05 enero 2018
Desde la caja de libros (septiembre-diciembre)
Capítulo 48
Llega el verano y las vacaciones y, con suerte, viajas. La gente te pregunta cómo es posible que vayas a visitar bibliotecas cuando estás en el extranjero, de vacaciones, y tú te preguntas: ¿cómo no podría?; allí, la hierba es más verde.Capítulo 49
Supongo que en todos los gremios hay polémicas. ¿Por qué debería ser el de las bibliotecas públicas diferente?Capítulo 50
Los que hace tiempo que no se prestan, pero que queremos conservar.Capítulo 51
Los que acaban de llegar y están esperando ser “preparados” para salir a la sala.
Los que reservamos para ocasiones especiales.
Los que hemos pedido de otras bibliotecas para clubes de lectura.
Los que están de paso, ya sea al contenedor de reciclaje o a otras estanterías.
Con un poco de suerte, nadie podría encontrarte allí dentro.Capítulo 52
Dossier de prensa (tercera entrega)Capítulo 53
Las bellas bibliotecariasCapítulo 54
Vive en la biblioteca porque si no los libros a lo mejor se van. O se mueren.Capítulo 55
Necesitaba algo de paz, y esta semana la encontré en Thibaud Poirier…Capítulo 56
CUANDO NOCapítulo 57
CUANDO SÍCapítulo 58
La rutina es la siguiente: suenan las campanas de la iglesia. Abro las puertas de la biblioteca y me echo a un lado porque no quiero morir arrollado. Dos jubilados pugnan a codazos por ser el primero en entrar.Capítulo 59
Sexta entrega: de cuando la gente se comunica con la biblioteca con notitas…Capítulo 60
la vieja Biblioteca Pública de Los ÁngelesCapítulo 61
ha sido destruida por las llamas.
aquella biblioteca del centro.
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.
La wifi funciona fatal.Bonus track navideño
Es que ya no queda más sitio donde estudiar.
No me puedo creer que haya seis personas esperando este libro.
¿No abrís el lunes por la mañana?
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Conversations
He descubierto Conversations, los intercambios ilustrados entre Nicholas Blechman (director creativo de The New Yorker) y Christoph Niemann (ilustrador) en It's Nice That. Allí explican que durante unos meses, ambos intercambiaron dibujos y fotos con el móvil en las que intentaban mantener una conversación. Uno usaba tinta azul y el otro tinta negra. Lo han editado en un libro, que puede comprarse aquí.
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