Pero estaba hablando el Santo cuando se oyó un ruido, cercano - y luego la puerta abriéndose. Aparte de callarnos, nos pusimos la sábana por encima - el pudor de costumbre. Podía ser cualquiera, pero era Andre. Entró en la habitación, cerró de nuevo la puerta, llevaba puesta una camiseta blanca y nada más. Miró un poco a su alrededor, luego vino a meterse en nuestra cama, entre Luca y yo, como si ése fuera el pacto. Lo hacía todo con tranquilidad, sin decir ni una palabra. Apoyó su cabeza sobre el pecho de Luca, quedándose un rato inmóvil, de costado. Una pierna sobre las suyas. Luca al principio no hizo nada, luego empezó a acariciarle el pelo, todavía se oía la música de la fiesta, a lo lejos. Luego se habían estrechado un poco más y entonces yo me senté en la cama, con idea de marcharme, la única idea que se me había ocurrido. Sin embargo, Andre se volvió tan sólo un poco y me dijo Ven aquí, cogiéndome de la mano. Así que me eché en la cama detrás de ella, con mi corazón pegado a su espalda, manteniendo las piernas un poco hacia atrás, primero, pero luego apretándome algo más, con mi miembro contra su piel, rotunda, que empezó a moverse, lenta. La besaba en la nuca, mientras ella pasaba sus labios por los ojos de Luca, suavemente. Así notaba la respiración de Luca y, muy cerca, su boca entrecerrada. Pero donde yo hacía que se deslizaran mis manos, él retiraba las suyas - tocábamos a Andre sin tocarnos, inmediatamente de acuerdo en que no íbamos a hacerlo. Mientras ella nos tomaba con suavidad, todo el rato en silencio, y mirándonos cada vez.
Alessandro Baricco - Emaús.
Sumire se desplazó un poco más hacia arriba. Con la punta de la nariz rozó el cuello de Myû. Los pechos de ambas se tocaron. Myû tragó saliva. La mano de Sumire vagaba por su espalda.
- Me gustas - dijo Sumire en voz baja.
- Tú a mí también - dijo Myû. ¿Qué otra cosa podía decir? Era la verdad.
Luego, los dedos de Sumire empezaron a desabrochar los botones del camisón de Myû. Ella intentó frenarla. pero Sumire no se detuvo.
- Sólo un poco - dijo -. Sólo un momento.
Myû no pudo resistirse. Los dedos de Sumire acariciaron sus pechos. Los dedos resiguieron la curva de sus pechos. La punta de la nariz de Sumire oscilaba de derecha a izquierda sobre la garganta de Myû. Sumire le tocó los pezones. Los acarició con delicadeza, los pellizcó. Al principio tímidamente, luego con más fuerza.
Haruki Murakami - Sputnik, mi amor.
1 comentario:
yo tampoco he caido de momento en las 50 sombras...
voy tomando notas de todo.
petonets
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