19 febrero 2017

Lo acaricio, lo abro, lo leo.

“Hay una piedra en mi lectura”
Pequeño tratado mineral y geológico sobre lo que podría ser un libro…
(texto de Anne Herbauts)

Piedra, papel, tijera

El libro es una piedra. Pesado, inmóvil. Imperecedero (o casi). Casi intemporal. El libro es tiempo de lectura. Y la roca, lectura del tiempo.

El libro se compone de estratos (geologías) a diferentes niveles: en el corte, en el hilo de la lectura, en los relieves de la narración. Permanece inerte si no se abre. Sin embargo, cuando se da la vuelta a un guijarro, se descubren múltiples vidas ocultas, huellas, huecos, caparazones, nidos y gusanos. El libro oculta varias dimensiones. La segunda dimensión se encuentra en la hoja de papel (que, si rizamos el rizo, ya es una materia-volumen en sí misma), impresa, plana. Después, las hojas se agrupan en cuadernillos, donde encontramos la tercera dimensión, el volumen. Pero la verdadera dimensión del libro, donde el objeto de papel se convierte realmente en un libro, es la dimensión tiempo (cuarta dimensión), cuando el libro es manipulado, abierto, recorrido: es el desarrollo del libro, el tiempo de lectura.

Piedra

El libro no tiene una forma especial (un simple paralelepípedo rectangular), la piedra tampoco. El libro solo se convierte en especial cuando se lo escoge, cuando se lee. El guijarro se vuelve único y precioso solo cuando lo recogemos. (Los guijarros en los bolsillos - ¿por qué diablos he recogido esta piedra sin nombre?).

El guijarro es una piedra que cabe en la mano. El libro es papel que cabe en la mano. El guijarro. Lo acaricio, lo miro, lo leo. El libro. Lo acaricio, lo abro, lo leo. El guijarro es una masa cerrada, se lee rodeándolo. El libro es una forma abierta, se lee en el espacio (infinitamente vertical) entre las páginas en V.

Papel

¿Han viajado ustedes alguna vez por encima de las nubes? Deliciosos cúmulos de aire y agua, sólidos y aéreos al mismo tiempo, dibujados, aborregados, informes e infinitos. El papel del libro podría parecerse a ellos si lo devolviéramos con el pensamiento a su estado de masa de pasta de papel en suspensión en el agua. Su sensualidad: su blandura, su textura, su ruido, su cuerpo, páginas gastadas, las vidas del papel en sus huellas de lecturas. Sus olores. el gesto físico de pasar la página, el tiempo, su murmullo, el viento del libro. El vientre del libro.

Henos aquí, por la propia materia del libro, en diferentes universos de olores, de sonidos, de pliegues, de tactos. Así “entramos” en el libro.

El papel puede ser un paisaje, vacío, espacios, la unión entre texto e imagen, el cielo, la nieve, un blanco real, el silencio, límites o márgenes entre la imagen y el borde del libro. Los espacios en blanco del papel son también los tiempos “muertos” del libro (me entran ganas de decir sus “árboles silenciosos”), los espacios “ilegibles” o mudos – los márgenes, el hueco de los pliegues de las páginas. El espesor de las páginas, el volumen del libro, interfieren en la lectura. Aunque no se haya pensado en ellos, están presentes. forman parte del álbum y son necesarios – con una gran discreción.

Tijeras

Cortes del libro, pliegues, construcción, sangrías y saltos de página, de línea. Cosido. El ritmo del libro es imprimido, antes que el texto, antes que la narración, a través del formato, el número de páginas, el peso del papel, la densidad del texto, la colocación de las imágenes (a sangre o no) y la amplitud de los márgenes. Ahí se elabora ya la primera y tenue respiración del libro. El pulso del libro. En los pliegues.

El libro ofrece pliegues donde, bajo una fachada simple y modesta, puede escribirse el mundo, el universo, lo humano, por tramos verticales, densos, complejos, por ángulos, cortes, pero comprensibles por estar ligados con una costura a un opus llamado libro. El objeto libro da unión y redondez a través de las páginas, la narración y el desarrollo. Un hilo cuya madeja está trenzada con miríadas de espacios, con vacíos, con agujeros. Me gusta la imagen del seto. Es un límite, en un espacio domesticado – el jardín –, confortable, pero si se hunde la cabeza en él, se vuelve ilimitado, salvaje, extraño, infinitamente grande e infinitamente minúsculo. Como el álbum.

Hay que podar el seto para que siga siendo límite, legible y doméstico, y para que pueda ofrecer ese contraste de la vista exterior y de la vista interior. Un libro debe estar “podado”, construido, cortado (como una prenda de ropa debe estar cosida y cortada para que pueda ser llevada) para ser legible y permitir la lectura (el desplazamiento en el libro) y ofrecer los otros niveles de lectura, las zambullidas en los estratos de la imagen, del texto y sobre todo del entre texto e imagen, allí donde se escribe realmente, aunque invisible, el libro.

Todo esto se afina por lo general a través de la intuición. Por el ejercicio del libro.

Un guijarro en la charca

¿Y la imagen? Pintada o dibujada, propongo verla como una charca, con una visión de hojas y de reflejos brillantes, centelleantes, al nivel de la superficie. Esta imagen, si se cambia el punto de vista, de pronto bascula bajo el agua con un mundo recortado en niveles extraños, oscuros, de materias y masas de sombra.

La imagen se expresa en varios niveles. Se la puede leer muchas veces. Tiene el espesor del libro. A veces, cuando se tira una piedra en ella, se enturbia y se vuelve ilegible. Por un momento.

***

Texto aparecido en el número 19 de la revista Fuera de margen, dedicado al libro como objeto.
Anne Herbauts es una de mis autoras de literatura infantil favoritas (aquí les dejé un sorbito de uno de sus libros).
La traducción es de Mercedes Corral.

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