26 septiembre 2016

Anécdotas

- Hace cinco años, o quizá seis, me senté en un asiento del tren en el que algún niño había dejado olvidada una revista infantil. La cogí, me puse a hojearla, y vi en la última página las direcciones de chicos que deseaban mantener correspondencia con otros. Había una chiquilla de Alaska, cuyo nombre me llamó la atención: Heather Falls. Le envié una tarjeta. ¡Dios mío, me pareció algo totalmente inofensivo y agradable! Me respondió inmediatamente y su carta me sorprendió: era un relato muy inteligente de la vida en Alaska, con descripciones encantadoras del rancho ovejero de su padre y de las auroras boreales. Tenía trece años y me envió una fotografía suya. No era una chica guapa, pero sí de aspecto inteligente y amable. Busqué en un viejo álbum familiar y encontré una instantánea mía, de cuando tenía quince años, hecha durante una excursión de pesca. Una foto al aire libre en la que yo sostenía una trucha en la mano. Parecía bastante reciente. Le escribí a la chica como si siguiera siendo el muchacho de la foto y le conté que me habían regalado una escopeta por Navidad, que nuestra perra había tenido cachorros y los nombres que les pusimos. Le describí también las atracciones de un circo que acababa de pasar por el pueblo. ¡Ser de nuevo un adolescente que se hace mayor y tener un amor platónico y lejano, en Alaska...! Bueno, era algo divertido para un viejo que se sienta a solas a escuchar el tictac de su reloj. Más tarde, la chiquilla me escribió diciéndome que se había enamorado de un muchacho que había conocido y sentí un auténtico ataque de celos, como le hubiera ocurrido a cualquier chico de esa edad. Pero seguimos siendo amigos. Hace dos años, cuando le escribí diciéndole que me preparaba para entrar en la Facultad de Leyes, me envió una pepita de oro: para que me trajera suerte, me dijo.

***

Hay anécdotas ficticias que, por algún motivo que no atino a saber explicar, suenan tan reales que algún día sería capaz de confundirlas. "Alguien me contó una vez que...", diré una vez, y no seré consciente de que en realidad no me lo contó nadie, sino que lo leí en una novela...

(Esta anécdota, por cierto, es de El arpa de hierba, de Truman Capote.)

3 comentarios:

literarysuicide dijo...

Me encanta el post..

Cesc

sfer dijo...

Gracias Cesc!
A mí me encanta reconocerte de IG :-)

sfer dijo...

Gracias Cesc!
A mí me encanta reconocerte de IG :-)