Así, leer/escuchar/escribir es abrir para nosotros y para otros un camino de libertad. Pero se trata no de algo dado de una vez y para siempre sino de un camino, porque no es ya en un libro o en una acción sino en el tránsito, en la precariedad de lo que está dejando de ser para convertirse en otra cosa, en ese río del tiempo que va de una palabra a otra, de un libro a otro, de un gesto a otro, donde se aprende y donde se enseña. Podemos ofrecer libros y diseñar estrategias de lectura, pero servirán de poco si desarticulamos la capacidad de disparar la letra, si desactivamos su cualidad de transformarnos, de incomodarnos, de hacernos pensar. Escuché decir una vez a una maestra: "quiero ser un puente sencillo entre los libros y mis alumnos". No sé si pueda haber una definición mejor para un maestro, en cualquier nivel educativo, que la de ser un puente por el que transita un saber recibido, procesado en el crisol de lo más personal, puesto en discusión en el espejo refractario de la propia ideología, para pasarlo luego como un saber que se desea legar a los que llegan, un saber que, según consideramos, los que nos siguen no debieran perder, para que la vida se les haga más intensa, de mayor espesor, con más entidad e identidad o sencillamente más soportable.
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Una obra es el espacio donde se encuentran - en el momento único que ofrece la lectura - quien escribe y quien lee, dos subjetividades a veces de distintos siglos, de distintas culturas, de distintas lenguas. Escuchar la voz, el grito, el susurro, el dolor o el asombro de una cortesana de la dinastía Tang, un funcionario del siglo de Pericles, un campesino maya k'iché, una solterona norteamericana del siglo diecinueve o una aristócrata rusa de comienzos del siglo veinte, es un encuentro que sólo nos permite el arte. Leemos en nuestra necesidad de ensimismarnos, pero también porque buscamos intensa, desesperadamente, comunicarnos. Siempre pensé, mientras hacía talleres literarios en instituciones carcelarias, en barrios o geriátricos y también en estos últimos años, mientras escribo en mi casa, que las palabras y los libros no son importantes por sí mismos, sino porque a un extremo y al otro de lo escrito o leído hay personas que se encuentran. Los libros son puentes entre personas, puentes para "aprender a pisar, a sostenerse", como dice la poeta Circe Maia.
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El artículo de María Teresa Andruetto (premio Andersen 2012) La lectura, otra revolución, tiene otros fragmentos que podría haber reproducido aquí, pero me quedo finalmente con estos dos, con la esperanza de que piquen y vayan a leer el texto completo a Imaginaria.
13 julio 2012
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3 comentarios:
Sfer, es un lujo pasar por aqui y encontrar tus 'regalos'. Siendo un lector desde hace tiempo, estas opiniones y pensamientos me reafirman en mi afición por leer, pero me pregunto que efecto harán sobre alguíen que no sea lector asiduo, ¿le animaran a la lectura?
juan
Es el eterno dilema de los que nos dedicamos a la "promoción" de la lectura (bibliotecarios, maestros...). ¿Podemos realmente contagiar la afición a la lectura? Creo que, como mínimo, podemos transmitir la pasión que sentimos nosotros por determinados textos, compartirlos, darlos a conocer... Y a partir de ahí, esperar que la semilla encuentre un terreno propicio en el que germinar.
Gracias por acompañarme, Juan. Con las prisas, parece que cada vez hay menos gente con tiempo para hacer un alto en el camino...
Sfer,
Estoy de acuerdo. Mejor que mil clases magistrales es transmitir la pasión que un@ siente por la lectura, lo placentero que es esta actividad. Uno de los pocos placeres que nos acompañara toda nuestra vida!
Y, es un auténtica delicia parar un rato durante la semana y seguir tu blog. Siempre encuentro cosas interesantes y que me hacen pensar, desde las ilustraciones hasta las entradas 'filosóficas'.
Espero que sigas teniendo tiempo para mantenerlo!
juan
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