Existe ahora una sensación placentera de que somos una raza en extinción. Yo escribo a mano y uso tinta. Me siento en una habitación solo y en silencio, y trabajo de la misma forma en que han trabajado los escritores durante muchos siglos. Escribo para los lectores, pero yo mismo también soy un lector. Quizás todos los demás lectores habrán desaparecido pronto; estarán muertos o habrán salido de compras, o estarán permanentemente en Internet, o viendo DVD, o escribiendo en Twitter y mandando mensajes de texto hasta su muerte (o la de otros). Puede que el tiempo de atención de los humanos se debilite y acorte. Pero me encanta pensar que siempre habrá suficientes de nosotros, unos pocos miles de seguidores devotos de la palabra escrita, creyentes en formas y estructuras en las que se ha confiado durante mucho tiempo; y, sumados a esos, 100.000 personas más que creen a medias en la palabra, como ahora otros creen a medias en Dios, y que pueden ser convencidas e influenciadas. Quizás, en el futuro, tendremos conocimiento de los buenos libros de la misma forma en que otros tuvieron conocimiento del cristianismo durante los primeros siglos tras la muerte de Cristo, o los musulmanes tuvieron conocimiento del islam. Las noticias se susurrarán. Algo aparecerá impreso. Lo reconoceremos cuando lo veamos y nos aseguraremos de transmitirlo a otros. Ser el único que lea una nueva novela, o un nuevo poema, sería sin duda una tarea solitaria, incluso si la lectura en sí misma es solitaria por definición. No desapareceremos. Estén atentos a nosotros.
[Colm Tóibín en el artículo "Devotos de la palabra escrita", que apareció también en el Babelia del que les hablaba el otro día.]
19 diciembre 2011
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