Al verme rodeado de tus papeles, de pronto me acordé del día que me hablaste de la última voluntad de Kafka. Había entregado su vida a la escritura y al sentir que la muerte se le echaba encima, le pidió a su mejor amigo, Max Brod, que destruyera sus escritos.
Es una anécdota manida, añadiste, pero no por eso deja de ser impresionante. Virgilio también hizo algo parecido. Naturalmente sólo tenemos conocimiento de los casos en que los amigos desobedecieron. ¿Cuántos habrá que, por el contrario, respetaron la voluntad del muerto? ¿Cuántos kafkas y virgilios habrán desaparecido sin dejar rastro de su paso por la tierra?
Llámame Brooklyn, de Eduardo Lago.
[Nunca se me había ocurrido pensar en cuántos... ¿serán muchos? ¿no les da miedo pensarlo? Aunque también lo da pensar en cuántos kafkas y virgilios hay publicados pero nunca leeremos por falta de tiempo, por no haber sabido escoger nuestras lecturas correctamente o por un exceso de lecturas intrascendentes...]
***
Un buen título no es exactamente un sello de aprobación, pero uno malo reducirá seriamente el aura de una novela. Curiosamente un título "brillante", como Hangover Square o La balada del café triste, es casi una garantía de obra muy menor.
El infierno imbécil, de Martin Amis.
[¿Recuerdan esta lista de títulos curiosos? Los enlaces están ya todos rotos, pero les puedo asegurar que todos y cada uno de esos libros existen... Me pregunto qué opinaría sobre ellos Martin Amis.]
24 septiembre 2010
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