La historia empezó en la biblioteca con Kant. Las bibliotecas son fábricas de fantasías sexuales. Es todo producto de la languidez. El cuerpo tiene que acomodarse (una pierna cruzada, la palma de la mano apoyada sobre la mesa, la espalda recta), pero el cuerpo no va a ninguna parte. También es producto de la lectura y de levantar la mirada del libro; la mente abandona el libro y deambula hacia un muslo o un codo, real o imaginario. La penumbra de las estanterías sugieren la idea de lo oculto. Quizá lo provoca el olor seco del papel o el de las encuadernaciones y, ¿por qué no?, el olor a viejo del encolado de los libros. Kant no era difícil: La crítica de la razón práctica mucho más fácil que la Pura, pero yo tenía veinte años y la Práctica me resultaba bastante ardua, y entonces él se inclinó sobre mi hombro para ver qué libro estaba leyendo. Su aliento tibio y su barba estaban muy cerca. El profesor B., con su camisa blanca, su hombro a un centímetro del mío. Se me tensó todo el cuerpo y no dije nada. Luego leyó un trozo en voz baja, pero la única palabra que recuerdo es tutela. La dijo muy despacio, marcando cada sílaba, y me entregué a él. Aquello acabó mal, como suelen decir, aunque no sé quiénes. Pero los ojos de mi profesor, observándome mientras me desnudaba (no, primero la blusa. Ahora la falda. Despacio), sus largos dedos introduciéndose en mi vello público y luego retirándose, burlándose de mí, luego sonriéndome, creándome cierta desesperación..., aquellos placeres lujuriosos en la biblioteca, después de que cerraran, ésos sí los tengo bien atesorados en la memoria.
***
El verano sin hombres, de Siri Hustvedt.
Pregunten en su biblioteca si cierran este mes de agosto... ;-)
30 julio 2015
21 julio 2015
de motu librorum
qué descubrimiento.
"una colección de gifs animados de libros antiguos."
hay que verla sin saltarse ni uno...
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