03 agosto 2007
Vacaciones 2007 (I)
Durante el próximo mes estaré por alguno de estos lugares. El único libro que vendrá conmigo es una guía de viajes. De todos modos, espero no tener mucho tiempo para leer durante las próximas semanas, pero sé que al volver estaré deseando zambullirme otra vez en alguna lectura.
Sean buenos, descansen, lean, y vuelvan en septiembre. Hablaremos del otoño que nos espera (sin Kosmópolis pero con Liber, Saló del Llibre y Frankfurt), de la nueva parrilla televisiva (con nuevos programas sobre libros en TVE y con el retorno de L’Hora del Lector), de nuevos encuentros (de opnis – objetos de papel no identificados; de bitácoras y libros en Barcelona)... Más de lo mismo, que dirían algunos, pero es que los hay que, por suerte o desgracia, nunca nos cansamos.
Sean buenos, descansen, lean, y vuelvan en septiembre. Hablaremos del otoño que nos espera (sin Kosmópolis pero con Liber, Saló del Llibre y Frankfurt), de la nueva parrilla televisiva (con nuevos programas sobre libros en TVE y con el retorno de L’Hora del Lector), de nuevos encuentros (de opnis – objetos de papel no identificados; de bitácoras y libros en Barcelona)... Más de lo mismo, que dirían algunos, pero es que los hay que, por suerte o desgracia, nunca nos cansamos.
¡Hasta la vista!
01 agosto 2007
El próximo libro
Quizá sea éste el próximo libro que compre...
===
Capítulo I: La llave blanca y el pasillo largo.
Nunca pensé que me vería protagonizando una novela por entregas. Y sin embargo aquí estoy, atrapado en el interior de una de ellas.
¿Servirá de algo pedir socorro, gritar que mientras usted, querido lector, lee estas líneas, continúan operándose en mí metamorfosis insospechadas como las que en su día sorprendieron a Jeckyll, al Hombre Menguante o al desdichado que acabó por transformarse en La Mosca? El género al que pertenece mi odisea, el género al que ya pertenezco yo, podría ser la novela negra y también la ciencia ficción, aunque prefiero situaría en ese otro espacio literario, bien reconocible y universal, donde un aventurero curioso y acaso irresponsable traspasa .fronteras ignotas y prohibidas tras las cuales aguardan peligros y turbulencias, pero también formas nuevas de sabiduría. Ruego al azar -y ésta es la súplica última del mensaje que arrojo al mar desde estas páginas escritas- que un fin trágico similar al que aguardó a los personajes arriba citados no me esté también reservado. Y sin embargo, ¿tendría importancia frente a la fascinación que ahora, en este instante, me arrastra y arrebata?
Todo comenzó el pasado 23 de abril, Día del Libro. Entonces no pude sospechar la secreta y crucial relación entre la literatura y el peligro que me acechaba. Un mensajero me trajo el envío prometido por mi amigo Justo Orío, famoso matemático, entomólogo y detective. El paquete parecía inofensivo. Pero yo sabía que sólo lo parecía. Porque, ¿desde cuándo ha sido inofensivo el conocimiento?
Los escritores somos personas contradictorias, tal vez aún más que el resto de los humanos. Se supone que nuestro oficio -iy nuestra pasión!- es la búsqueda de caminos literarios desconocidos, y sin embargo muchas veces nos embarrancamos en lodazales de inmovilismo creativo. Negamos las formas narrativas nuevas, y me pregunto si no será por nuestro miedo a la impotencia para superar los retos que implican.
Una semana atrás me había encontrado con Justo en Barcelona, durante la entrega de un premio literario que él y yo alargamos hasta el amanecer hablando, naturalmente, de libros.
"He conocido un prodigio que cambiará el oficio de narrador" -anunció misteriosamente antes de subirse al coche que lo llevaría al aeropuerto-o "En unos pocos lustros todos tendremos que adaptarnos a él ... o desaparecer".
Me mostré escéptico, incluso arrogante, pero la convicción de su mirada me hizo palidecer. ¿Adaptarme a estar alturas de mi vida, cambiar? Cuando el coche hubo partido, permanecí de pie en el Paseo de Gracia, solo, meditabundo y levemente inquieto.
El paquete rectangular era aproximadamente del tamaño de un libro en edición de bolsillo, y contenía una videoconsola blanca. La estudié con cautela, observando las dos pantallas de su interior y el diminuto lápiz de plástico Que traía adosado. Mi relación con estos aparatos se limita al conocimiento que de ellos tiene mi sobrino Jon. Siempre supuse -equivocadamente, ahora lo sé- que se trataba de simples juegos de niños.
En el lateral de la videoconsola podía verse insertado el lomo de un fino cartucho de plástico. Lo pulsé, y salió expulsado con suavidad. Sobre el cartucho, de 2 centímetros por 2, podían leerse las palabras "Hotel Dusk". Recordé entonces que Justo las había pronunciado antes de perderse en el amanecer barcelonés:
"La clave del enigma se llama Hotel Dusk. Tendrás que inscribirte en él y visitarlo. Pero antes, te prevengo, deberás dejar atrás tus miedos de Inseguro escritor adulto".
Encendí el aparato. En mis manos semejaba un libro abierto, con páginas electrónicas en vez de páginas de papel, y no pude evitar recordar el día de mi lejana juventud en que, harto ya de tebeos infantiles, decidí abordar la lectura de un libro para adultos y me adentré en "Lord Jim", de Joseph Conrad, aventurándome por vez primera en la palabra escrita sin ilustraciones de ningún tipo. Con similar prevención excitada abrí la videoconsola. Comencé a seguir las indicaciones visuales y sonoras de la pantalla táctil, asistido por el diminuto lápiz de plástico blanco.
Imágenes de novela o cine negro comenzaron a desfilar animadas ante mi. La doble pantalla creaba la sensación de montaje cinematográfico sencillo pero efectivo, que podía también comprenderse como inusual cómic en movimiento: una gran ciudad nocturna, sirenas de policía, aromas de crimen en el aire, una comisaría, un policía que recibe una llamada, un rápido corte a los muelles de la ciudad, un disparo, una muerte y un gran sentimiento de culpa desplomándose sobre el alma del protagonista. Sin culpa no hay verdadera novela negra, y me gustó que los creadores del juego lo supieran y reivindicaran.
El lápiz me fue trasladando por distintas estancias del Hotel Dusk, que recorrí estupefacto y curioso, incapaz de que el recelo se impusiera sobre el recuerdo de las palabras de Justo:
"Tras el pasillo largo te aguarda lo último que esperas. No te adentres frívolamente en él. Conduce a un lugar del que no hay regreso para escritores como tú y yo".
El pasillo largo me retaba ahora desde la pantalla táctil.
Al apoyar el lápiz, el pasillo comenzó mágicamente a moverse, creando la veraz sensación de que era yo quien avanzaba por él en una variante de la técnica cinematográfica llamada travelling subjetivo.
Era yo quien avanzaba, yo quien podía echar marcha atrás y regresar a la normalidad.
Al fondo podía verse una puerta cerrada. Me pregunté qué habría detrás.
Y avancé cautelosamente hacia ella, repitiéndome que no podían ser tales los peligros que entrañase un juego comercializado en todo el mundo.
Sin embargo, me equivocaba.
===
Capítulo I: La llave blanca y el pasillo largo.
Nunca pensé que me vería protagonizando una novela por entregas. Y sin embargo aquí estoy, atrapado en el interior de una de ellas.
¿Servirá de algo pedir socorro, gritar que mientras usted, querido lector, lee estas líneas, continúan operándose en mí metamorfosis insospechadas como las que en su día sorprendieron a Jeckyll, al Hombre Menguante o al desdichado que acabó por transformarse en La Mosca? El género al que pertenece mi odisea, el género al que ya pertenezco yo, podría ser la novela negra y también la ciencia ficción, aunque prefiero situaría en ese otro espacio literario, bien reconocible y universal, donde un aventurero curioso y acaso irresponsable traspasa .fronteras ignotas y prohibidas tras las cuales aguardan peligros y turbulencias, pero también formas nuevas de sabiduría. Ruego al azar -y ésta es la súplica última del mensaje que arrojo al mar desde estas páginas escritas- que un fin trágico similar al que aguardó a los personajes arriba citados no me esté también reservado. Y sin embargo, ¿tendría importancia frente a la fascinación que ahora, en este instante, me arrastra y arrebata?
Todo comenzó el pasado 23 de abril, Día del Libro. Entonces no pude sospechar la secreta y crucial relación entre la literatura y el peligro que me acechaba. Un mensajero me trajo el envío prometido por mi amigo Justo Orío, famoso matemático, entomólogo y detective. El paquete parecía inofensivo. Pero yo sabía que sólo lo parecía. Porque, ¿desde cuándo ha sido inofensivo el conocimiento?
Los escritores somos personas contradictorias, tal vez aún más que el resto de los humanos. Se supone que nuestro oficio -iy nuestra pasión!- es la búsqueda de caminos literarios desconocidos, y sin embargo muchas veces nos embarrancamos en lodazales de inmovilismo creativo. Negamos las formas narrativas nuevas, y me pregunto si no será por nuestro miedo a la impotencia para superar los retos que implican.
Una semana atrás me había encontrado con Justo en Barcelona, durante la entrega de un premio literario que él y yo alargamos hasta el amanecer hablando, naturalmente, de libros.
"He conocido un prodigio que cambiará el oficio de narrador" -anunció misteriosamente antes de subirse al coche que lo llevaría al aeropuerto-o "En unos pocos lustros todos tendremos que adaptarnos a él ... o desaparecer".
Me mostré escéptico, incluso arrogante, pero la convicción de su mirada me hizo palidecer. ¿Adaptarme a estar alturas de mi vida, cambiar? Cuando el coche hubo partido, permanecí de pie en el Paseo de Gracia, solo, meditabundo y levemente inquieto.
El paquete rectangular era aproximadamente del tamaño de un libro en edición de bolsillo, y contenía una videoconsola blanca. La estudié con cautela, observando las dos pantallas de su interior y el diminuto lápiz de plástico Que traía adosado. Mi relación con estos aparatos se limita al conocimiento que de ellos tiene mi sobrino Jon. Siempre supuse -equivocadamente, ahora lo sé- que se trataba de simples juegos de niños.
En el lateral de la videoconsola podía verse insertado el lomo de un fino cartucho de plástico. Lo pulsé, y salió expulsado con suavidad. Sobre el cartucho, de 2 centímetros por 2, podían leerse las palabras "Hotel Dusk". Recordé entonces que Justo las había pronunciado antes de perderse en el amanecer barcelonés:
"La clave del enigma se llama Hotel Dusk. Tendrás que inscribirte en él y visitarlo. Pero antes, te prevengo, deberás dejar atrás tus miedos de Inseguro escritor adulto".
Encendí el aparato. En mis manos semejaba un libro abierto, con páginas electrónicas en vez de páginas de papel, y no pude evitar recordar el día de mi lejana juventud en que, harto ya de tebeos infantiles, decidí abordar la lectura de un libro para adultos y me adentré en "Lord Jim", de Joseph Conrad, aventurándome por vez primera en la palabra escrita sin ilustraciones de ningún tipo. Con similar prevención excitada abrí la videoconsola. Comencé a seguir las indicaciones visuales y sonoras de la pantalla táctil, asistido por el diminuto lápiz de plástico blanco.
Imágenes de novela o cine negro comenzaron a desfilar animadas ante mi. La doble pantalla creaba la sensación de montaje cinematográfico sencillo pero efectivo, que podía también comprenderse como inusual cómic en movimiento: una gran ciudad nocturna, sirenas de policía, aromas de crimen en el aire, una comisaría, un policía que recibe una llamada, un rápido corte a los muelles de la ciudad, un disparo, una muerte y un gran sentimiento de culpa desplomándose sobre el alma del protagonista. Sin culpa no hay verdadera novela negra, y me gustó que los creadores del juego lo supieran y reivindicaran.
El lápiz me fue trasladando por distintas estancias del Hotel Dusk, que recorrí estupefacto y curioso, incapaz de que el recelo se impusiera sobre el recuerdo de las palabras de Justo:
"Tras el pasillo largo te aguarda lo último que esperas. No te adentres frívolamente en él. Conduce a un lugar del que no hay regreso para escritores como tú y yo".
El pasillo largo me retaba ahora desde la pantalla táctil.
Al apoyar el lápiz, el pasillo comenzó mágicamente a moverse, creando la veraz sensación de que era yo quien avanzaba por él en una variante de la técnica cinematográfica llamada travelling subjetivo.
Era yo quien avanzaba, yo quien podía echar marcha atrás y regresar a la normalidad.
Al fondo podía verse una puerta cerrada. Me pregunté qué habría detrás.
Y avancé cautelosamente hacia ella, repitiéndome que no podían ser tales los peligros que entrañase un juego comercializado en todo el mundo.
Sin embargo, me equivocaba.
[Texto promocional del juego Hotel Dusk para Nintento DS escrito por Fernando Marías.]
[La imagen es una captura de pantalla de la microsite de Nintendo para Hotel Dusk.]
[Más informacion aquí.]
Etiquetas:
Compras y Regalos,
Fernando Marías,
Hotel Dusk,
Juegos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)